El apagón de ayer no fue solo una interrupción eléctrica; fue un recordatorio de la fragilidad de un sistema que depende cada día más de la tecnología. Resulta vergonzoso escuchar a ciertos comunicadores— antes muy respetados— intentar convertir un hecho tan serio en un tema de manipulación política, criticando a la oposición por reaccionar ante lo que, en realidad, preocupa a cualquier ciudadano consciente del peligro que implica un blackout en una nación digitalizada.
La electricidad ya no es un lujo: es la columna vertebral de la seguridad, la salud, la comunicación y la defensa nacional. Un país que trivializa un apagón masivo demuestra que ha perdido el sentido de responsabilidad pública y de institucionalidad.
Más que buscar culpables coyunturales, deberíamos asumir esta experiencia como una lección: la información no puede seguir siendo una moneda de cambio, ni la fidelidad al poder$$ debe sustituir a la verdad. Porque si continuamos justificando lo injustificable, mañana no podremos quejarnos cuando un sistema —sin principios, sin capacidad y sin visión— se imponga sobre todos nosotros.




