Bashar al-Assad prestó juramento este miércoles en un nuevo mandato como presidente de Siria, tras unas elecciones que sus oponentes consideran una farsa pero que él dice demostraron que consiguió la victoria después de la «guerra sucia» para derrocarlo.
Con su caída dada por segura en el pasado por Occidente, inicia un mandato de siete años en su posición más segura desde los primeros días de la guerra de tres años que se libra en su país.
Personas próximas a Damasco dicen que ahora cree que sus enemigos occidentales y regionales se verán obligados a tratar con él como un baluarte contra los insurgentes islamistas suníes que avanzaron por el norte de Irak el mes pasado.
En su toma de posesión pronunció un discurso desafiante, prometiendo recuperar toda Siria de manos de los insurgentes islamistas y advirtiendo a países árabes y occidentales de que pagarían un alto precio por apoyar a los rebeldes que describió como terroristas.
Con apariencia calmada y confiada, el presidente del país durante los últimos 14 años tuvo como objetivo en varias ocasiones a los países occidentales y las monarquías suníes del Golfo Pérsico que han financiado y armado a los rebeldes que se hicieron con el control de buena parte del norte y el este de Siria.
«Pronto veremos que los países árabes, regionales y occidentales que apoyaron el terrorismo pagarán un alto precio», dijo a sus seguidores en el palacio presidencial.
«Reitero mi llamamiento hoy a todos los que fueron engañados para que depongan las armas, porque no dejaremos de luchar contra el terrorismo y golpearlo allí donde esté hasta que restauremos la seguridad en cada rincón de Siria», dijo Assad.
Pero con varias zonas del país todavía en manos de los rebeldes, los opositores dijeron que el discurso mostró que Assad estaba delirando.
