El estudio y la experiencia convierten, muchas veces, lo que pudo ser un mal en un bien para el interés general.
Recuerdo cuando fui puesto en retiro injustamente en febrero del año 2003, víctima de una intriga hábilmente manipulada. Nunca olvidaré a aquel oficial, en un acto oficial, entonces capitán de corbeta, que al verme pasar -ignorando mi presencia siendo yo contralmirante-, al llamarle la atención por haber faltado al reglamento, me respondió con cortesía fingida: «Señor, lo saludaré mientras esté activo.»
No imaginaba aquel joven oficial de tierra que su frase se clavaría en mi memoria, ni que yo ya olía lo que se tramaba a mis espaldas.
El resto de la historia es conocido: esa maniobra injusta, que pretendía apartarme de mi destino, terminó sirviendo para algo más trascendental.
Años después, al participar en varias comisiones en el diseño de la actual Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas, No.139-13, estuve entre los que propusieron que se incluyera un principio de respeto y dignidad para quienes han servido con honor. Así nació el artículo 159 de la ley vigente, donde se establece igual trato para los militares retirados: «los militares retirados gozarán de los mismos privilegios y prerrogativas establecidos en los reglamentos para los activos, excepto los relativos al mando, uso de uniforme, insignias y honores militares, quedando exceptuados de esos privilegios y prerrogativas los separados con derecho a pensión».
Aquella experiencia aleccionadora se transformó en un gallardete institucional.
Lo que un día fue un intento de golpe con garfio pirata se convirtió en una norma de justicia y respeto permanente para todos los que sirvieron a la patria en uniforme.
Las borrascas mayormente no son castigos, sino bocetos de un rumbo trascendental que uno mismo está llamado a corregir.
La historia se encargó y se seguirá encargando.




