Lo que vi en la casa de Ramón Alburquerque me sorprendió. Lo entrevistaba para El Caribe, en sus días de precandidato presidencial. En medio de la conversación, hizo una pausa para atender una llamada. Al colgar, le dijo a su secretaria, con total naturalidad:
—Llama a Paliza para que me devuelva la paila, que la necesito.
Ahí entendí algo: el padre político de José Ignacio Paliza, fue Alburquerque. Fue él quien le enseñó a conectar con la gente. Cuando Paliza aspiraba a ser legislador, Alburquerque le prestó su paila gigante.
Esa paila no es cualquier utensilio. Es un símbolo de su faceta filantrópica: con ella, Alburquerque cocina y alimenta a personas de escasos recursos. Bien podría hacerse un reportaje sólo sobre la historia de esa paila.
Según me contó Jesús (Chu) Vázquez, siendo él senador, recibió en el Congreso la visita de un joven estudiante curioso, interesado en la política. Formaba parte de un grupo escolar que participaba en una sesión simulada, como parte de las visitas guiadas al Congreso. En la sesión simulada, José Ignacio, de 14 años, presidió el Senado y les aseguraba a todos que algún día sería presidente de la República.
Chu, al ver a aquel muchacho tan despierto, se lo recomendó a su compadre Alburquerque, quien lo incorporó como su asistente.
Lo recuerdo siempre bien peinado, su traje bien planchado y ajustado, con cara de niño bueno, que era el “rabo” de Alburquerque, cuando se estaba debatiendo la controversial reforma constitucional para permitir que el presidente Hipólito Mejía pudiese optar por la reelección. Se aprobó la reforma, pero Mejía no pudo reelegirse. Esa vez debieron escoger a Alburquerque como candidato presidencial u otro de los buenos dirigentes del viejo PRD, pero Hipólito se impuso, para luego ser derrotado por Leonel Fernández.
Durante esa reforma, Alburquerque mostró una faceta poco conocida y promocionada: la de buena gente, sin rencor, institucionalista. El gobierno utilizó toda su fuerza avasallante para desplazarlo como presidente del Senado y colocó a Andrés Bautista en su lugar.
Alburquerque se sentó con humildad en uno de los asientos de atrás, siempre con su “rabo” Paliza. “Rabo” no lo digo en tono despectivo, sino porque siempre iba detrás. Al inicio de los trabajos de la reforma constitucional, Bautista, como presidente de la Asamblea Nacional, no conocía los procedimientos constitucionales y parlamentarios.
Era curioso: Alburquerque le explicaba cada paso:
—No, no hay que hacer esto. Ahora corresponde votar por aquello. Todas sus explicaciones las hacía con naturalidad, vocación, buena fe, de manera que todo salía bien.
Una vez, Bautista, de forma caballerosa (es oriundo de Moca) y agradecido, le dijo a Alburquerque: “Mire, ingeniero, cosas de la vida, el que debía estar aquí es usted”, refiriéndose a que quien debía ocupar la presidencia del Senado y de la Asamblea Nacional era Alburquerque.
Volvamos a la historia de Paliza, el niño prospecto político de Alburquerque y Chu. Con el tiempo, Paliza creció políticamente de manera admirable. Llegó a competir —y vencer— a Vázquez en unas elecciones internas por la secretaría general del PRM. Hoy es el presidente del PRM y uno de los funcionarios más importantes del gobierno.
Por eso, Iván Lorenzo, vocero del PLD, se equivoca al llamar a Paliza “retardado”. Su trayectoria lo desmiente. Quizá le falte un poco de la humildad de sus mentores, Chu y Alburquerque. Y si mantiene su crecimiento político, podría llegar a ser presidente de la República. ¡Ojalá!