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De mi bitácora

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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El miembro del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, asando una salamandra para mitigar el hambre. Isla Beata 1959.
 
Los servicios de inteligencia del jefe han descubierto un movimiento revolucionario para derrocarlo. A nivel nacional se hacen prisioneros, en su mayoría hombres jóvenes, la juventud pensante. Se vive un momento de terror. Nadie está seguro, incluyendo los militares debido a que familiares de estos han sido detenidos. En las cárceles de todo el país hay catorcistas golpeados bajo interrogatorios y esto origina más detenciones.
 
En isla Beata se construyó un edificio de concreto con un pequeño patio cercado con alambre de púas. Ahí no se puede caminar por ser rocas filosas. Se dice que será para presos políticos. Yo estoy prestando servicio en la jefatura de la Marina. El jefe de la Marina contraalmirante Luis Facundo ordena que me presente a su despacho. Me entrega treinta esposas y sobre cerrado y me dice: Este sobre lo abre en la isla Beata, los treinta nombres que leas, son presos, les pones las esposas y los traes al muelle de Sans Souci. El jefe quiere que la familia lo visite en la cárcel de La Victoria. Vaya a la base naval La Calderas y salga en la lancha de rescate LR-103. Salí seguido en un jeep. Al llegar a la lancha ya estaba con los motores encendidos, lista para zarpar.  El sol con un brillante color rojo embellecía la bahía, ocultándose en la sierra de Bahoruco. Pensé en el cacique Enriquillo que levantó la primera bandera de libertad en América, en una lucha feroz contra el opresor que no pudo vencerlo y selló el tratado de paz que humillaba al rey de los españoles. Los Taínos eran felices como salvajes y los conquistadores los hicieron desgraciados.
 
Al llegar a cabo Mongón la mar estaba levantada como siempre. Nos sacudía con ruidosa furia. Nada de poder cenar. La brisa no daba tregua, solo podíamos con dificultad mantenernos de pie. Ya viendo a isla Beata se cambió el rumbo, esto nos protege. Las olas reposan sosegadas, no hay viento.
 
Fondeamos frente al puesto naval. Al amanecer fui a tierra en un pequeño bote de la lancha. Me recibió el sargento mayor Cristophers Domínguez comandante del destacamento naval. Vamos a la cárcel y dentro del largo salón hay una pequeña habitación donde están los presos políticos del 14 de Junio. Al abrir la puerta, la inesperada presencia de Carlos Michel Tamayo, esposo de mi hermana Mercedes, este matrimonio tiene procreados dos hijas y dos hijos. Carlos me preguntó por la familia. Le contesté que estaban bien. Ordené a los presos que salieran. Me molestó verlos descalzos. Le pregunté al sargento Domínguez por qué estaban sin los zapatos. Señor, seguridad. Fue su respuesta. No lo acepté y ordené que se pusieran sus zapatos. Los puse en fila y les dije: En este sobre hay treinta nombres, se van poniendo a mi lado a medida que diga sus nombres. Voy a llevarlos a la capital, van para la cárcel de La Victoria. Abrí el sobre, leí los nombres, me entristeció no estar Carlos en la lista.
 
Procedimos a llevarlos a la lancha en una pequeña yola, sólo cabían cuatro. Cuando fui a la cárcel a buscar los últimos, salí al patio para despedirme de Carlos. Veo a uno de los catorcistas agachado frente a unos pequeños pedazos de palos encendidos asando una salamandra y le pregunté ¿Qué  usted está haciendo, es que no le dan de comer? ¿Cómo usted se llama? Se levantó con lentitud, más mal me sentí al ver un hombre de avanzada edad, canoso, falto de fuerzas. Este me mira y contesta. Yo soy Cuca de Monte Cristi. No me contuve y le dije al sargento Domínguez: Que sean enemigos del jefe no le da derecho de ponerlos a pasar hambre, usted tiene dinero para su comida. Además ahí hay peces y en el monte chivos. Antes de irme quiero ver cocinar para esta gente. Usted está faltando a su deber, Vamos al depósito de provisiones. En el depósito solo hay harina, azúcar parda y unos pocos víveres. Cogí los víveres y la harina. Le ordené al cabo cocinero prepararlo con pescado que hay en la nevera. Le advertí al sargento. Voy a esperar hasta que vea a los presos comiendo. Así lo hice.
 
Al regresar a la lancha, les puse las esposas y les  indiqué que se sentaran en la cubierta debajo del tordo. Partimos. Yo no dejaba de mirar hacia la cárcel, sentía una profunda pena pensando en Carlos y mi hermana Mercedes.
 
Hablé con el comandante de la lancha y nos prepararon una cena abundante de plátanos, batata, yuca y pescado frito. Los catorcistas comieron con gusto, tenían un hambre atroz. Cuando arribamos al muelle de Sans Soucí le entregué al capitán de navío Alejandro Peña los treinta catorcistas. Subieron en un autobús rumbo a la cárcel de La Victoria.

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