En los últimos meses he visto cómo la República Dominicana ha sido objeto de condenas y denuncias internacionales, porque sus autoridades se niegan a cumplir con los supuestos derechos de cientos de personas que dicen ser de nuestra nacionalidad, y de sentirse igual a los nacidos aquí y ser verdaderos dominicanos que llevan en la sangre el sentir de nuestra patria.
Aunque el tema no es nuevo, es un asunto que lleva años, vemos con rostro espantado las veces que nuestro país es llevado cada cierto tiempo al banquillo donde se le señala como nación que atropella, maltrata, discrimina y aborrece a nacionales vecinos que, por cosas inexplicables del destino, tenemos al lado, y con quien tenemos que compartir la isla hasta el final de los tiempos.
Las protestas escenificadas recientemente frente a nuestro insigne parque Independencia en la que un grupo de personas que dicen ser dominicanos exigían la documentación, entre otros supuestos derechos, ha sido motivada por el afán de querer permanecer y ser parte de este lado, no importa cómo, sino lograrlo de alguna manera, aún sea, procurando aliados internacionales, aún sea, inventando calumnias, aún sea, enmarañando la realidad.
Muchos, por no incluirlos a todos en el mismo rango, no se sienten identificados con nuestras causas; sólo les interesa salir del suelo que no le ofrece ninguna garantía: salud, alimentación, cobija, ni modo de producción para sostener a sus vástagos, ni mucho menos seguridad, derechos que desean encontrar aquí.
Acompañados de compadres de organismos internacionales, sólo les interesa pisotear nuestra institucionalidad, con su afán desmedido de querer formar parte de nuestra patria, así sea, exigir de cuántas formas fuere que se les incluya en el listado de la Junta Central Electoral y de las entidades donde están inscritos los verdaderos hijos de estas tierras.
Ante esta realidad, está lejos que les importe ni les interese saber las letras de nuestro canto patrio, ni quiénes nuestros Padres de la Patria, ni nuestros símbolos que nos identifican como nación, ni nuestro sentir de libertad, ni de nacionalidad, ni nuestros derechos, ni nuestra historia, en fin, nos les importa mas que, escurrirse de la falda de naciones poderosas, para que ellos les echen el pleito, y les lleven, como pretenden y sueñan hacerlo, compartir nuestro territorio.
Los aires navideños me han hecho renacer el amor y el orgullo a mi patria querida, mi Quisqueya encantada, y es propicio el momento para reproducir algunos párrafos del artículo que escribiera el 24 de julio del pasado año 2011, publicado en mi página o blog “desdemioptica.blogspot.com”, motivada por un reporte del periodista Teuddy A. Sánchez, sobre un hecho que me conmovió profundamente sobre escolares de un liceo en la provincia de Barahona, en su mayoría haitianos, se niegan a cantar nuestro Himno Nacional.
“Sencillamente hermosa es la estrofa de inicio de nuestro Canto Patrio, como son todas las demás que lo componen en que nos invitan, a todos los dominicanos, a sentirnos orgullosos de nuestra nacionalidad, de nuestra Quisqueya que levanta su bandera y a viva voz grita al mundo que es libre, y que sierva de nuevo jamás.
La música que acompaña las letras de nuestro canto nacional reflejan el amor e identificación con nuestra República Dominicana que sintieron los insignes Emilio Prud’homme y José Reyes.
Yo me pregunto ahora ¿qué dominicano ó dominicana puede negarse a cantar nuestro himno cada día, en la apertura y cierre de jornadas escolares, tanto en centros públicos como privados; en actos oficiales, y cuántas veces sea necesario hacerlo durante el día, repito, ¿qué dominicano, nacido en las mas hermosas tierras que ojos humanos hayan visto, se puede negar a sentirse identificado con nuestro himno?. Ninguno, me respondo.
No podemos pedirles a las palomas que les tiren a las escopetas, aunque sí pedimos que llueva café, y otros, como yo, el fin de las guerras, cosas utópicas. El nacionalismo se lleva en la sangre, viene en las entrañas cuando se nace y no muere cuando se muere, se queda rondando y se enclava en el viento cuando soplan brisas de querer mancillarlo.
La denuncia no es tan simple, para no cantarlo y estar ahí cuando se enasta la bandera, los escolares, en su mayoría, llegan 10 o 15 minutos más tarde, al centro de estudios ¡vaya qué cosas!
Si bien no se sienten identificados con nuestra nacionalidad, aunque algunos hayan nacido aquí, creo que debe primar el valor del agradecimiento.
Si viven aquí, si por años le hemos permitido a sus padres ilegales que trabajen aquí, se han alimentado con nuestros productos, les hemos dado escolaridad en escuelas construidas por nuestros gobiernos, con recursos de los bolsillos de los dominicanos; les hemos dado atenciones médicas, les hemos dado condiciones humanas de libertad de tránsito y de considerarlos seres humanos, les hemos mostrado el sentimiento de la solidaridad y les hemos dado, sobre todo, nuestra hospitalidad, entonces ¿Por qué negarse a interpretar nuestro himno?.
Qué lástima que este hecho esté ocurriendo en Barahona, y quizás y sin quizás, el fenómeno se esté dando en otras localidades del país, pero sin denunciarlos.
La denuncia es conocida por el profesor Domingo Batista Feliz, también miembro de la Asociación Dominicana de Profesores –ADP-, quien ha señalado que más del 50% de los estudiantes del liceo José A. Robert, de Barahona, tienen raíces haitianas.
El profesor ha expresado que esa masa de estudiantes no se siente identificada con los símbolos patrios, «por lo que me siento preocupado por ser parte de la comunidad educativa de ese liceo”.
Dijo que eso no solo ocurre a la entrada a la docencia, sino a las 6:00 de la tarde cuando se está bajando la Bandera Nacional.