El imperio de las instituciones

En días pasados, y apropósito de los ánimos que se ciernen en la actividad política en nuestro país actualmente, meditaba sobre las similitudes históricas que comparten la mayoría de los pueblos de América Latina y la propensión de estos en ese mismo contexto, a vulnerar las leyes y las instituciones.
 
En sentido contrario, cuando escudriñamos la historia de los pueblos comúnmente denominados del primer mundo, encontramos el común denominador que da explicación a su profundo carácter institucional, este es, el respeto reverente e inegociable a la ley y a las instituciones.
 
Para tener una idea de lo antes expuesto, podríamos contraponer el caso de los Estados Unidos al de cualquier país latinoamericano y de inmediato, se descorrería el velo que pondría en evidencia las abismales diferencias que explican el poder y fortaleza de esta nación del continente americano. Desde sus inicios, esta nación, dio muestra de madurez política, dando pasos certeros para convertirse en la potencia que es actualmente. Quizás por esa visión ignorada por nuestros pueblos, la misma que deslumbró al autor de la tan conocida Democracia en América, Alexis de Tocqueville, el desarrollo en nuestra República Dominicana todavía se encuentra en las vías.
 
En toda la historia del pueblo Estadounidense, solo un hombre ostentó el cargo de presidente durante más de dos períodos consecutivos, me refiero a Franklin Delano Roosevelt, versátil político que ha sido el único en ganar cuatro procesos electorales consecutivos. El mismo George Washington, rehusó a presentarse a un tercer mandato a cargo de la primera magistratura del estado, esta negativa pese a la gran popularidad que disfrutaba, solo encuentra explicación en el temor al fantasma de la tiranía y a su desarrollada conciencia política, que siempre puso en primer lugar el bienestar del pueblo y la salud del estado como institución.
 
De la misma forma, sería bueno resaltar que la constitución de los Estados Unidos, desde su promulgación solo ha experimentado veintiséis enmiendas, que no es lo mismos que hablar de las treinta y siete reformas constitucionales que ha sufrido nuestra carta magna. Primero porque nuestra independencia ocurre en 1844 y la de los Estados unidos en el 1776, lo que indica que nuestra vida republicana es mucho más joven en comparación con la de los Estados Unidos, y segundo, esas enmiendas responde todas a factores constructivos y de mejora, de ningún modo buscaron perpetuar a ningún individuo en el poder, o de crear escenarios favorables a sus apetencias personales.
 
Las cosas buenas, sencillamente se copian, las malas se desechan, es hora de una República Dominicana dispuesta a reciclar otras experiencias, para extraer de ellas las mejores prácticas, porque solo así se hace patria. Caminemos en pos del imperio de las instituciones, porque al final, del hombre solo quedan las cenizas o los monumentos que recuerdan sus despojos, estos son, los mausoleos y las tumbas, sin embargo solo en las instituciones podemos perpetuar el verdadero legado y dar continuidad al mismo a través de las generaciones.

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