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Recuerdos de mi juventud

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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El robo del Pirata Cofresí
Relato de mi bisabuela

Mis hijitos, se que van a reírse, no es un cuento de eso que dan miedo, de pirata con una pierna de palo, un ojo tapado, un sable a mano, un cuchillo en la boca y una cabeza de muerto pintada en el sombreo.

Esto sucedió en Higüey, en la finca de mi abuelo, que estaba cerca de la playa. Tenía crianza de cerdo, chivos, aves, una siembra de víveres y unas vacas que daban mucha leche.

Los sábados llevaban unos mulos y burros cargados de animales y víveres para vender en un almacén que estaba al lado de la casa donde él vivía, cerca de la Iglesia de la Virgen de La Altagracia.

Una tarde llegó a la casa de abuelo, Pancracio el capataz de la finca, más asustado que un gato amarrado, lloroso, tambando de miedo. Abuelo lo sentó en un banco y le preguntó que pasa.

Pancracio respiró fuerte como que no tenía aire y le dijo: Don Juan esta madrugada, saliendo el sol un hombre más feo que una cabeza de burro, me despertó y pegado a mi nariz tenía un revolver con una boca grande. Me saco para el patio y veo a los peones en el suelo, y unos hombres descalzos, con unos sables largos, parecía que los iban a partir en dos. Los perros parece que se lo llevó el Diablo, no se como desaparecieron.

Me obligaron a matar un puerto y un chivo y ponerlo en una yagua. Todos lo víveres que íbamos a traerles me obligaron a meterlo en las arganas. Amarramos un cerdo, un chivo, muchas gallinas y guineas, y recogieron todos los huevos. Nos obligaron a llevarlos en las mulas a la playa. Allí estaba un hombre con un moquen largo y un cuchillo sentado en una yola.

Cargamos dos veces la yola y fuimos a una goleta donde había como diez hombres y uno que mandaba. Cuando subimos todos, ese hombre me dijo: Yo soy el capitán Cofresí. Ahí fue que el corazón se me salía. Él se reía y me habló: le dije a mi gente que no maltrataran a nadie y que si habían mujeres ni la miraran. Me preguntó que si nos dieron golpe. Yo no podía hablar moví la cabeza diciendo no.

El hombre se reía mucho, yo no confiaba y no creía lo que decía: que le agradecía a unos hombres de la Aldea Macorís, que lo ayudaron a salir en un barco cuando se fugaron de una fortaleza a orilla del río Ozama. Coja esas seis monedas de plata, valen más que todo, esas tres botellas de ron, beban en mi nombre. Más me asusté cuando me agarró por el brazo y me ayudó a bajar a la yola y me despidió riéndose como si estuviera borracho. Vimos la goleta irse. Mire Don Juan estas son las seis monedas y las botellas de ron.

Abuelo guardó las monedas, nunca las negoció. El ron lo vació en la basura.

En Higüey se hablaba mucho del pirata Cofresí, tenía fama que asaltaba barcos de los españoles y los mataba. Todo lo que le quitaba a los españoles lo repartía a los pobres de Cabo Rojo; su tierra natal. Que se escondía en una cueva en la costa Sur de Puerto Rico. Los pescadores contaban que lo veían por la Isla Saona, un pescador discutía que como él sabía leer vio el nombre Mosquito pintado en la goleta de los piratas.

Como todo lo malo tiene su final terrible, los españoles agarraron a Cofresí y sus piratas. Los juzgaron como ladrones del mar, los fusilaron en el patio de una fortaleza que hay en San Juan, Puerto Rico. Los piratas eran muchos, la gente decía que hubo uno llamado Morgan que era más malo que el Diablo, que robaba por las aguas de la isla Jamaica y Panamá.

El 15 de junio de 1948 los bisnietos cargamos el ataúd donde dormía nuestra adorada abuela, doña Tata. Ya habíamos celebrado sus 114 años. La despedimos con sus deseos: En el cementerio abrimos el ataúd y la besamos en la frente, ninguno permitió que las lágrimas salieran. Así cumplimos recordando sus palabras: (Cuando yo me vaya no me lloren, agradezcan a Dios este largo vivir dándoles a todos el amor que él por la mañana me entregaba para ustedes.

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