Cuando la ayuda tiene precio

De mi bitácora (1997)

En 1997, siendo ayudante personal del entonces Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, me llamaron para pedirme la cédula.

Querían incluirme en un listado de militares que, según me dijeron, recibían sobres en efectivo de una entidad bancaria muy reconocida en ese tiempo.

Nunca supe con certeza el motivo ni el alcance de aquel listado, pero comprendí de inmediato lo que implicaba. Me negué con firmeza.

Un amigo de un amigo comentó luego: “es que ese no se deja ayudar”.

Esa frase, que en su momento sonó a reproche, terminó siendo uno de los mayores elogios que he recibido.

No era terquedad ni soberbia, sino la necesidad de preservar la dignidad para épocas en ese momento futuras, que ya son presente.

Aquel “no” me permitió mantenerme libre de compromisos, escribir hoy sin temores y hablar con la conciencia tranquila de quien no debe ese tipo de favores.

Porque la verdadera ayuda no se entrega en sobres.

Y hay momentos en la vida en que decir “no” es la única forma de decirse “sí” a uno mismo.

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