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Dakar: Un objetivo, una fe

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Dakar, la capital de Senegal, guarda todavía en sus calles el espíritu de lo que fue y ya no es, y la frustración de sus fallidos deseos de convertirse, en el momento de la independencia, en la capital de casi todo el oeste del continente.
 
La ciudad fue desde 1902 el principal centro urbano y la sede del gobierno de la antigua Federación del Africa Occidental Francesa, estructura que la metrópoli había adoptado para gobernar sus colonias.
 
En 1960, en el momento de la independencia, pasó a ser la capital del país, pero París decidió entonces la desaparición de la Federación y la creación de los otros Estados que hoy conforman la región, por lo que su papel quedó disminuido.
 
De aquella época quedan, entre otras estructuras, el inmueble del antiguo Palacio del Gobernador (hoy Palacio Presidencial), el mercado Kermel, la estación de ferrocarril, la Cámara de Comercio y el Ayuntamiento, edificado en 1918.
 
Desde la independencia para acá, otras obras han venido a modernizar la ciudad, que hoy cuenta con alrededor de un millón de habitantes en su núcleo urbano, pero que suman más de tres millones al incluir toda la aglomeración metropolitana.
 
Hoy el viajero que arriba a Dakar, situada en la península de Cabo Verde (el punto más occidental del continente), se encuentra con modernos hoteles, con la Universidad Cheikh Anta Diop, la Gran Mezquita y la Puerta del Tercer Milenio, así como el Monumento del Renacimiento Africano.
 
De todas maneras, la capital senegalesa continúa siendo un centro cultural y financiero importante, a pesar de que el proceso de descolonización le ha ido restando cada vez más importancia.
 
No obstante, la urbe es la sede del Banco Central de los Estados del Africa Occidental (BCEAO), institución que emite y controla el Franco CFA, la moneda común de la zona, que goza de una paridad fija con el euro.
 
Es por ello que a pesar de haber perdido buena parte de su papel de antaño, Dakar sigue siendo para algunas de las antiguas colonias francesas el punto principal de salida al mar o, como en el caso de Mali, para la entrada de mercancías y las exportaciones de algodón.
 
En su aspecto general, la parte céntrica de la ciudad continúa conservando un aire de ciudad francesa provinciana del siglo XX, con sus cafés al aire libre, sus arboladas alamedas, sus plazas y sus antiguas edificaciones.
 
Sin embargo, los primeros europeos fueron los navegantes portugueses, que llegaron allí en 1444, pero no se establecieron en la península, sino en la pequeña isla de Gorée, al parecer para evitar ataques de la población nativa y poder dedicarse en ese refugio al comercio del oro y marfil y la trata de esclavos.
 
Hasta 1816, en que la propiedad de Gorée fue concedida a Francia mediante el Tratado de Viena, la isla pasó de mano en mano, mientras las potencias europeas se disputaban el precioso enclave.
 
Por tanto, los orígenes de Dakar en realidad hay que buscarlos en este islote, que se convirtió durante siglos en uno de los principales puntos para la exportación de esclavos hacia América.
 
Gorée es todavía hoy un centro de peregrinación obligado para cualquiera que visita la capital de Senegal. Pese a sus pequeñas dimensiones (900 metros de punta a punta) el islote conserva en sus estrechas y sombreadas calles toda la terrible historia de una época y el testimonio de su lenta decadencia.
 
¿De dónde surgió el nombre de Dakar? Hasta hoy nadie lo sabe. La denominación apareció por primera en 1750 por un naturalista francés. De acuerdo con la raíz y la fonética querría decir dos cosas diferentes en lengua wolof (la más escuchada en la capital): dakhar (árbol del tamarindo) o bien deuk raw (refugio).
 
A pesar de que el francés sea el idioma oficial, en realidad lo que se escucha en las calles capitalinas o en cualquier otro centro urbano es el wolof, el dialecto del principal grupo étnico del país.
 
Tampoco la presencia europea hizo demasiado impacto en las creencias religiosas, entre las cuales el Islam predomina de manera casi total, a veces mezclado, según las regiones, con tradiciones animistas.
 
La abundante presencia de mezquitas indica el lugar que ocupa la religión musulmana en la sociedad senegalesa.
 
Tras el alto minarete de la Gran Mezquita, en dirección norte, se extiende la Medina, barriada donde conviven las más diversas etnias y que termina en el monumento a la independencia, un obelisco en el que se dibujan los símbolos nacionales (entre ellos el árbol del baobab) y la divisa del país: «Un pueblo, un objetivo, una fe».

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