“Aunque creamos ser más libres, vivimos en un régimen despótico neoliberal que explota la libertad”. Este axioma hace referencia a la actual autoexplotación que realiza el ser humano, alentada por exceso de positividad y una cultura del rendimiento: la sociedad del cansancio.
Así describe a este fenómeno, el filósofo y ensayista, Byung-Chul Han, en su crítica a la sociedad contemporánea, en la que converge neoliberalismo, el poder de la era digital, la cultura del rendimiento y la psicopolítica. Este último concepto: un sistema de dominación que, “en lugar de emplear el poder opresor, utiliza un poder seductor, inteligente o smart, para hacer que los seres humanos se sometan por sí mismos al entramado de dominación, sin que sean conscientes de ese sometimiento”.
La teoría de Han, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, precisa que las personas nos convertimos en nuestros propios tiranos, y esto lleva a sufrir enfermedades neuronales, entre ellas, la depresión y el burnout o Síndrome del Trabajador Quemado. Todo, debido a la presión que se sostiene en el erróneo camino de lograrlo todo. Para ello, transformamos la libertad en una condena de autoexigencia y agotamiento. Compitiendo continuamente, en esta era del avance, expansión de la digitalización y el control de la información a nivel global.
Según el connotado experto en estudios culturales, hemos pasado de la sociedad disciplinaria; que vivimos enormes prohibiciones, a una del rendimiento, del “poder hacer”, donde la falta de negatividad y de contemplación lleva al colapso. Sin embargo, colijo que, si bien estamos en la sociedad del conocimiento, también en la de rebeldía. Hoy más que antes, se desafía además de la fuerza humana, a la autoridad.
“El ser humano ya no es reprimido por una autoridad externa, sino que se explota a sí mismo en un afán de rendimiento y éxito, convirtiéndose en su propio amo y esclavo. La posibilidad de poder hacer todo, se convierte en una obligación opresiva, generando una falsa libertad que conduce a la autoexplotación y la ruina”.
Esta presión por ser productivo, feliz y exitoso en todo momento solo nos agota, enferma. Nos convierte en víctimas y verdugos de nosotros mismos en una sociedad sin límites externos, pero llena de autoimpuestos, como presión interna y externa, que nos hace exigirnos estándares imposibles de éxito, productividad y perfección.
A esto se suma el irrespeto conque se vive en la sociedad actual, expresado en falta de consideración hacia las personas, carencia de valores e incumplimiento a la buena normas. Lo que impulsa al consumismo. De igual forma escasez de de ética. Mucha prisa, afectación de la convivencia humana y surgimiento de conflictos. Violencia hacia derechos fundamentales, al propiciar discriminación y ambientes tóxicos en todos los ámbitos, desde el familiar al digital.
Ausencia de educación en valores y empatía, mientras reina la desinformación, en medios tradicionales y electrónicos: ciberacoso, comentarios ofensivos, y falta de privacidad en redes sociales. Comentarios soez y humillación para buscar fama e imponer opiniones; difamación…, en vez de usar la digitalización para educar y combatir desatinos propios de esta Era de la Información o Informática.
Se difunden acciones y se exhiben actitudes basadas en estereotipos, violencia, prejuicios, que alientan vandalismo, violaciones…, además, dentro y fuera del plano familiar y profesional, maltrato a las personas mayores o ancianas: edadismo. Interrupciones en conversaciones, ignorar a quien habla, mirar el teléfono, entrar a lugares sin saludar…
Falta de consideración en el transporte público, lanzamiento basura en cualquier entorno, destrucción de espacios y bienes públicos, impuntualidad, invadir espacios ajenos… , y todo esto socava la seguridad de un Estado. Porque, hoy las personas desprecian los valores éticos, para abrazar enfoques materialistas. No se dedica tiempo a comprender la perspectiva ajena, mientras tanto, se vive con prejuicios y complejos de superioridad.
Las carencias de formación en el hogar y la escuela son más que evidentes. Otro aspecto observado es la degradación de la calidad de las relaciones sociales y laborales. Como bien es sabido, el irrespeto es un precursor de violencia, y ella impacta en gran manera nuestras emociones. Nos margina y reduce el bienestar psicológico: equilibrio y satisfacción; disfrute de la vida, al tiempo que se afrontan problemas.
En ese aspecto, “cuando llega el irrespeto la libertad se destruye. Toda paz existencial se aniquila. Le roba la esencia al ser. Descontrola el sistema nervioso. Entre el uno y el otro se crea un vacío, en el que cualquier intento de cercanía desaparece”, cita, la coterránea filósofa, Yamiri Matías.
Asimismo, batallamos con la conciencia inducida servida desde la publicidad o Awareness del marketing: primera etapa del embudo de ventas, donde se seduce al consumidor mediante storytelling o historia; narrativa o mensajes cautivadores emocionalmente.
Sin lugar a dudas, estamos de rodilla ante un siglo de grandes adelantos en todos los sentidos. También de diversos tipos de violencia. Entre ellas, el aumento de la filio-parental, una variante de la violencia intrafamiliar. Pero en esta son los descendientes, hijos e hijas, quienes se convierten en agresores de sus progenitores, a quienes causan daño y sufrimiento. Los medios difunden sus horrores: le despojan de bienes necesarios para vivir con bienestar en la vida adulta.
Muchos adultos mayores la padecen. El irrespeto es su plataforma, que en la redes sociales tiene terreno fértil. Esta violencia puede ser psico-emocional, física o económica. Los hijos e hijas buscan mediante ella quitar a padres y madres autoridad, para obtener control; conseguir lo que desean. En consecuencia bajan su autoestima y aspiraciones. Le llevan a pérdida de salud mental y calidad de vida. A permanecer en estado de impotencia, depresión, culpa y vencimiento.
De igual forma, con la violencia patrimonial se menoscaban los bienes, documentos, valores o recursos económicos de una persona, y esto afecta por igual su supervivencia y autonomía. Es violencia económica, y “suele afectar más a mujeres, niñas, niños y adultos mayores, limitando su independencia y capacidad de decisión”.
Otra gran paradoja, dado que el Siglo XXI también ha sentado bases a nivel de normas para proteger al adulto mayor, mediante marcos legales internacionales y nacionales, que exigen respeto a sus derechos, como no discriminación y acceso a cuidados…., el desafío pendiente es la construcción de la cultura de respeto.
En todo este andamio, continuamos lidiando con la incesante presión por ser productivos y también felices en la sociedad moderna. Para ello, sufrimos autoexplotación constante, que convierte la libertad en coerción; agota y produce enfermedades psíquicas como la depresión. Para sobreponernos, debemos ser conscientes, responsables de crear pensamientos, sentimientos y acciones que nos conduzcan a bienestar. Relajarnos, renovarnos, es esencial para estar bien.
Hasta la próxima entrega.
La autora reside en Santo Domingo
Es educadora, periodista, abogada y locutora.




