Una decisión oportuna en medio de la emergencia nacional provocada por la tormenta Melissa
La decisión de posponer la Cumbre de las Américas en la República Dominicana ha sido, sin duda, una medida prudente y sensata. No resultaba apropiado celebrar un evento de tal magnitud mientras el país enfrenta una emergencia nacional que demanda la concentración total de sus recursos logísticos, humanos y económicos para atender los daños y la desolación provocados por la tormenta Melissa.
Hablar de este tema me resulta natural y apasionante. Como reportero, he tenido la oportunidad de cubrir eventos internacionales de este tipo, entre ellos la VI Cumbre de las Américas, celebrada en Cartagena de Indias, Colombia (2012), donde una delegación de periodistas acompañamos al entonces presidente Leonel Fernández.
Asimismo, he participado en encuentros diplomáticos realizados en territorio dominicano, como aquel (2008) en que el país sirvió de sede para buscar un punto de entendimiento en la crisis regional entre los presidentes Hugo Chávez (Venezuela), Álvaro Uribe Vélez (Colombia) y Rafael Correa (Ecuador).
Nadie discute la importancia y los beneficios políticos y diplomáticos que conlleva organizar una cumbre internacional. Sin embargo, siempre me ha preocupado el alto costo que representan para países en vías de desarrollo como el nuestro. Estos eventos demandan una inversión millonaria en logística, transporte para los dignatarios y sus delegaciones, hospedaje en hoteles de lujo, seguridad y otros gastos colaterales.
Por ello, resulta indiscutible que la posposición de la Cumbre de las Américas fue una decisión acertada. Dadas las circunstancias actuales, el país no estaba en condiciones de destinar cuantiosos recursos a un evento protocolar, cuando la prioridad nacional es reconstruir y asistir a las comunidades afectadas por el paso devastador de la tormenta.
La República Dominicana ha sido severamente golpeada por Melissa, un fenómeno que, según los registros históricos, ha provocado las lluvias más intensas de las últimas décadas. Durante y después del desastre, el presidente Luis Abinader asumió personalmente la supervisión de las zonas más afectadas, recorriendo comunidades bajo la lluvia, con los zapatos enlodados y, en muchas ocasiones, metido en charcos de agua, coordinando en el terreno las acciones de emergencia y prevención.
En medio de ese escenario, resulta evidente que un mandatario no puede, al mismo tiempo, atender los clamores de un pueblo que grita por auxilio y ejercer el papel de anfitrión de una cumbre continental. O se dedica a salvar vidas y reconstruir el país, o se entrega a la diplomacia ceremonial. El presidente Abinader eligió lo correcto: estar del lado de su pueblo en medio del desastre.
Además, el Gobierno declaró el estado de emergencia nacional para agilizar los procesos de adquisición de bienes y servicios mediante la Ley de Compras y Contrataciones Públicas, con el propósito de atender los daños en sectores críticos como la agricultura, la infraestructura vial, la vivienda y la salud. Tras un fenómeno de esta magnitud, surgen inevitables riesgos sanitarios, entre ellos enfermedades contagiosas, que requieren atención inmediata.
Cabe recordar que incluso otras naciones invitadas al evento, como Haití y Jamaica, también fueron duramente afectadas por la tormenta, lo que refuerza la pertinencia de la decisión.
En conclusión, la postergación de la Cumbre de las Américas no solo fue un acto de prudencia política, sino también una muestra de sensibilidad, coherencia y responsabilidad gubernamental ante una tragedia que demanda toda la atención del Estado y de la sociedad dominicana.




