Lecturas de la novela de hoy (y IV)

MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN [mediaisla] La novela como género está ahí, intacta y revolucionaria. Y aunque se note poco, existen escritores  jóvenes que escriben y publican desde ciertos márgenes, muy fuera de las grandes editoriales, del mercado y con el apoyo académico.
 
Al llegar a este punto de nuestro recorrido por los senderos de la novela y su lectura, sería conveniente hacer una síntesis de las ideas o de las intenciones que hemos tenido durante su decurso. En la primera parte, hemos intentado explicitar la novela como género dúctil, como forma cambiante, es decir, deslindar los juicios o las distintas maneras en que la novela se nos presenta como género, como construcción lingüística.
He querido significar que la novela no tiene una forma establecida y que ella se nutre de todas las formas, temas y valores de lo humano. De ahí que la novela sea una estructura-espejo de la sociedad que toma distintas formas. En la mímesis, los autores retoman formas ya establecidas en el novelar o inventan nuevas formas, de ahí la ductilidad del género. En cuanto al lenguaje, he separado los conceptos de lengua y lenguaje, como facultad humana y realización del sujeto en la lengua, teniendo presente que es éste quien crea la obra literaria como artefacto artístico.
 
No basta que una novela esté bien escrita, es decir, que domine el código, la gramática o la ortografía, es necesario que el lenguaje literario sea llevado hasta un punto de creación que enriquezca la expresión. Entonces estamos hablando de creación, de la comunicación estética, que es la instauración de la belleza a través del lenguaje. También hablamos de la forma, que es importante en el arte, pero la novela no es sólo representación. Es necesario que todos sus elementos estén coherentemente dispuestos y que produzcan la obra como arte.
 
Es necesario tener en cuenta, además, que la expresión novelística no se circunscribe a enunciar la verdad del mundo, como un estar ahí, sino que se construye en la expresión de la verdad como evento, como acontecimiento del Ser (Heidegger) que se encuentra arrojado al futuro. De ahí que entendemos que la novela como arte, debe ser una estructura que no solamente hable de la verdad del mundo, sino de la verdad del ser, de su arrojo. Entendemos el arte como la expresión simbólica de mundos posibles. Es por esta razón que hemos hecho énfasis en el aldilá, el más allá, o trascendencia, que la obra debe plantear a sus lectores.
 
Este es un problema capital para el novelar en los tiempos que corren. El arte vive su muerte hegeliana. Por eso hemos trabajado en el tercer artículo la idea de la deshumanización del arte, como concebía la novela José Ortega y Gasset en un momento de la historia literaria cuando ésta presentaba cambios significativos y trazaba una diferenciación con el novelar de la centuria anterior, el siglo XIX. Como relación del género con su tiempo en una mirada de larga duración vimos cómo la novela cambió la manera de representar la realidad en Joyce, Proust, Kafka y Faulkner, cambios que alejaron, a mi manera de ver, la novela del gran público y la empujaron a refugiarse en la academia.
 
La gran novela académica pasó a ser el objeto de los especialistas que, aplicando nuevos métodos críticos, le dieron al género un giro en cuanto a su estudio y a su producción. Por eso, pasamos de Lukács a Goldmann, de Barthes a Genette, de Bajtín a Vargas Llosa o a Milan Kundera; la novela tiene teoría, pero también nuevas formas de lectura. Dentro de  lo carnavalesco, lo real-maravilloso, lo fantástico, la novela existencial, o policial, la novela del dictador… la academia ha enseñado otras maneras de leer la novela y ha influido en su escritura, como ocurrió con las teorías del Nouveau roman.
 
La academia occidental se nutrió en los años cincuenta de todas las teorías lingüísticas y semióticas que pasaron de Alemania a Rusia; a principios de siglo, continuaron en la Europa del Este y terminaron en Francia creando nuevos movimientos epistémicos. Los saberes nuevos desplegaron una manera distinta de leer y, por tanto, de escribir la novela.
 
El género que parecía agotado en los años veinte, crea en Europa formas morosas, herméticas, fragmentadas, perspectivísticas de representar la realidad y encuentran ecos en la literatura estadounidense, que influyen en la literatura Hispanoamericana. Hemos postulado —recordando a Carpentier— que la novela adquiere en América una nueva vitalidad al expresar el mundo latinoamericano, y al sintetizar las formas viajeras de la lengua, de las distintas construcciones genéricas, con planteamientos nuevos como la expresión de la realidad americana, el realismo mágico (Asturias, Pietri, García Márquez), lo fantástico (Borges, Felisberto Hernández), lo real-maravilloso de Carpentier, unido a temas definitorios de nuestra realidad, el paisaje, la dictadura, la relación con el pasado, las guerras fratricidas, los estilos de vida, las odiseas nacionales… que le dieron a Hispanoamérica una caracterización fundamental.
 
Este mestizaje de nuestra cultura que logra la independencia definitiva del español como lengua y que funda la literatura hispanoamericana como una de las más importantes entre todas las literaturas universales, muestra que la novela ha sido el medio dúctil que nos ha ayudado a expresar un mundo distinto mediante la literatura que va más allá de la representación de la verdad, porque ella está abierta hacia el futuro.
 
Hace cincuenta años esta literatura fue descubierta por los editores españoles (Seix y Barral) y su publicación causó un Boom editorial en el que participaron autores nuevos (García Márquez y Vargas Llosa) y otros ya conocidos como Borges, Cortázar, Carpentier y Lezama Lima. El Boom constituyó el reconocimiento definitivo de una literatura que venía cuajando sus formas mestizas.
 
Ahora bien, cuando hacemos un balance de las obras del Boom, que muy bien han quedado como monumentos, tenemos que plantearnos un problema capital, ¿cuál es la influencia que esta obras tienen hoy día en los lectores hispanoamericanos? Un poco ante de morir, Carlos Fuente publicó La gran novela hispanoamericana (2011) en donde reflexiona sobre la novela y sobre el Boom de la literatura Hispanoamericana. El hizo público un canon de la novela del Boom. Recordamos algunas y agregamos otras, pues son conocidas de todo lector preocupado por nuestra literatura: Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa; Yo, el supremo, de Augusto Roa bastos; La vida breve, de Juan Carlos Onetti; El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, de Tres triste tigres, de Cabera Infante, Paradiso de Lezama Lima, La región más transparente, de Carlos Fuentes, Rayuela, de Julio Cortázar, El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, Pedro Páramo, de Juan Rulfo y tantas otras que el lector pudiera agregar… ¿cuál es el alcance de estas obras en los días que corren? ¿Cómo circulan, qué éxito de venta les acompaña hoy día? Por lo que pudiera aportar a quien hace estas reflexiones, son obras extraordinarias que constituyen objetos de estudios en las universidades, a las que se les aplican las técnicas de Bajtín, Barthes, Goldmann, Foucault, las del estructuralismo, el post estructuralismo o el posmodernismo, la desconstrucción, los estudios culturales y postcoloniales: todas las líneas de investigación que se reiteran en la academia.
 
Y esto viene a bien para darle cimiento a mi observación, la novela ha perdido el gran público. La novela ha pasado a ser un género para la lectura académica. Y si puedo agregar algunas obras, muy bien lo haría con aquellas en las que República Dominicana y Puerto Rico que obtuvieron accésits en el concurso Biblioteca Breve: Escalera para Electra, de Aída Cartagena Portalatín, y Figuraciones en el mes de marzo de Emilio Díaz Valcárcel, ¿Qué destino han tenido estas novelas más allá del escarpelo del académico o del graduando doctoral?
 
La novela como género está muy ligada a los cambios sociales de los lectores. Cierto es que ella debe expresar al mundo, los grandes temas sociales, nacionales, las grandes preocupaciones de la sociedad. Pero la sociedad misma cambia sus hábitos de lectura y estos influyen en la novela. La forma de leer era distinta en el siglo XIX, cuando escribía Balzac o cuando escribía Dostoievski; la aspiración letrada era distinta y la burguesía en ascenso quería competir en cuanto a la posesión del saber con la nobleza en retirada. De los sabios pasamos al especialista; nuevos saberes y nuevas formas de entretenimiento cambiaron el panorama en el que actúa la novela.
 
No quiero dejar de ver en del Boom latinoamericano otra manera, muy nuestra, de leer la realidad. Hubo movilidades sociales, económicas y culturales, la forja de grandes centros de producción simbólica que cambiaron la academia, el arte y la cultura. Desde los años setenta, esa nueva cultura de la lectura fue atacada por la sociedad de consumo que reduce todos los valores a su estrategia económica. El arte de novelar en la sociedad de consumo pasa por los filtros editoriales y aunque se lee y se escriban obras significativas, no es menos cierto que aquellas que no lo son aparecen con más frecuencia, tienen mayor publicidad, y cierta estima en lectores y editores.
 
Es difícil realizar el deslinde entre los bueno y lo comercial. Y pasan por buenas las que son mediocres. Se difunde todo, porque los cedazos que antes permitían la visibilidad de la buena literatura, o se han transformado o han desaparecido. Vivimos en el mundo de la superabundancia de información y es casi imposible clasificar, valorar, criticar, situar, distinguir todo lo que se publica y que pretende ser objeto artístico de envidiable calidad.
 
Tal vez estemos regresando a la Edad Media, y así como en aquella época los conventos se convirtieron en santuarios para las grandes obras, tal vez hoy sean las universidades los lugares de conservación de lo más excelso, de lo que queda como obra literaria de valor. Por lo demás, nos resta, entonces, concluir con la afirmación siguiente: la novela como género está ahí, intacta y revolucionaria. Y aunque se note poco, existen escritores  jóvenes que escriben y publican desde ciertos márgenes, muy fuera de las grandes editoriales, del mercado y con el apoyo académico.  Son estos creadores quienes impulsan nuevas trasformaciones del novelar; nuevas maneras de trabajar el género, nuevas formas de representar la realidad y un combate constante con la literalidad de la obra, en contra de la literatura comercial, de su ser como verdad, como mercado, como ser ahí, que da valor al mercado. Son las suyas, en contraposición, las novelas que expresan el aldilà, el más allá, el mundo posible. | maf, caguas, pr

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