En los cuatro años que Scott Brosius jugó para los Yankees de Nueva York, fue un ciudadano modelo, haciendo y diciendo las cosas correctas, sin llamar demasiado la atención a sí mismo. Hijo de un vendedor de autos en Oregon, Brosius se llevaba bien con los demás, matando tiempo en el camerino como parte de juego de poker constant con el coach de la banca Don Zimmer y Paul O’Neill.
Brosius vino a batear en una gran posición en el Juego 3 de la Serie Mundial de 1998 ante el cerrador de los Padres Trevor Hoffman, con los Yankees en ventaja tres juegos a cero. Brosius procedió a conectar un largo batazo – su segundo cuadrangular del día – y cuando la pelota rebasó la cerca, el subestimado Brosius estaba abrumado por el momento. No fue hasta que vio la repetición luego del partido, según recordó tímidamente en la primavera siguiente, que se dio cuenta que había levantado sus brazos por encima de su cabeza en celebración como si fuese un Hércules conquistador, y en cierto modo se sintió mortificado.
En el Juego 4 de la Serie Mundial de 2001 ante los Diamondbacks, Brosius observó a su compañero Tino Martínez cuando conectó un bambinazo para empatar el juego con dos outs en la parte baja de la novena entrada, en un partido que ganaron eventualmente los Yankees. Brosius estaba tan lleno de adrenalina luego de ese juego que tuvo problemas para dormir; llamó a un viejo amigo en la Costa Oeste pasada la medianoche. Y ambos estuvieron de acuerdo: Nunca volverían a ver algo así.
Horas después, en el Juego 5, Brosius vino al plato en la misma situación que Martínez, con dos outs en la novena entrada y los Yankees abajo por dos carreras, y en el instante que Brosius conectó el lanzamiento hecho por Byung-Hyun Kim, levantó sus brazos con felicidad, dándose cuenta que había empatado el juego.
Los juegos de postemporada y de la Serie Mundial son placas Petri de emociones, con años de práctica y planificación y ambición y logros y fracasos, y lo que surge de eso será algo inesperado. Así que cuando José Bautista soltó su bate con fuerza luego de conectar un cuadrangular para los Azulejos que será siempre recordado como el símbolo de exclamación de una de las entradas más locas en la historia del béisbol, como lo hizo en el Juego 5 de este miércoles en Toronto, el relevista Sam Dyson y los Vigilantes de Texas no debieron tomarse eso como personal; el gesto no fue realmente hacia ellos. Fue por la competitividad de Bautista, su alegría y su alivio todo mezclado en uno.
Y la misma latitude se le debe conceder a Dyson, antes de que sea condenado como un perdedor por sus quejas dentro y fuera del terreno por el lance del bate de Bautista. Acababa de lanzar el pitcheo que Bautista mandó a volar, un error que efectivamente terminó su temporada y la del resto del equipo de los Vigilantes, y Dyson perdió su compostura – al igual que le pasó a Brosius, y a Bautista, y a Kirk Gibson luego de conectar su histórico cuadrangular ante Dennis Eckersley un día como hoy hace 27 años, haciendo un gesto con su puño mientras recorría las bases. Los jugadores pierden la cabeza en esta época del año, como vimos cuando Joe Carter se puso a bailar y a saltar alrededor de las bases, y esa es la razón por la que esta es la mejor época del año.
