Este 18 de noviembre nació en Baní, hace 179 años, el gran dominico- cubano, Máximo Gómez Báez, quien un 17 de junio de 1905, dijo adiós a la vida en La Habana, Cuba, dejando tras sí su sello de gran guerrero, considerado por especialistas del arte militar en el mundo como uno de los más grandes estrategas, debido a las maniobras que desarrolló y ejecutó con éxitos durante los días y decenas de años de luchas interminables, en la tierra que le abrazó como uno de sus mejores hijos y que él amó como a verdadera madre.
La historia de Nuestra América es multípara, poética y hasta mágica, con ese realidad maravillosa que reveló Alejo Carpentier, y más allá, con la poesía hecha verso patriótico en la pluma y voz del poeta de origen dominicano José María Heredia, y todas las sangres de ambas tierras que siempre se han unido por los siglos de los siglos.
Recordar al mayor general del ejército Libertador cubano, Máximo Gómez, es más que un deber para honrar al hombre cuya obra y vida permanecen de manera indeleble en la historia cubana. A ese que asombró al mundo con sus intrépidas marchas y contramarchas con la genialidad del estratega que aun en estos días estudian en las más altas academias.
General fiero, indomable, que se estremecía al contemplar un álbum con fotografías de niños, que gustaba de la poesía, la pintura y la música, que escribió pequeñas, pero profundas obras literarias como La fama y el olvido; El sueño del guerrero; El porvenir de las Antillas; El viejo Eduá; Mi escolta, por sólo citar algunas.
A este Máximo Gómez inolvidable, al gran jefe que rechazó la presidencia de la República de Cuba, al de la herida en el cuello tras el cruce de la trocha militar de Júcaro a Morón en 1875, al que vivió el infortunio de El Zanjón, que gracias a su discípulo y lugarteniente general Antonio Maceo Grajales no acabó con un pacto, sino en una protesta; el de la firma del Manifiesto de Montecristi junto al Apóstol José Martí, quien le buscó en su Finca la Reforma, porque solo en él confiaba para dirigir la Guerra Necesaria, la Guerra de Martí. El mismo que sufrió con desgarrador suspiro las muertes de su hijo Pancho y su amigo Maceo; a quien fundió como pocos los lazos históricos entre los pueblos cubano y dominicano, a aquel que dijo: «Yo no puedo vivir ni en Cuba ni en Santo Domingo como extranjero, teniendo dentro del pecho un corazón cubano y dominicano», a ese grande de nuestra historia, rendimos tributo en este día y siempre.