Sujeción y el uniformado

Homero Luis Lajara Solá, vicealmirante (r) de la Armada Dominicana

Cuando se habla de sujeción, no se trata de una palabra jurídica fría ni de un concepto mecánico. Es, más bien, el compromiso profundo que asume quien decide servir dentro de una institución que vive de la disciplina y del orden. Es un pacto que uno acepta con plena conciencia: saber que, al ponerse el uniforme, entra en un mundo donde el deber pesa más que la comodidad, y donde la responsabilidad viene antes que cualquier interés personal.

La sujeción en las profesiones armadas tiene una naturaleza distinta a la obediencia común. No surge del miedo ni de una presión externa, sino de la convicción de que sin ese vínculo no existe cohesión, ni mando, ni confianza para enfrentar situaciones donde está en juego la vida de otros. Es un tipo de lealtad que encadena, pero no oprime; que exige, pero al mismo tiempo sostiene.

Ahora bien, sujeción no significa que la autoridad pueda actuar sin límites. La ley sigue siendo la brújula, la dignidad humana el punto de partida y el respeto mutuo la condición para que la estructura no se quiebre. Una orden absurda, torcida o caprichosa rompe la esencia del mando y deja de pertenecer a esa relación.

Al final, la sujeción es la columna que no se ve, pero es la que sostiene a toda institución uniformada. Es lo que permite que un grupo humano funcione bajo presión sin perder la cabeza ni el rumbo. Y es también la prueba silenciosa del carácter de cada miembro: aceptar el peso del deber sin quejarse, mantener la palabra dada y sostener el orden incluso cuando nadie está mirando.

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