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Río 2016: Abortion doping, Dilma y la emoción

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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En la cuenta atrás para la inauguración de los Juegos Olímpicos, el ambiente depresivo del país contrasta con la efervescencia de una villa olímpica que se parece a un campamento Erasmus. ¿La diferencia? Que aquí el doping sustituye al sexo.
 
Ha  pasado lo de siempre. Tanto miedo al zika, tanto miedo a la pobreza insurgente (es decir, a la inseguridad), tanto rollo con que a los apartamentos de la villa les falta un grifo, y al final volvemos al principio: los juegos emocionan. Son un todo o nada. Una cumbre de la adrenalina. Un Erasmus colectivo donde las identidades nacionales, de repente, adquieren todo su sentido.
 
Faltan solo unas horas y en el preámbulo de los Juegos hay una ficción de homogeneidad. En la villa olímpica conviven los deportistas multimillonarios, como Rafa Nadal, con las chicas del waterpolo (¿mileuristas tal vez?); los tanzanos con los suecos; los que votan a Trump con los refugiados de Siria, y eso alimenta la excitación del sueño. Porque, reconozcámoslo, podemos tontear con la estética del perdedor pero, a la hora de la verdad, ¿a quién no le gusta ganar? 24 horas antes de la inauguración de los Juegos te comes una hamburguesa en el McDonalds al lado de Michael Phelps y todavía parece que el deseo de ser el primero no te va a corroer la espina dorsal como si fueras un depredador en plena selva. Esa es la sensación previa en el microcosmos olímpico: el burbujeo y la concordia universal. El mosquito no da señales de vida, pero la villa late a la espera del instante decisivo. Y se nota. Los deportistas, que son gente muy joven y habitualmente, esclavos de su sacrificio, están un poco borrachos de esa incertidumbre. Y aquí y allá se respira la efervescencia de lo que está a punto de ocurrir: la épica.
 
¿Y de qué se habla? Más que del zika o de quién va a ganar (tema tabú) en la villa olímpica y sus aledaños, de lo que se está hablando es de Rusia y del doping. Los atletas y sus séquitos se quejan de los vampiros que llegan a media noche buscando la sangre… La gente olímpica que he conocido estos días habla del doping como los adolescentes del sexo. Con mucho morbo. Cotillean, pero siempre es algo que le sucede a un amigo de un amigo, a los chinos o a los otros de más allá. Aquí todo el mundo es inocente, hasta que se demuestre lo contrario. Incluso hay quien dice que no es lo mismo ser culpable que responsable, y que los deportistas hacen y dicen todo lo que les dice su entrenador.
 
Eso suelen decir, pero luego me ha explicado una periodista veterana de cinco olimpiadas que no me lo trague, que nadie se inyecta EPO sin saber que está cometiendo una ilegalidad. Me cuenta que la saltadora rusa Yelena Isinbáyeva puede ser una número uno y llorar con gracia, que es muy guapa, pero eso no significa que esté limpia. Con lo que a mí me gusta Isinbáyeva.
 
En la despedida de los atletas hacia Río de Janeiro, Putin eligió a Isinbáyeva para dar el discurso. La saltadora habló como una Juana de Arco encendida por la injusticia. Derramó unas lágrimas de rabia y Putin, que la observaba con orgullo, y es un hombre mundialmente conocido por su empatía, la consoló tiernamente.
 
Todo apesta y aún así, no lo puedo evitar, me da pena Isinbáyeva. Y además, no soy la única. En la oficina de prensa he conocido a una trabajadora de los juegos que se llama Larissa y es de Siberia. Me ha contado que al llegar a Brasil pasó el peor jet lag de su vida. Y cuando le he preguntado por el tema del doping ruso se ha puesto muy triste y me ha dado una respuesta lacónica: “Política”. Como si esa palabra fuera la explicación universal para cualquier arbitrariedad. Como si cayera tan abajo que no hiciera falta agacharse a levantarla ni explicar nada más. “Política”… Y después tantos puntos suspensivos. La peste. ¿Qué diría Aristóteles?
 
Y es que los deportistas no suelen hacer política, pero la política sí hace y usa a los deportistas. El informe McLaren (llamado así por el investigador canadiense que dirigió las investigaciones a instancias de la Agencia Mundial Antidopaje), demuestra que el servicio secreto intervino (a instancias del Estado ruso, claro) para cambiar las pruebas de orina de los deportistas dopados. El cambiazo, una práctica sistemática y organizada que se ha podido descubrir gracias a que uno de los directores del laboratorio se ha fugado a Estados Unidos (como en los tiempos de la Guerra Fría) y ha delatado el sistema.
 
Lo de China, aún peor…
Pero lo que me cuentan de China me deja espeluznada, como si fuera una película de terror. Me dicen que todo lo que hace Rusia lo hace China, pero más. Y que no hay pruebas, ni las habrá, porque han conseguido un hermetismo en sus prácticas que ríete tú de la Gran Muralla. (Parece que estemos junto a una fogata de campamento y no bajo el inexplicable aire acondicionado de esta ciudad donde hace un frío que pela a partir de las cuatro de la tarde). Me dicen que sus gimnastas son de usar y tirar. Que ganan medallas, rompen récords y al año siguiente ya no están en ninguna competición, y que muchas vienen embarazadas. ¿Embarazadas? ¿Perdón? ¿Por qué embarazadas? Es lo que se llama Abortion Doping (muy bien explicado en Wikipedia, por si alguien lo quiere buscar) e inventado por esa máquina de crear medallistas olímpicos manipulados como ratas de laboratorio que fue la RDA. ¿Y en qué consiste o consistiría (porque nadie ha demostrado que en este momento se esté practicando)? Pues en inseminar a las atletas para que compitan bajo los efectos naturales de los tres primeros meses de embarazo, que a mí me pareció un estado bastante parecido a estar enferma pero, al parecer, conlleva algunos superpoderes. A saber: aumenta el oxígeno en sangre, aumenta la producción de glóbulos rojos, aumenta la capacidad aeróbica, la progesterona, el estrógeno, la testosterona, la flexibilidad… Y a mí que no me dejaron ir a pilates embarazada porque era peligroso… Y luego, al volver a casa, las atletas abortan. De ahí su nombre: abortion doping. Todo muy clínico y chungo. Claro que también puede ser una leyenda urbana. Pero yo os lo cuento porque se dice aquí, y se dice mucho.
 
¿Y fuera de la villa olímpica?
¿Y fuera de la villa olímpica, en ese país de más de 200 millones de habitantes, qué se dice? Sin duda, también se habla de política y de vampiros, pero de otro tipo. Dilma Rousseff será la gran ausente de la ceremonia de inauguración y sus partidarios ya señalan a su silla vacía como la gran vergüenza de un proceso muy difícil de explicar en pocas líneas, pero que ha dividido al país. Así le explicaba Dilma recientemente a El Mundo su ausencia de la inauguración: «Imagina que vas a dar una fiesta, trabajas durante varios años para la fiesta, montas las condiciones, colocas la iluminación, llamas a la prensa… Y el día de la fiesta alguien llega, toma tu lugar y se apropia de la fiesta. En esta historia de los Juegos, yo soy la Cenicienta, la invitan a la fiesta pero se tiene que ir antes, vive en las cenizas».
 
En estos momentos Dilma Rousseff habita el palacio presidencial da Alvorada, pero no es presidenta. Tras un esperpéntico debate donde los diputados escupieron, abuchearon y lanzaron confeti, espera un juicio político, el impeachment, que decidirá su futuro. Todos los brasileños saben ya que está fuera, pero ella se resiste a aceptarlo y prepara su defensa como una boxeadora la noche antes de su combate (como si pudiera ganar), mientras Michel Temer, el presidente interino (también manchado por la corrupción) se prepara para estrechar manos en la inauguración de los juegos.
 
Los partidarios de la presidenta se reunieron anoche en Río para cantar junto Chico Buarque un viejo himno anti dictadura que ha vuelto a ponerse de moda, A pesar de vòce. A pesar de usted. Y los defensores de Temer salieron el fin de semana a manifestarse vestidos con las camisetas de la selección brasileña de fútbol.
 
Y es que el estado de ánimo de pura depresión brasileña solo lo levanta una selección de fútbol victoriosa. Política y deporte… Tanto más que decir.

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