close

Radiografía del corazón del hombre injusto

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
Facebook
Facebook
Youtube
Instagram

A propósito de la Semana Santa, encontramos en la figura de Jesús el paradigma por excelencia de todo lo que un ser humano ha sufrido y resistido a la perversidad, injusticias y crueles embestidas del hombre injusto. El alma se deprime cuando se siente o cree que está por debajo de lo que ella es en esencia. Y nos hacemos la pregunta:

¿Qué es el alma? Es la creación selecta de Dios, y ésta encuentra su bienestar cuando se deja abrazar por Dios. Por tanto, un alma está deprimida cuando se cierra a Dios y se sitúa por debajo de su nivel del ser, por eso uno de los mejores remedios contra la depresión es la oración, pues constituye la elevación del alma, y por tanto ese ser humano que sufre ya no puede estar en la bóveda subterránea del sinsentido y del no ser.

El ejemplo de injusticia que más me ha conmovido lo encontramos en los latigazos que recibió nuestro Señor Jesucristo, amarrado a una columna hasta llegar a su crucifixión, siendo, según el mismo juzgador, Poncio Pilatos, un hombre justo.

Como estudioso del derecho, nos preguntamos el porqué lo azotaron, ya que existe un principio en el derecho que reza: “nulla poena sine culpa”, o sea, no puede infringirse un castigo si no está comprobada la culpa. Y para existir una culpa tiene que haber necesariamente la infracción a una ley, y esto debe de demostrase en el debido proceso. De manera, que a Jesucristo lo castigaron sin haber transgredido ninguna ley, y lo acusaron violando todas las normas del debido proceso; es más, Pilatos lo creyó inocente, y luego lo juzgó inocente después de escucharlo, que es lo que todo juez tiene que hacer con un imputado, y no obstante todo eso ordenó castigarle, incitado por un grupo de “interesados” enquistados en el poder, temerosos de su liderazgo.

Ahora intentaremos hacer una radiografía de la injusticia y sus consecuencias en el corazón de quien la comete, y luego en un próximo artículo, los efectos para quien la padece.

Analicemos primero el interior del corazón del hombre injusto. Él sabe perfectamente que ha hecho mal, como también comprende que le ha despojado algo a alguien que le pertenece a otro, que se ha aprovechado de una situación por la fuerza o astucia de lo que no le corresponde, y precisamente esa es la definición de justicia, la firme voluntad de darle a cada quien lo que le corresponda.

Esto mismo nos legó el más inmaculado de los dominicanos, Juan Pablo Duarte, cuando dijo: “Todo poder dominicano está y deberá estar siempre limitado por la ley y ésta por la justicia, la cual consiste en dar a cada uno lo que en derecho le pertenezca.”

Por consiguiente, el injusto sabe que ha violado la justicia, y por eso no está tranquilo. Bajo su falsa apariencia de invulnerabilidad, el injusto, el corruptor, el defraudador, el magistrado corrupto, el funcionario público que mira a ambos lados buscando quién pone más coimas en sus manos, ese no está tranquilo ni tiene su alma en orden. Dicho en pocas palabras: “el injusto no tiene paz”.

En este contexto, la paz es el estado de tranquilidad y quietud en el orden, y aquél que violó el orden mediante la injusticia queda víctima de la inquietud. Entonces, ¿por qué está inquieto el injusto, a qué le teme?

Pues sencillo, siempre teme que un día será finalmente descubierto, y teme también a la posterior venganza, a la represalia. Pero el principal motivo de la inquietud del hombre injusto es que él mira a los demás en el espejo de sí mismo, es decir, el cree ver en los otros lo que él ve en su corazón. Por tanto, el ladrón cree que todos son ladrones, y por la misma razón el injusto, el corrupto y traidor tiene esa pésima impresión distorsionada de los demás.

Por eso es que el hombre injusto, cuando insiste en la injusticia, se está condenando a sí mismo a vivir temiendo, desconfiando de los demás, de que otros hagan con él lo que él hizo con los otros, o de ser víctima de la venganza; por tal razón, el injusto no tiene paz, y vive, más allá de su falsa apariencia de invencible, con la clara conciencia de que es merecedor del desprecio de los demás; es por ello que muchas veces hasta se desprecia a sí mismo.

Otro ejemplo bíblico de esto era Saqueo, quien era jefe de publicanos, el peor de los injustos, pues los publicanos recaudaban los impuestos para el dictador romano, pero a la vez se quedaban con una gran “tajada” de ese dinero.

No obstante, Saqueo estaba consciente de eso, se sabía merecedor del desprecio de los demás, y por eso buscaba impacientemente alguien que le restableciera su dignidad, de alguien que reconociera dentro de él que necesitaba recuperar su propio ser.

Es por ello, que se había subido a un árbol para ver al Maestro, entonces Jesús lo miró y tomó la iniciativa llamándolo por su nombre, y le solicitó que lo invitara a comer y dormir en su casa, siendo el Nazareno criticado por muchos.

Sin embargo, Saqueo hizo lo que debía de hacer todo injusto, no solo confesar su culpa, sino reparar el daño, ese claro perjuicio que culpablemente ocasionó, y por eso se comprometió a que todo lo que había defraudado al pueblo lo restituiría en cuatro veces su valor y la mitad de sus bienes se los donaría a los pobres.

Al final, el injusto sale más beneficiado, pues había entregado un bien material producto de un acto ilícito y en cambio recibió un valioso bien espiritual, que le dio la anhelada paz interior que tanto necesitaba junto a su familia.

El autor es miembro del Círculo Delta.

fuerzadelta3@gmail.com

No Comments

Leave a reply

Post your comment
Enter your name
Your e-mail address

Story Page