Que cada marino en servicio recuerde que no es el arma lo que define su valor, sino la conciencia con la que la empuña.
Un marino de mar o de tierra no debe ser recordado por cuántas veces accionó su arma de reglamento, sino por la claridad y la imperiosa necesidad con la que decidió cuándo hacerlo y cuándo no hacerlo.
Porque el verdadero poder no está en el disparo, sino en el juicio que lo guía.
Esa arma de reglamento que llevan no es solo acero ni munición: es un compromiso de conciencia al servicio de la patria.
Obedecer es un deber sagrado, pero no debe confundirse con ceguera.
Pensar con responsabilidad no es desobedecer: es honrar el uniforme desde la razón y el carácter.
Quien sirve hoy en las filas navales/ militares debe estar preparado para actuar con firmeza cuando el deber lo exige.
Debe cumplir órdenes legítimas, asumir riesgos y responder con valentía.
Pero también debe tener la lucidez para no convertir la disciplina en complicidad ni la prudencia en evasión.
Hay silencios que protegen la dignidad de la institución, y hay decisiones firmes que, aun en medio del riesgo, enaltecen la historia naval.
Lo que no debe tener cabida en el servicio activo es la duda cobarde ni el uso del arma para fines ajenos al deber y a la defensa propia.
Que cada marino en servicio recuerde que no es el arma lo que define su valor, sino la conciencia con la que la empuña.
Esa es la herencia que dignifica el uniforme. Ese es el ejemplo que edifica el futuro.