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El despliegue militar en la frontera

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“Lo correcto es correcto aunque nadie lo haga, lo incorrecto es incorrecto incluso si todos lo hacen” -San Agustín-

En el bloqueo fronterizo por aire, mar, y tierra dispuesto contra Haití por el gobierno del presidente y jefe de Estado, Luis Abinader, Autoridad Suprema de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, ciertas críticas han despertado mi compromiso eterno con las instituciones a las que ingresé por vocación medular.

Para entender mejor los procesos en estos litorales, recordemos los aprestos de Rusia en su guerra con Georgia en el 2008, buscando el alejamiento de esta de la OTAN, y las reacciones en 2014, cuando una cuadrilla de aviones de combate, de la OTAN, fue desplegada en los estados bálticos, anunciándose maniobras militares en Polonia, con una exhibición preventiva de armamento pesado lo más cerca posible de Rusia.

En un análisis sensato, no sesgado, no se puede endilgar al gobierno dominicano pretender que con ese despliegue militar en la frontera se iba a detener la construcción de un canal del lado de un país extranjero, y más en un mundo interconectado con dependencias económicas imperiales.

Es arriesgado adentrarse en temas que se desconocen sus interioridades, peor aún, con conocimiento de causa, pero con fines partidarios, cuyas acciones, y más con el fenómeno de las redes sociales, podrían desorientar y desinformar al soldado dominicano y a la ciudadanía.

Para saber cómo actúan los políticos del mundo, recordemos cuando Donald Trump, siendo candidato presidencial, sugirió que la OTAN estaba obsoleta y cuando asumió la presidencia de los Estados Unidos demostró que su intención era presionar a los otros miembros de la OTAN que no habían incrementado el porcentaje de defensa, según el Producto Interno Bruto de sus respectivos países, maniobra que exitosamente logró su objetivo.

Este es un momento de la historia contemporánea dominicana, donde un presidente, además del profesor Juan Bosch en el 1963, que ordenó, sin que se efectuara, un despliegue militar en la frontera con Haití, según sus propias palabras, como medida disuasiva, para mostrar a la otra parte la potencia de combate y evitar enfrentamientos violentos con resultados indeseables y daños colaterales.

La operación ejecutada por el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, en lo que en el lenguaje naval militar se conoce como zafarrancho de combate, poniendo a prueba su listeza operacional en el mismo teatro de operaciones, es simplemente hacer los mismos movimientos como si fuesen combate reales, lo que equivale a sudar en tiempos de paz, para no sangrar en tiempos de guerra.

Las Fuerzas Armadas deben siempre, con el apoyo del Estado, hacer ver a la ciudadanía que las sostiene con sus impuestos, que las mismas no son un fin en sí mismas, por lo que deben estar siempre preparadas para cumplir sus misiones de seguridad, defensa nacional y orden público; de ahí la importancia del despliegue militar fronterizo acaecido recientemente.

Es oportuno sacar a colación el artículo: “El deber de los militares”, publicado en el Listín Diario, por Manuel A.Tapia Brea, el 24 de enero de 1966, el cual, en un contenido de antología, expresó: “Tras analizar algunos de los males de que adolecen nuestros pueblos, nos trazamos la pauta de iniciar una campaña que ayudará a convencer a los militares que deben dejar de mediar en política o de llevarse de ‘cantos de sirena’ de los políticos fracasados que al verse repudiados por sus pueblos, quieren medrar bajo la sombra de los cuarteles”.

Las Fuerzas Armadas dominicanas, que siempre deben ser virtuosas y apartidistas, no deben ser mencionadas en un debate político partidista, cuyos objetivos son meramente electorales.

Formado bajo la fragua del cuartel, ahora con el catalejo ciudadano, observo ese despliegue militar en la frontera como un ‘ejercicio legítimo de soberanía’. Ya que, a los haitianos, después del asesinato de su presidente, la efervescencia se les reactivó bajo la atomización de un estallido de violencia, a través del cual la migración ha tomado matices de seguridad nacional; y la construcción del canal en el río Dajabón, que nace en territorio dominicano, ha sido la gota que derramó el vaso.

Debido al enfoque militar de este ensayo no voy a profundizar sobre temas políticos como el acuerdo fronterizo de 1927, el empleo de procedimientos diplomáticos, ni mucho menos echarle la culpa al gobierno de mi país, ya que es de rigor un enfoque de unidad nacional por encima de las inclinaciones grupales y personales.

Es imperativo que esta campaña electoral se desarrolle entre dominicanos civilizados que colocarán al margen a las instituciones uniformadas que servirán de garantes a la seguridad de un proceso que debe ser ejemplo para una América Latina y un mundo, hoy necesitados de un liderazgo que mantenga la paz como fuerza motriz del progreso.

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