Refugiados sirios: Sólo con la ropa puesta y un futuro incierto

Damasco.- Vivieron durante generaciones en la tierra de los ancestros pero tuvieron que abandonarla igual que a sus propiedades, y muchas veces ni eso, pues fueron destruidas por la guerra. También dejaron atrás a familiares, o simplemente sus restos.
 
Es sólo el inicio del drama de los refugiados de la guerra en Siria.
 
Según cifras de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), actualmente más de seis millones de sirios han huido de las zonas de combate, donde vivían y trabajaban, principalmente por temor a morir.
De ellos, unos 4,25 millones lo han hecho dentro de los límites de su país, en tanto otros 2,2 millones de sirios han optado por trasladarse principalmente a naciones vecinas como Líbano, Jordania, Irak y Turquía, y algunos más lejos, a Egipto. En su viaje a la incertidumbre, la mayor parte sólo se llevó la ropa que tenía puesta.
 
Así, se calcula que en Jordania hay unos 660 mil refugiados de Siria, muchos de ellos albergados en congestionados campos de refugiados, como en el de Zaatari, que cuenta con una población de unas 125 mil personas, lo cual lo convierte de hecho en la cuarta mayor «ciudad» jordana.
 
Una cifra similar a la de Jordania se encuentra en Turquía, de los cuales unos 200 mil malviven en campamentos improvisados, mientras el resto se reubicó como pudo principalmente en Estambul y Ankara.
 
En tanto, unos 35 mil kurdos del noroeste de Siria han escogido a Irak como destino, movidos en esa dirección por razones principalmente étnicas.
 
Mientras, la mayor parte de quienes han salido del país se han dirigido al Líbano; sólo entre los que se han registrado oficialmente suman unos 770 mil emigrantes temporales, aunque estimados no muy descabellados calculan el total en 1,3 millones, lo cual representaría un 30 por ciento de la población libanesa.
 
Un fenómeno nuevo
Las migraciones humanas a causa de las guerras no son un fenómeno raro, constituyen más bien la regla. No obstante, tanto por las causas concretas como por su magnitud, el actual fenómeno de los desplazados sirios no tiene paralelo.
 
Desde su inicio hace unos 30 meses, la guerra en Siria se caracterizó por la violencia desmedida de los extremistas islámicos que pretenden derrocar el gobierno del presidente Bashar al-Asad con el abierto apoyo de varios países, encabezados por Estados Unidos y Arabia Saudita.
 
También resulta determinante que los escenarios de lucha han sido con demasiada frecuencia las zonas habitadas, ya sean grandes ciudades como Alepo o Homs, o cuanto pueblo se encontrara a su paso.
 
Pero hay otro elemento clave en el asunto: acorde a la interpretación extrema del Islam de muchas bandas armadas, quien no comparta su mismo pensamiento religioso se convierte automáticamente en un blanco legítimo para ellos, sean civiles o militares.
 
De esa manera, a inicios de agosto de este año, por ejemplo, en la provincia de Latakia, costa mediterránea, esos grupos armados asesinaron a 190 civiles en una docena de villas cuyos habitantes pertenecían a la rama alauita del Islam, secuestrando además unas 200 mujeres y niños.
 
Otras atrocidades las han grabado en video y difundido en YouTube, como la ejecución de la familia de un militar alistado en el Ejército, ocasión en que degollaron vivo al varón que permanecía en casa, disparándoles además a dos mujeres.
 
Y como muestra del extremo a que puede llegar el irrespeto por la vida humana de esos grupos, está el ataque químico contra la localidad de Goutha oriental, en la capital siria, el pasado 21 de agosto, de cuya autoría por parte de los extremistas islámicos tanto Damasco como Moscú han presentado evidencias.
 
Más allá de los números
Desde cierto punto de vista, haber escapado de esa realidad pudiera considerarse una suerte para los civiles desplazados, pero la situación en los países de destino está muy lejos de poder calificarse de acogedora.
En Turquía, quienes han alcanzado ciudades como Estambul sobreviven acampados en parques y plazas públicas, sin acceso al trabajo, mientras los niños suelen verse mendigando en los semáforos.
Son escenas que se repiten en varios países de la región.
 
Otra cara del fenómeno son los campamentos de refugiados, en algunos casos verdaderos almacenes de seres humanos, como el jordano Zaatari.
 
En esa ciudad de tiendas de campaña muchos niños, según denunció el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), se ven obligados a trabajar, a menudo en labores agrícolas riesgosas como la diseminación de insecticidas.
 
Se dan además situaciones de tráfico humano, que afecta sobre todo a jóvenes sirias en esos lugares, en tanto las escuelas improvisadas no dan abasto, comprometiendo la instrucción de la niñez, cuyo desenvolvimiento social futuro quedará irremediablemente lastrado.
 
Tal es la situación en Zaatari donde, según reveló el diario palestino al-Manar, decenas de miles de refugiados han regresado a su país huyendo del abuso por parte de las tropas jordanas, sobre todo a mujeres y niñas.
 
Por otra parte, los refugiados dentro de las fronteras sirias, en uno de los mayores éxodos jamás registrados en la historia, tienen una mejor situación, con respeto por su dignidad, pero las condiciones económicas de sus vidas distan de ser ideales.
 
Mirando el problema de manera desapasionada, sin dudas la guerra terminará algún día y esos millones de personas podrán regresar a sus lugares de origen, pero nunca más a su vida anterior: tras la guerra, con sus miles de muertos, las casas pueden ser reconstruidas; los hogares, no.

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