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¡Oh, Credibilidad!

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Credibilidad viene del latín  credibĭlis: creíble. Se acepta como una  cualidad de creíble y como   adjetivo se dice  que puede o merece ser creído, porque califica o determina al sustantivo que tiene existencia real, independiente, individual.  Fíjense en todas las vueltas gramaticales que le he dado al origen de la palabra Credibilidad,  para concluir que en realidad no hay adonde ir: sólo significa creíble, es decir, que merece ser creído.

Con la palabra Credibilidad ocurre lo mismo que pasan con los números. Hubo un acuerdo emocional entre los seres humanos para aceptar que 2 más 2 son 4 ó que 3 más 3 son 6.  Si mañana nos pusiésemos de acuerdo para aceptar que 2 más 2 ya no serán 4, sino 6, tendríamos mucho trabajo en cambiar todos los sistemas computarizados, pero la vida humana no sufriría ningún cambio, seguiríamos teniendo los mismos sentidos con sus mismas funciones.

La Credibilidad es más o menos matemática, tiene y te da una suma perfecta. Un gobierno sin credibilidad es un gobierno de caos; un príncipe sin credibilidad, es un principado de caos; una familia sin credibilidad, es un horroroso cuadro de desorden y violencia.

El cerebro humano tiene esa enorme virtud, cuando son cosas esenciales para la vida humana, la reduce a fórmulas matemáticas simples y sencillas, entendibles hasta para el más idiota de los idiotas. Usted se imagina la sorpresa que recibió el primer humano que le dijeron: ¡usted no es creíble! Una simple reflexión debió haberlo llevado a la conclusión de que había mucha diferencia entre sus actos y sus palabras, entre su lengua y sus manos, entre su decir y su vivir.

En las comunidades antiguas, a la persona que se le hacía esa acusación quedaba conminado a dos cosas: marcharse de la comunidad o suicidarse.  Hoy en día muchas civilizaciones aún conservan esa costumbre, sólo que sustituyeron el marcharse por renunciar. Aquí es inverso: cuando se pierde la credibilidad se lucha por quedarse o por regresar, si lo obligan a irse.

Ahora, ¿puede una perversa campaña destruir la credibilidad de un líder? La historia de la humanidad dice que no. La Central de Inteligencia Americana, la CIA, no tuvo límites en invertir para destruir moralmente a Juan Bosch y no pudieron. ¿Por qué? Porque el único ser humano responsable por la moral de Juan Bosch, era Juan Bosch. Y no pudieron destruirlo porque ni robó, ni mató y mientras más cosas malas buscaban de él, más cosas buenas encontraban.

Usted acaba de leer este trabajo, dígame una cosa: ¿Es creíble?

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