“La fecha del 16 de marzo del año 2010, ha quedado grabada en mi mente para siempre. Ahí empezó la historia que marcó mi vida, porque no podría imaginar la jugada cruel que el destino me había preparado.
“Todavía reflexiono y pienso en el peso de las señales, aquellas que obvié, que quizás Dios, o la propia vida me enviaron para que suspendiera ese viaje. Si, ese viaje que me convirtió en objeto de la tercera actividad ilícita más lucrativa de este mundo en que vivimos: la trata de personas”.
Quien así habla es Cristina Ogando, madre de dos niños, uno de ellos muy enfermo, cuyo testimonio aceptó ofrecer: “sólo para que esto que me pasó a mí, no le suceda a más mujeres, ni dominicanas, ni de cualquier país”.
Ogando insiste en denominar “señales” las cosas que le ocurrieron en esos días antes del viaje: “cuando vine a la capital a sacar el pasaporte, fui víctima de un atraco y me llevaron todo mi dinero.
“Otro presentimiento que debí tomar en cuenta, fue que un familiar comprometido en prestarme RD$ 80 mil pesos, a última hora dijo que no podía. Por si fuera poco, ya iniciado el vuelo que me llevaba a Trinidad y Tobago, el avión tuvo muchas turbulencias, creíamos que nos íbamos a caer”.
Escapan los sollozos y palidece el rostro. La impotencia se multiplica en palabras, que ahora sirven de alivio…
La llegada
“Sigo pensando que si mi hubiese llevado por mis instintos, quizás eso no me habría ocurrido. Pero, aquella amiga, la que me propuso el viaje, aseguró que varias personas habían viajado antes y les había ido muy bien. Yo trabajaba en la capital, en una casa de familia, entonces dejé todo y me fui a mi pueblo a pedir dinero prestado para poder comprar el pasaje”.
-¿En qué momento se dio cuenta de que era víctima de una trampa?
“No fue enseguida. Al llegar a ese país, un oficial me recibió en la casilla de migración, preguntó el número telefónico y nombre de la persona donde iba; o sea, los datos de mi tratante, a lo que accedí sin sospechar la verdad. Comprendí después que él tenía en sus manos toda la información”.
-¿Qué sucedió entonces?
“La misma mujer que me contactó aquí, estaba esperando, junto a otras personas en el aeropuerto. Me llevaron a comer, y explicaron que viviría en una casa con más mujeres, la cual pagaríamos entre todas. Eso fue lo que me dijeron.
“Cuando llegué al lugar, al entrar a una habitación, me quitaron el pasaporte y mil dólares y me dijeron que tenía que trabajar en un negocio de prostitución. Respondí que eso no era lo que me habían dicho y ella me gritó que si quería irme tenía que buscar los 2 mil dólares que faltaban. Ese fue el instante en que me dí cuenta del engaño.
“Me dijeron que había que pagar 200 dólares semanales, el pasaje del taxista que iría a buscarme para trasladarme al negocio y aquella mujer se quitó la máscara completamente, cuando sentenció que iría los domingo y miércoles a buscar sus dólares, si no, tendría que responder a las consecuencias. Fue ese momento en el que exclamé llorando: ¡ay Dios mío, en que lío me he metido!”.
De lo que tuvo lugar a partir de entonces la muchacha habla con terror, sobre todo cuando recuerda la manera en que tuvieron que huir de los perros que inmigración echaba tras ellas al realizar redadas; o las amenazas de sus tratantes advirtiéndoles que si se iban sin pasaporte, caerían presas y tendrían que pagar una multa de 400 dólares: “Hubo ocasiones en que corríamos por unos cañaverales y saltábamos una cañada, para poder escapar de inmigración. Luego, sin saber qué hacer ni a quién recurrir volvíamos a lo mismo”.
Sin poder delatar a nadie y amenazada, la dominicana convivió con quince mujeres más, divididas en dos casas. Solo se les permitían salir una vez al mes, en compañía de su tratante a depositar algún dinero a sus familiares en el país, si es que podían ahorrarlo: “Encima, en el bar donde nos tenían fuimos maltratadas físicamente muchas veces; hasta hubo un cliente que intentó ahorcar a una compañera con 2 condones. Yo misma recibí muchísimos golpes”.
-¿Cómo lograste salir?
“Era tiempo de elecciones en Trinidad y Tobago y la policía realizaba operativos contra los emigrantes. El dueño del negocio nos entregó los pasaportes por miedo a ser sancionado debido a que tenía ilegales a su servicio, pero nos mantenía allí. La pregunta seguía siendo ¿hacia dónde nos podíamos ir y sin dinero?
“Para suerte mía, una de las muchachas que había escapado se casó con un hombre que accedió a ayudarnos y acogernos en su casa. En el sitio donde nos explotaron quedó una de las jóvenes, temerosa, porque le habían dicho que estaban contratados unos matones y que si quedábamos vivas no lo contaríamos”.
-¿Recibiste alguna ayuda?
“Un muchacho me dio 20 dólares, con los que pude comprar una tarjeta y llamé a la casa de familia donde yo trabajaba, aquí en Santo Domingo, para que me mandaran un pasaje. Ellos enseguida contactaron con el Centro de Orientación e Investigación Integral (COIN)”.
El regreso…
Tres meses después, el 23 de julio del 2010, llegó a suelo dominicano Cristina Ogando: “al principio vivía en un estado de nervios tremendo, no podía dormir. Cada vez que sentía un vehículo estacionarse cerca de mi casa me invadía el terror. Pensaban que iban a buscarme de nuevo y la pesadilla seguía.
“Tengo que dar gracias al COIN, de quien he recibido ayuda sicológica para poder superar tantos traumas. Trabajo nuevamente, como doméstica, con las personas de antes; vendo zapatos por encargo, a ver si logro costear la deuda generada por este viaje. “Sinceramente, les confieso que vi la gloria cuando ese centro que ayuda a las mujeres me recogió. Yo no sabía cómo iba a salir de ahí”.
Pese a las injurias vividas, Ogando se ha vuelto a reinsertar a la sociedad. Como periodistas, quienes escribimos estas líneas intentamos resumir tanto dolor, bochorno y sentimientos indescifrables en estas cortas líneas. Como mujeres, sentimos su dolor en carnes propias y comprendemos que el ¡ya basta! a la explotación sexual de mujeres, niñas y niños tiene que hacerse realidad cuanto antes.
Expertas opinan
Interrogada acerca del funcionamiento de la casa de acogidas que existen en el territorio nacional, Marianela Carvajal, encargada del Centro de Acogida para Personas Objeto de Trata perteneciente al COIN, considera que no obstante a que el problema de la trata de personas ha tomado auge en República Dominicana y que es una de las actividades ilegales que mueve más dinero en el mundo, después del mercado de las drogas y armas, no existe aún una política de Estado efectiva, ni se destinan recursos suficientes para combatirlo.
Explica Carvajal que no es necesario que se instalen muchos albergues, sino la creación de Centros de Atención Ambulatorios, a fin de darle seguimiento a los casos de las mujeres tratadas que llegan a la casa de acogida, para lograr así su plena reintegración social y económica:
“Debemos realizar prevención, pero una prevención que pueda llegar a los rincones más remotos del país, donde muchas veces viven estas mujeres. Más que campañas publicitarias hay que involucrar a las juntas comunitarias de los campos y ayuntamientos. Tenemos que crear conciencia ante la sociedad, ya que hay muchos casos donde son los mismos familiares de las víctimas quienes las involucran en ese negocio; incluso hubo un caso de una madrastra que implicó a su hijastra en este engaño y luego de que la denunciara la mando a matar”.
No obstante, refiere la experta que la política de muchos países en detener a alguien por no tener papeles impide reconocer cuándo se es víctima de trata. El procedimiento para deportarlas amerita 22 días de cárcel, como si fuera una criminal y eso hace que la mujer huya y vuelva con el abusador.
Según el criterio de la especialista, una de las razones por la que no se erradica la trata de personas es porque en este negocio se involucran individuos de mucho poder.
– ¿Recibe el COIN apoyo estatal?
“El único apoyo que recibimos es el pago de dos empleados por el Ministerio de la Mujer, sin embargo, nos mantenemos elaborando propuestas dirigidas a los organismos internacionales para fines de ayuda financiera”.
La trata de persona es un delito que atenta contra los derechos humanos y vulnera la esencia misma del individuo, así como su propia vida, libertad, integridad y dignidad, en la medida que son alquilados, comprados o vendidos. Se considera un crimen que anualmente afecta a millones de seres humanos en el mundo y es visto como un proceso que comienza con el reclutamiento y termina con la explotación de las víctimas por bandas del crimen organizado.
Aunque en el país y en el mundo no existen estadísticas precisas sobre la trata, se estima que anualmente, unas 800 mil personas son víctimas de este negocio a través de la frontera internaciones y muchas dentro de su propio país.
En República Dominicana se consideran más de 400 redes dedicadas a este negocio, por lo que para combatirlo se necesita la toma de conciencia acerca del alcance y el peligro que representa.
Arabelis Mejía Lebrón, técnica en Política Social y Migración y experta en el tema de trata de personas, afirmó que en este ejercicio las más vulnerables son las mujeres, por ser quienes más emigran y por cuya condición están sujetas a caer en las trampas de sus explotadores.
Las mujeres emigran a diferentes países y en el caso de las dominicanas, en su mayoría van a España, por la facilidad del idioma, algo que les permite introducirse en la industria del trabajo.
Sin embargo, la experta aclaró que al caer una mujer en la red de tratantes, producto de su trabajo, se convierte en objeto de esclavitud o explotación. Dijo, además, que la mendicidad, el trabajo forzado y doméstico también se ubican dentro del renglón de trata, contrario a la creencia de que esto sólo se aplicaba a la prostitución y explotación sexual.
Mejía Lebrón refirió que en el caso de República Dominicana, muchas mujeres viajan con ofertas de trabajos de casas de familias, salones de belleza, o para atender niños y terminan explotadas laboralmente.
También se clasifican en este ámbito cuando no reciben las remuneraciones correspondientes por el trabajo que realizan, o lo hacen en jornadas de largas horas.
Además, en muchos casos son sacadas del país a sabiendas de que van a ejercer la prostitución; pero, ignoran que la labor a desempeñar no será para su beneficio, sino para los tratantes.
“Hay víctimas que saben a lo que van; pero, no conocen que tendrán que acostarse con 30 hombres durante una sola noche, hasta que supuestamente salden la deuda que tienen con los tratantes”, señaló la funcionaria.
El Centro de Orientación e Investigación Integral (COIN), es la entidad de acogidas en el país, de las mujeres víctimas de trata. Dicho organismo tiene como finalidad la asistencia, lucha y prevención del delito, así como darles la ayuda necesaria para que puedan reintegrarse a su vida normal, luego de haber pasado por esta situación.
De acuerdo con la sicóloga del COIN, María Esther Carbusia, los traumas más comunes por los que pasan las féminas son: delirio de persecución, baja autoestima, desconocimiento de su identidad, sentimiento de culpa y doble personalidad.
Explicó que muchas mujeres llegan a experimentar trastornos siquiátricos, como crisis de ansiedad severa, esquizofrenia y otras perturbaciones que van más allá de las posibilidades del COIN, ya que la entidad no tiene el personal adecuado, ni con qué hacerle frente a la problemática.
Sin embargo, el organismo trabaja con otras instituciones que cuentan con departamentos de siquiatría y establecen acuerdos institucionales para darles la asistencia requerida.
Además de la falta de recursos para ofrecer asistencia a las tratadas, uno de los principales problemas identificados en la lucha contra este delito es la falta de coordinación entre las autoridades, como la Policía y Migración. Otra gran dificultad es la impunidad que favorece a los tratantes y el desconocimiento de los derechos de las víctimas.
Carbusia criticó lo que contribuye a que el país esté entre las naciones más afectadas por el flagelo y es que pese a la existencia de la Ley 137-03, que condena el Tráfico Ilícito de Migrantes y la Trata de Personas, tan específica en lo relativo a este delito, en los tribunales lo tipifican como estafas, robos o secuestros, lo cual favorece que los imputados obtengan penas leves y se multipliquen los sufrimientos de las personas tratadas, denominado dicho fenómeno como la esclavitud del siglo XXI, ese que arrastró con los sueños de Ogando y los convirtió en pesadillas (una más entre miles y miles).
