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Dominicano (a) significa “ser hijo de Dios”

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Según escritos de Luis M. Campillo, el gentilicio dominicano “data desde los albores de la conquista, pues deriva del nombre de la orden religiosa que inició la evangelización en América. La orden de los Dominicos o predicadores fue fundada por Santo Domingo De Guzmán en la ciudad de Toulouse Francia, en el año de 1215, el santo era conocido también como el “Santo obispo de Osma” pues fue uno de los pilares de la santa inquisición”.

También profundiza Campillo en el concepto de que dicha orden llegó a la Española en septiembre de 1510 y en mayo de 1511, tras el arribo de otros religiosos, fue conformada la primera comunidad de dominicos en el Nuevo Mundo.

Narran fuentes consultadas que gracias a esta organización religiosa se inició la lucha para reconocer a los aborígenes como seres humanos, reclamo que antecedió en la historia a la asamblea celebrada 280 años después en París, en 1791, en la cual se declaró la igualdad entre los hombres.

Claro que hubo un rechazo vertical por parte de los reyes de España y las demás órdenes religiosas; pero, los padres dominicos impusieron ante la corona su protección a los indígenas, conocida como “Las Leyes de Burgos”, promulgadas en diciembre de 1512.

Fueron estos nobles aborígenes, junto a los allegados negros y blancos, quienes constituyeron ese crisol de razas que don Fernando Ortiz calificó con simbolismo metafórico como gran “ajiaco” o “sancocho”: mestizaje o mezcla de cultura, tradiciones y costumbres que identifican hoy a la República Dominicana.

De manera que la palabra dominicano “fue tal vez escuchada por primera vez en la Isla Española, al ser nombrada la morada de sus ilustres educadores”.

En verdad, como esclarecen los textos e investigaciones consultadas, se nombran “dominicanos” quienes nacen en la República Dominicana. Pero, más allá de lo que conceptualmente significa el gentilicio, ser dominicanos “encierra toda una filosofía, que es la dominicanidad”.

Y ¿qué es la dominicanidad?

La dominicanidad, como filosofía del pueblo dominicano, “es el legado de todos aquellos grandes hombres que desde nuestra pequeña isla cambiaron el curso de la humanidad. Es la filosofía legada al pueblo dominicano por la orden de Santo Domingo de Guzmán, la cual está contenida en el gentilicio adoptado por el país de origen español más viejo de América. La palabra dominicano según el diccionario de la Real Academia Española de la lengua en su Pág. # 773, significa: hijo de Dios”.

Dentro de esa dominicanidad que identifica y caracteriza a los hijos e hijas de esta bella nación, están los contenidos de palabras que varían en su contenido y significado de manera rotunda.

Veamos algunos ejemplos. Si alguien en la República Dominicana le dice: “vamos a juntarnos…”. Ni lo espere. De igual manera que la palabra “ahorita”, en diferentes naciones de la región significa una acción que se realizará de inmediato; en tanto que para otros certifica un “después”; aquí, el “tenemos que juntarnos”, no figura entre los planes contiguos.

Pero, hay otras palabras que han invadido el diccionario popular y todo parece indicar que sustituyen cualquier sinónimo. Es el caso de las “vainas” y la “cosa”. La vaina puede ser cualquier cosa, desde una personalidad política, hasta el más importante esfuerzo que se esté haciendo en un momento determinado; un objeto, una nomenclatura traducida y comprendida sin reparos. Hasta figura como “muletilla”: ¡qué vaina, no me saqué la loto por un chin…”.

Y ahí está el “chin”, que ya superó los “poquitos”, “escasos”; hasta los “apenas”…

De la “cosa”, ¿qué decir?: progenitora de la “cosita” y hasta del “cosito”. Apenas señalas el objeto y cualquier persona entiende, da igual su clase social, nivel cultural, etc. Hasta en el empleo del lenguaje de género se habla “del coso”, como para no disentir.

¿Y qué decir del “carajo”, cuando se es grande y “carajito” si es más pequeño, que para nada funciona como palabra obscena, aunque puede ser despectivo?

Hay muchas terminologías más, frases, oraciones típicas que identifican al oriundo de esta nación. Pero, las líneas se agotan y no sería justo concluir sin mencionar esa idiosincrasia dominicana que, por encima de cualquier calamidad, humoriza hasta los peores momentos y convierte los reveses en victorias. Esto es muy propio del Caribe en general.

Por ejemplo, hoy en día la crisis económica anda por ciudades y pueblos que nunca antes habían sufrido situaciones similares. Para las familias dominicanas, en su mayoría, este es un momento “peor” de los
muchos malos que le han tocado vivir. Sin embargo, recorra los colmados y aún cuando la lista de los “fiaos” se ha incrementado sin pudor, observe cómo prosiguen y se mantienen los llamados viernes sociales y esos
momentos de entrañables encuentros entre familiares y amigos.

La alegría, la sonrisa y la fe de “mejorar” alguna vez, prevalece en los brindis consecutivos e indetenibles.
No olvide, además, montarse en un concho, da igual la fecha, porque el calor es también oriundo de nuestra geografía. Con los asientos repletos y un chofer “quitado de bulla”, la música a todo volumen le tendrá en
constante vaivén, entre cuerpos, algunos muy voluminosos, que se moverán insaciables al compás de un merengue, o bachata, salsa, rumba…lo que sea. El ritmo se impone a pesar del espacio.

Alguien advirtió que la noticia en la República Dominicana dura apenas tres días, aún la más sonada; luego desaparece como por arte de magia.

Quizás por eso, políticos influyentes “dejan pasar el tiempo”, ante dudosas actuaciones, porque el tiempo, como la niebla, intenta borrar las memorias…Aunque, no del todo. Existe lo que se denomina sabiduría
popular y a veces, cuando consideran que “todo quedó en el olvido”, reaparece lo que nunca debió quedar impune.

Ser dominicano (a) implica una responsabilidad grande con su contenido histórico, folclórico, ancestral, costumbrista. Somos filántropos, poetas,escritores, altruistas, empresarios, políticos, científicos, soñadores…

Pero, no vaya usted a pensar que hay superficialidad ni falta de preocupación por el futuro en cada ser que habita esta nación. Nada de eso.

Más bien, la aparente alegría deviene herramienta, o escudo salvaguardador del alma ante lo que parece no tener fin.

Vaya usted por esos campos dominicanos, como anduvo quien escribe estas líneas por Juan Gómez, Guayubín, Montecristi y otros pequeños poblados que apenas se nombran en la geografía nacional y hallará en cada hogar una mano tendida, un plato en la mesa y sobre todo un abrazo tan familiar que le hará sumar miembros a su familia extendida.

Esto, amiga y amigo lector, significa también ser dominicano y por eso duele que quienes pueden y deben fortalecer el destino de esta nación anden por propios caminos, sin recordar que la misión más importante de
sus vidas es la de defender y ponderar una tierra cuyos hijos, según designación de hace siglos, significa “ser hijos de Dios”.

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