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Filipinos se preparan para clavarse a la cruz por la salud de los suyos

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San Fernando.- Una treintena de penitentes filipinos se preparan para ser crucificados este Viernes Santo en varias localidades del norte del país con la esperanza de que su sacrificio sirva para mejorar la salud de sus allegados.
 
«Empecé hace 21 años porque mi madre se puso enferma. Gracias a mi sacrificio mejoró. Cuando me clavan y levantan la cruz delante de la gente le pido a Dios que nos dé una vida sin muchas cargas», dice Danilo Ramos, un filipino de 41 años de la localidad de San Fernando, 70 kilómetros al norte de Manila.
 
Este humilde conductor de «pedicab», los característicos taxis a pedales utilizados en el archipiélago, no siente que la vida sea especialmente dura pese a sus bajos ingresos.
 
«Creo que es por mi devoción, cuando me crucifico Dios me da fuerzas para afrontar los problemas», subraya a Efe sin un atisbo de duda en su mirada.
 
También es la salud de los suyos lo que lleva a Fernando Mamangun, de 42 años, a dejar que le perforen las manos y los pies con clavos de unos 12 centímetros de largo para sujetarlo a la cruz.
 
«La primera vez fue en 1990. A mi esposa tenían que quitarle un pecho por un quiste infectado. Fue por eso por lo que comencé con esta devoción. Después de hacerlo, el problema se solucionó, la operación fue bien», relata.
 
Sin embargo, a veces se cuestiona si su sacrificio resulta realmente verdadero por los persistentes problemas intestinales de su hija, que tuvo que someterse hace años a una colostomía.
 
«Hasta ahora defeca por el abdomen y me gustaría que lo hiciera de forma normal. Si mi devoción no es auténtica, no se recuperará del todo», sostiene.
 
Pese a haberse sometido a este rito durante 22 ediciones consecutivas, Mamangun no se puede sacudir la tensión que le invade en los días previos y que le hace desear que «el momento del sacrificio llegue cuanto antes» para que todo pase.
 
«En el momento en que me empiezan a subir a la cruz ya no sé qué sentir o qué hacer, quiero ir al baño, vomitar, o incluso salir corriendo. Es muy difícil, sobre todo viendo que los otros ya están ahí arriba, en la cruz. Siento muchísimos nervios», relata.
 
Aunque a veces siente la tentación de abandonar, la esperanza de que Dios le ayude a conseguir ingresos para curar a su hija de sus problemas intestinales le empuja a superar sus miedos.
 
«A veces -agrega- lo quiero dejar. Pero no puedo. Me prometí a mí mismo que haría este sacrificio. No pararé hasta que mi hija sea operada. Nunca pedí nada por mí, ni me di un plazo concreto para dejar de sacrificarme. Sólo espero que alguien pueda ayudar a mi hija».
 
Bayumbon relata cómo todas las angustias previas y los fuertes dolores se desvanecen cuando los jóvenes yerguen el madero y contempla a la muchedumbre frente a él.
 
«Una vez ahí arriba, siento que alguien me guía. Le digo directamente, ‘Señor, por favor, ayúdame. No me abandones. No hago esto por mí sino por ellos, por mi familia».
 
Durante estos días previos, Bayumbon intenta calmarse ensayando en un garaje con sus compañeros de cofradía la representación de la pasión de Cristo en la que desempeñará el papel de protagonista.
 
Durante la Semana Santa, alrededor de 30 devotos acostumbran a crucificarse en un puñado de pueblos de las provincias de Pampanga y Bulacan, al norte de Manila, mientras que varias decenas optan por flagelarse.
 
La Iglesia Católica ha reiterado su oposición a este tipo de ritos, popularizados en los últimos 60 años, puesto que considera que los crucificados buscan algo a cambio de su sacrificio, lo que contraviene el verdadero significado de la pasión de Cristo.
 
Más del 80 por ciento de los 94 millones de habitantes de Filipinas se declaran católicos.

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