Mientras el director de la estadounidense Agencia Nacional de Seguridad (NSA), Mike Rogers, busca reparar el daño causado a la agencia por las filtraciones de sus programas de espionaje electrónico, los abusos del Gobierno revelados como consecuencia del escándalo del Watergate están presentes en su mente.
Siendo un adolescente que vivía en Chicago en la década de 1970, Rogers recuerda ver la televisión con su familia y quedar horrorizado por cómo la CIA, el FBI y la NSA habían espiado ilegalmente a cientos de miles de estadounidenses.
«Puedo recordar ser muy vehemente con mi padre, diciéndole: ‘Papá ¿Qué clase de país querríamos ser para que permita que se haga algo así?'», dijo Rogers.
Cuatro décadas después, y seis semanas en su nuevo cargo como director de la NSA, la agencia afronta acusaciones similares de que ha empleado su enorme poder de vigilancia para aplastar la privacidad.
Al contrario que en la investigación de 1975 sobre las actuaciones de la CIA, el FBI y la NSA, las acusaciones de hoy han sido a una escala mundial, dañando las relaciones de Estados Unidos con Brasil, Alemania e Indonesia.
Aunque Rogers desestimó una comparación directa -apuntando que los programas de la NSA expuestos por el ex analista Edward Snowden el año pasado habían sido considerados legales-, dijo que entendía las preocupaciones que han surgido sobre el equilibrio de los derechos individuales de privacidad frente a las necesidades de seguridad.
«Ya hemos ido por ese camino en nuestra historia, y no siempre ha resultado bien. No tengo deseos de ser parte de eso», dijo Rogers, de 54 años, a una Cumbre de Ciberseguridad de Reuters en Washington.
Sin embargo, la declaración de Rogers de que quiere seguir con la polémica búsqueda de la NSA de registros telefónicos, conocidos como metadatos, ha atraído las críticas a las preguntas de si el nuevo director está completamente a favor del cambio.
