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Trump amenaza con 10 años de prisión a quien vandalice estatuas

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El presidente asegura que la medida tendrá carácter retroactivo, tras los ataques a monumentos de personajes históricos que han tenido lugar durante las protestas raciales de las últimas semanas

Tras tres semanas de protestas pacíficas, la violencia ha regresado a la capital de Estados Unidos. El escenario es el mismo: la Plaza de Lafayette, situada justo enfrente de la Casa Blanca. Las escenas, parecidas: cargas policiales, gases lacrimógenos, pintadas en la Iglesia de St. John’s Divine, e incendios en la calle.

La razón de los enfrentamientos es la nueva tendencia de los manifestantes: el derribo y las agresiones a estatuas de personalidades históricas implicadas en la colonización o la esclavitud en el país -en muchos casos- o, simplemente, de raza blanca -en otros, como fue el caso de la representación de Miguel de Cervantes en San Francisco.

Los enfrentamientos, que tuvieron lugar el lunes a última hora de la tarde, estallaron cuando un grupo de manifestantes tendió cuerdas alrededor de la estatua ecuestre del presidente Andrew Jackson que está situada en la Plaza de Lafayette, con el objetivo de echarla abajo. En la inmensa mayoría de los ataques a estatuas, las fuerzas del orden se han mantenido al margen. Pero, en esta ocasión, la policía cargó contra los activistas con gases lacrimógenos y porras, mientras un helicóptero sobrevolaba el área iluminándola desde el aire.

Al final fue una repetición de las imágenes del 1 de junio, cuando, tras declarar que «yo soy vuestro presidente de la ley y el orden», Donald Trump ordenó a los antidisturbios que despejaran la zona para hacerse una foto sosteniendo la Biblia frente a la iglesia de St. Jonh’s Divine.

En esta ocasión, el presidente no salió de su residencia. Es más: la prensa destacada en la Casa Blanca recibió la orden de abandonar el edificio, en lo que dio pie a especulación acerca de si Trump habría vuelto a ir al refugio atómico subterráneo de su residencia, como hizo, acompañado de su esposa, Melania, y de su hijo, Barron, el 30 de mayo.

Sea como fuera, el caos regresó a la Plaza de Lafayette y a la esquina de las calles H y 16, que la alcaldesa de Washington, la demócrata Muriel Bowser, ha bautizado como ‘Plaza Black Lives Matter’, en un claro homenaje a la organización que ha llevado el peso de las protestas que asolan Estados Unidos desde que el 25 de mayo el ciudadano negro George Floyd murió en Minnepapols asfixiado por el policía blanco Derek Chauvin. Esas palabras están pintadas en gigantescas letras en amarillo en el pavimento de esa esquina, en la que el tráfico está cortado y hay hasta puestos vendiendo camisetas, ‘pins’ y otros artículos -posiblemente, gestionados por los mismos que venden gorras de Trump a la puerta de los mítines de éste- en mitad de la calle.

La actitud del presidente no pareció estar motivada solo por la estatua de Jackson. También pudo jugar un papel la intención de algunos manifestantes de crear una ‘zona autónoma’ delante de la Casa Blanca similar a la que se ha establecido en varias calles del centro de la ciudad de Seattle, sin presencia policial y ‘autogestionada’ por los activistas, que no reconocen ninguna otra autoridad que ellos mismos. Como tuiteó esta mañana el presidente, «nunca habrá una zona autónoma en Washington mientras yo sea vuestro presidente».

La carga del 1 de junio representó un drástico cambio de actitud de Trump, que hasta entonces se había mantenido en un segundo plano tras la oleada de protestas -unas pacíficas, otras muy violentas y acompañadas de saqueos- que siguieron en todo el país a la muerte de Floyd, grabada en vídeo por un transeúnte. La del lunes también parece significar un endurecimiento de la postura del presidente en la ‘estatuafobia’ que está asolando Estados Unidos.

PRISIÓN POR VANDALIZAR ESTATUAS Y MONUMENTOS

Trump tuiteó este martes que «he autorizado al Gobierno federal para que arreste a todo aquel que cometa actos vandálicos o destruya cualquier monumento, estatua u otra propiedad federal similar hasta un máximo de 10 años de cárcel, de conformidad con la Ley de Preservación de la Memoria de los Veteranos o cualquier otra ley que sea pertinente».

Aunque la sintaxis del ‘tuit’ no sea perfecta, el mensaje es claro. El presidente de Estados Unidos no quiere más destrucciones de estatuas de estadounidenses. Es una afirmación, sin embargo, compleja. Al citar la protección legal al recuerdo de los veteranos, Trump está incluyendo a personajes históricos como Andrew Jackson, que combatió en la guerra de 1812 a 1815 contra Gran Bretaña, o George Washington, el primer presidente y líder militar de la Guerra de la Independencia del país. También entra en ese grupo el presidente Theodore Roosevelt, que luchó contra España en la Guerra de Cuba de 1898.

Pero el problema está en otras figuras históricas. Por ejemplo, las más de 1.500 -aunque, dado el febril ‘estatuacidio’ de las últimas semanas, probablemente no pasen de 1.400- que homenajean a los líderes del separatismo del Sur, cuando 11 estados se separaron de EEUU -que no reconoce el derecho a la autodeterminación en su territorio- ante el temor de que la esclavitud fuera limitada en el país. Técnicamente, los sediciosos son veteranos de guerra, y una parte de la sociedad estadounidense les venera como tales.

La propuesta de Trump tampoco incluye al misionero español San Junípero Serra, ni a Cristóbal Colón. Ni, mucho menos, a Cervantes, cuya estatua en San Francisco amaneció el domingo pintarrajeada con la palabra «Bastardo» a pesar de que el escritor no solo no pisó América sino que, en una ironía de la Historia, él sí fue esclavo… de los africanos.

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