Son complejas las circunstancias que vive la República Bolivariana de Venezuela y vale la pena recordar, junto al obligado sentimiento regional de solidaridad, lo que los pueblos deben a ese país en el concepto íntegro de lo que significa Petrocaribe, que desde su creación en el año 2005, resultó vía efectiva para que no quebraran las economías nacionales de muchos países, en una coyuntura internacional particularmente adversa, que ha permitido, no obstante, “contrarrestar las secuelas que dejaron tantos siglos de colonialismo y neocolonialismo, donde se crearon injustas asimetrías económicas y condenaron a las naciones del Caribe insular y ribereño a enmascarar las desigualdades con certificados de renta media”, tal y como dijo Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en la Cumbre Extraordinaria de Petrocaribe, que se realizó en Venezuela el pasado 6 de marzo.
Y no solo es criterio de Díaz-Canel, sino de muchos seres de este Sur que ha intentado crecer con dignidad, a pesar de todo; porque resulta indiscutible el papel que ha jugado Petrocaribe como mecanismo de unión y cooperación y seguridad del abastecimiento de recursos energéticos en condiciones preferenciales y justas, que han contribuido a preservar la estabilidad política y económica regional.
Venezuela enfrenta la caída de los precios del petróleo en el mercado internacional, una guerra económica e intentos de desestabilización constantes, y pese a todo ello ninguna de las economías comprometidas con Petrocaribe se ha paralizado.
Los tiempos marcan sucesos y procesos que implican armonía, paz y confraternidad. Más allá de los proyectos que podrían derivarse de Petrocaribe, y lo que cuesta aun a los países de Nuestra América las costosas tecnologías de energía renovable, la inestabilidad de Venezuela no solo afecta a ese pueblo.
Petrocaribe debe seguir siendo ese instrumento que ha permitido potenciar la cooperación productiva y el comercio de bienes y servicios, entre nuestras naciones. Defender el proyecto significa defender a Venezuela.
