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Orar por la juventud dominicana y fortalecer el núcleo familiar

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Por Emilia Santos Frias

Orar por la juventud dominicana y fortalecer el núcleo familiar, es la enfática recomendación del nuevo nuncio apostólico en la República Dominicana, monseñor Piergiorgio Bertoldi, intuimos que su solicitud obedece a la rampante descomposición social y situación de alarma en que se encuentra sumida gran parte de la juventud de nuestro país, al vivir de espalda a valores morales universales; al ejercicio de deberes cívicos, patrios, espirituales…, presa del desconocimiento.

¡La realidad es espantosa!, parece que la moda es involucionar y mostrar apatía ante los intereses de la nación. Incluso por parte de la familia e instituciones de la administración gubernamental y asociaciones representativas de la sociedad. Quizás por eso, el prelado en su mensaje a la juventud, dijo recientemente, que «la fortaleza en la fe conduce a Jesucristo, porque sólo en él encontrarán respuestas a todas sus inquietudes y anhelos. Solo él puede saciar la sed de sus corazones”. Ante estas inferencias, es preciso recordar algunas de las máximas del sacerdote y educador juvenil, Don Bosco: no hay jóvenes malos, sino mal orientados.

“Fortalecer la familia y apostar por el relevo generacional. Pensemos especialmente en los jóvenes, que son el futuro de este hermoso país y de la humanidad. Hay que promover la dignidad humana y fomentar una colaboración sana e independiente con el poder político. Enseña a trabajar por una sociedad más justa en la que vale la pena defender a los más pobres y desvalidos. Busquemos juntos el bien integral de las personas, el bien común de la sociedad, la paz y el progreso en esta noble nación”, encomendó monseñor Bertoldi.

Sus encomiendas son significativas ante la regresión juvenil que se observa en el país. Con muestras de actos tan indignos, violencia de toda índole de jóvenes hacia sus progenitores y viceversa. Conductas inmorales, y los peros, es que la sociedad parece normalizarlas; aceptarlas como normales y cuando no lo son. En otro orden, la juventud vive en congoja y desamparo. Con carencia, también, en su salud mental, ante el deseo erróneo de vivir conforme a patrones de vida de sus iconos: falsos modelos, versus la realidad en que se encuentran, cargada de falta de desarrollo de sus facultades intelectuales.

Pero, ¿por qué luce tan desamparada a su suerte la juventud dominicana?, ¿existen políticas públicas y buenas prácticas destinadas a beneficiarle?, ¿es necesario operativizar la protección y garantía de sus derechos? Mientras, es penosa la situación de un segmento de la población joven que vive desprovista de protección a derechos fundamentales, y solo quiere alcanzar conquistas de forma fácil y rápida, sin importar al buscar notoriedad, mostrar acciones cargadas de antivalores y carencias educativas.

El contraste es abismal con la situación de la juventud en países desarrollados, con los cuales nos gusta siempre compararnos. Allí, generalmente, se premia a este segmento poblacional, que tiene acceso a oportunidades, red de servicios e información. Se fomenta la cultura de emprendimiento; se propicia ocasión de empleo; compromiso educativo para crecer y alcanzar autorrealización con mayor plenitud.  En tanto que, en la República Dominicana la vida es cada vez más cara, con menos pertinencia, incluso para la gente joven, específicamente la masa carenciada económicamente.

Sin embargo, entre nuestras bondades, somos  un país poseedor de buena norma, como la Ley 49-2000, General de Juventud, que procuran la integración de los jóvenes a la vida nacional en los ámbitos político, económico, social, y cultural, así como, garantía en el ejercicio de los derechos humanos, civiles, políticos, económicos y sociales…, lo lamentable es que, esos grandes avances dogmáticos no se evidencian en la práctica con acciones concretas de beneficio para las personas jóvenes, siempre con hincapié en quienes viven con mayor nivel de vulnerabilidad.

Por otro lado, la familia, núcleo esencial de la sociedad, parece haber perdido el norte y compromiso de formar a sus integrantes en valores; educar con amor y ser un sostén. Hoy en día, ella, gracias a su desintegración, por la falta de control a tiempo, es responsable de los casos y actos bochornosos que se suscitan diariamente en la población. Como decía Don Juan Bosco: los jóvenes no sólo deben ser amados, sino que deben notar que se les ama. Este sentimiento y valor, sin duda, fomenta sociedades sanas.

Por eso, no podemos solo infligir el comportamiento degradante de un estrato de la juventud, el Estado debe ser operativo, oportuno, en las respuestas a sus necesidades, y la familia asumir que es responsable. Revisar y hacerse cargo de su rol. Producir una introspección de su función, apropiarse y dejar la desidia. Si como sabemos, L’État, c’est moi, el Estado soy yo, entonces, todos tenemos responsabilidad en esta situación; es compartida. El momento es propicio para listar ¿cuál será nuestro aporte?

Ese segmento de la juventud joven, que vive desesperanzado, enfocado en la vida mediática y su torbellino. Embebido en la farsa del espectáculo. Atado a presiones sociales, ante su carenciada situación de subsistencia, amerita poner los pies en la tierra, y solo será posible cuando vea garantía real de sus derechos humanos y fundamentales. Por eso, comencemos con el fortalecimiento y la calidad de la educación…, ella nos guiará a la libertad plena. La mayor desgracia de la juventud actual es que ya no pertenece a ella, solía decir el escultor surrealista Salvador Dalí. ¿Quién es responsable de ello, y quienes sufrirán por este descuido?

La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera, afirmaba el recordado periodista, médico y guerrillero, Ernesto (Che) Guevara. Mientras Sócrates sentenciaba que, lo que mejor sienta a la juventud es la modestia, el pudor, el amor a la templanza, y la justicia. Tales son las virtudes que deben formar su carácter. Debemos estar conscientes, de que, el futuro de la nación será incierto, si no frenamos la involución que expresa la juventud. La patria siempre precisa de sus hombres y mujeres. Por eso, hoy y ahora, hay que fortificar en valores la educación hacia la juventud. Si no lo hacemos a la brevedad, seguirá en peligro nuestro territorio y soberanía…, desaparecerá la autenticidad de la población dominicana y con ella sus riquezas.

Contrario a lo que pueda creerse, es necesario aprovechar la pasión de la juventud para interesarle en las cosas que son importantes para sí y su nación. Para ello, es preciso garantía de derechos, oportunidades, que vivan en actividad, no en ocio. No conduce a nada bueno la inacción de los jóvenes de nuestros barrios. Hay que volver al deporte, los clubes, la educación artesanal: artes y oficios…, además, la familia debe tomar el timón; observar protección a derechos y propiciar oportuno ejercicio cívico de los deberes. Ella es la primera y eterna escuela. Una gran ventaja a nuestro favor, es que todavía hay esperanza de saneamiento. Aun, estamos a tiempo.

Hasta la próxima entrega.

santosemili@gmail.com

La autora reside en Santo Domingo

Es educadora, periodista, abogada y locutora.

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