La señora Francisca Reyes, de 69 años, y Matilde Lorenzo, de 23, residen en comunidades distintas de San Cristóbal, la primera en Najayo y la segunda en Hatillo, pero sus condiciones sociales las obligaron a compartir el mismo espacio en un pasillo del hospital Juan Pablo Pina, de esta jurisdicción, donde asistieron en busca de atenciones médicas.
La emergencia de adultos está repleta, en las tres camillas que posee, los médicos asisten a los aquejados, rodeados de familiares que a duras penas les permiten hacer el trabajo. Al otro extremo, en medio del mismo escenario, dos o tres facultativos toman los datos de los que van llegando, al tiempo que revisan exámenes, estudios de rayos equis y formulan nuevas indicaciones.
El espacio es pequeño para la cantidad de personas que llega en busca de asistencia, haciéndose más precario por el flujo de gente que entra y sale, dando una similitud de mercado popular, condición que ocurre pese a que la entrada principal es controlada por una seguridad y dos policías.
Igual situación se observa en las emergencias de pediatría y ginecología, donde las mujeres se quejan de la suciedad de estos espacios, así como de los baños, los cuales, a su juicio no están aptos para ser utilizados por una embarazada, porque estaría expuesta a adquirir algún microbio. Mujeres consultadas dijeron que los sanitarios están deteriorados y se mantienen con los pisos llenos de orina y en algunas ocasiones hasta de evacuaciones fecales.
Al cruzar la emergencia de adultos, están los pasillos que dan acceso a la parte interior del hospital, observándose a seguidas las repletas salas de internamientos. En ambos extremos hay colocados bancos de metal, utilizados como una extensión de las salas de emergencias. Aquí los enfermos, unos de pie y otros sentados, son asistidos por parientes y medicados hasta que sus dolencias mejoran.
Todos tienen un suero sostenido en alto por un familiar, otros caminan aguantándolos por sí mismos. Entre todos estos pacientes están la señora Francisca y la joven Matilde, ambas tratadas por espasmos estomacales. Estas dos damas contaron que pasaron toda la mañana en esas condiciones, primero permanecieron más de 30 minutos de pie, porque no había camillas, ni sillas, ni un banco donde pudieran acomodarse.
Criticaron que un hospital de esas características, donde a diario asisten cientos de personas, se mantenga en tan precarias condiciones. “Esto es deprimente”, abundaron.
“Aquí a la gente la tratan como animales, el servicio es un desastre, los baños están muy sucios y si una no tiene seguro, o dinero no lo atienden”, relató una embarazada.
Las historias sobre las malas atenciones en el Juan Pablo Pina van y vienen, y son comentadas no solo por los afectados, sino por motoconchistas y vendedores de comidas, con quienes los enfermos encauzan la rabia contándoles sus dolencias.
Entre los relatos está el de un niño que fue llevado por sus padres con una herida que requería sutura, pero lo despacharon a la casa porque no podían pagar el trabajo.
Otra historia es la de una mujer, que luego de ser ingresada para operarla de una hinchazón en una pierna, la enviaron a su casa por no tener dinero.
Las habituales reseñas describen, además, el mal trato de que son objeto las parturientas haitianas, las cuales, de acuerdo a los relatos, son rechazadas por el personal médico. Se dice que recientemente una madre haitiana por poco expulsa su criatura en la sala de espera, donde permaneció por varias horas esperando ser atendida.
Al final, la criatura murió debido a que la mujer empezó la labor de parto en una silla y cuando decidieron atenderla ya el bebé estaba a medio salir, condición que le ocasionó el deceso.
Entre las crónicas más recientes está las de dos médicos internos de ginecología, una hembra y un varón, que al parecer hicieron contacto con una gestante infectada de VIH, la cual no tenía record, ni se le había dado seguimiento durante el embarazo, por cuya causa se ignoraba su condición de salud.
Según cuentan, el médico responsable del turno, al momento del parto se quedó acostado y presionó a los dos estudiantes para que la atendieran sin su supervisión.
Supuestamente, en los momentos que la suturaban, el doctor se pinchó un dedo, mientras que su colega tomó el recién nacido sin protección, haciendo contacto la sangre con una laceración en una de sus manos.
El comentario fue confirmado por el doctor José Ramón Lorenzo, asistente del director Miguel Ángel Geraldino Oller. Dijo que ambos médicos fueron tratados de inmediato con medicamentos preventivos y que les están dando seguimiento para verificar su estado.
Sobre la situación de hacinamiento observada en las emergencias, Lorenzo lo atribuyó a que atienden unas 300 personas diarias, debido a que es un hospital general y reciben enfermos de muchos lugares.
Adelantó que en unos 15 días, la nueva emergencia, inaugurada por el expresidente Leonel Fernández hace más de un año, será puesta en funcionamiento y que a partir de entonces el servicio mejorará, porque contarán con espacos, camillas, equipos y personal suficiente para ofrecer un servicio de calidad.
Iguales quejas expresan las personas que sufren fracturas, puesto que en el departamento de trauma nunca hay insumos para atenderles sus dolencias. Según algunos lesionados, luego que revisan e indican los estudios de lugar, les dicen que deben comprar las vendas de yeso y el algodón para inmovilizar la rotura.
Estos insumos son despachados en un negocio ubicado justo al frente del hospital, que de acuerdo a testimoniantes, pertenece a unos de los médicos de ese departamento. Esto fue negado por el doctor Lorenzo, asistente del director.
