La fábula del velero sin capitán

Homero Luis Lajara Solá

Cuenta la tradición marinera que cierto velero , orgulloso y veterano, amaneció un día atravesado en la rada, sin gobierno y con las velas hechas un desastre.

Los oficiales menores se reunieron con gravedad.

Unos culparon al viento traicionero del amanecer.

Otros al oleaje, que “parecía conspirar”.

Los más audaces responsabilizaron a los cabos y aparejos, que —según ellos— habían perdido carácter y tensión.

Durante horas, analizaron con solemnidad cada cabo, cada jarcia, cada nudo.

Llegaron incluso a interrogar a los marineros, por si alguno hubiera soñado con mala suerte.

Al final, el informe oficial se redactó con precisión casi poética: “El velero perdió el rumbo debido a fuerzas externas imprevisibles”.

Solo un contramaestre viejo, esos que ya no tienen nada que perder, comentó en voz baja mientras caminaba por la cubierta:
Nadie ha mencionado que el capitán abandonó el puente antes del amanecer.

Pero su observación quedó flotando en el aire, como una gaviota sin viento.

Hablar del capitán podía incomodar rangos, amistades o deudas pendientes. Y en ciertos mares, decir la verdad es más peligroso que un arrecife sin carta náutica.

Desde entonces, los marinos repiten en voz baja, casi como un refrán salado: “Cuando falta el capitán, la culpa naufraga con él… y todos miran al mar para no mirarse entre sí.”

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