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Los políticos y el buen pastor

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“Si ves a los demás cristianos como tus enemigos, ¡estás peleando la batalla equivocada!” -Pastor Miguel Núñez-

Recientemente, en la iglesia a la que asisto cada domingo junto a mi familia se conmemoraba el IV Domingo de Pascua con la lectura del evangelio de San Juan 10, 11-18, pasaje bíblico en el que, como todos sabemos, Jesús dijo: Yo soy el buen Pastor.

Mientras escuchaba cada palabra, reflexionaba sobre la situación actual con el liderazgo político dominicano, especialmente dentro de uno de los partidos más importantes para el sostenimiento de nuestra democracia, dentro del cual pastores, ovejas, lobos disfrazados de corderos, lobos ocultos y demás fieras carnívoras, interactúan entre sí, muchas veces sin advertir el peligro a que son sometidos.

Esta metáfora fue en su momento un relevante recurso retórico para la configuración filosófica del pensamiento político en la antigüedad, por lo que la referencia bíblica a la imagen o figura del buen pastor podría ser útil para arrojar luz sobre la evolución de los conflictos interpartidarios como un medio de negociar la homogeneidad y cohesión política, tan necesarias para lograr las deseadas victorias electorales.

Esta parábola, como imagen del príncipe virtuoso, ha disfrutado de una extensa difusión y uso en la historia del pensamiento político desde que el filósofo Platón la introdujo en el 362 a.C. en su obra “El Político”, considerado como un documento fundamental por la crítica especializada, en cual sostenía que el “líder” de la comunidad política estaba obligado a garantizar el bien público del “rebaño bípedo”.

Pero fue el cristianismo que mejor la utilizó en la formulación pragmática y expresa con su “Ego sum pastor bonus qui pasco oves meas” -Yo soy el buen pastor que apacienta mis ovejas, cuando el humanista Erasmo de Rotterdam, en su obra “Educación del Príncipe Cristiano”, publicada en 1516, contribuyó a definir la comunidad política con la metáfora del buen pastor junto con otra llamada “Corpus Politicum” -cuerpo político-, expresión metafórica por la que una entidad política es considerada una entidad corporativa, y comparada con un cuerpo humano.

En esta obra clave del pensamiento político, Erasmo reseña en la imagen del príncipe virtuoso la consagración del “rey-pastor” como la antítesis del “Príncipe de Maquiavelo” escrito en 1513, en la cual el humanista de Rotterdam decía que la ambición del príncipe era el obstáculo para la obtención del bien común, asemejándolo a un lobo dentro del rebaño o como un tirano para el reino.

Más adelante, Diego Saavedra Fajardo, en su célebre obra “Empresas Políticas” construye una verdadera analogía metafórica entre el labriego y el pastor, cuando señala que el buen pastor aprovecha la lana y la leche del rebaño pero sin dejarlo desangrado, exhausto e indefenso ante el frío; como de igual manera, el buen labrador aprovecha la leña del arbusto pero sin cortar el tronco, sino que poda algunas ramas con el objetivo de seguir beneficiándose, pero también permitiendo su robusto crecimiento.

Es decir, frente al rey-pastor maquiavélico, que se coloca en una relación de superioridad temida respecto a sus gobernados, a los que manipula en beneficio propio, el buen rey-pastor cristiano se acepta como parte del rebaño que pastorea y de la hacienda que cuida, pues su obligación es protegerlos.

La reflexión del sacerdote ese día, a la que nos referimos al inicio de este escrito, decía que el evangelista nos acercaba a la figura de Jesús como un pastor que ama, cuida y protege a sus ovejas, y que las conoce una a una, pues ese buen pastor se preocupa por el cordero que se pierde, como también por aquellos borregos que los avatares de la vida los han hecho descarriar, incluso a los ovinos que hayan defecado sobre él, y que luego se dedica con paciencia a buscarlas para atraerlas a su rebaño.

En este contexto, el Papa Francisco ha dicho que para ser buenos pastores, primero tienen que ser pastores con “olor a ovejas”, ya que para ser buen padre hay que ser hijo, para ser maestro hay que ser discípulo; adquiriendo sentido la comparación metafórica entre “los políticos y el buen pastor”, pues así como el ovejero es el pastor de las ovejas, del mismo modo el político es el pastor de sus militantes y seguidores.

Es por ello, que ante los conflictos internos de los partidos políticos, que pudieran ser normales en agrupaciones como estas, es de extrañar que discípulos de la escuela del maestro y fundador de partidos políticos, el profesor Juan Bosch, estén ante la más grande orfandad de pupilas que no les permita ver con claridad lo que ocurre dentro de su redil, y que sus dos principales líderes hayan reducido el necesario diálogo a las dimensiones de la figura de Harpócrates, dios griego del silencio.

Ahora bien, ¿qué pasará con la vida del rebaño? ¿De quiénes debe protegernos el buen pastor? ¿De quiénes debe protegerse? Es aquí donde hay que hacer mención del lobo, ya sean aquellos lobos que atacan fuera del rebaño o de aquellos lobos disfrazados de ovejas que atacan dentro de la grey ovina. Sea cual sea el tipo de lobos, es deber del pastor deshacerse de ellos, si es que desea preservar la vida de sus inofensivos corderos y aumentar aún más la población de su ganado, para que sea numeroso y próspero.

En torno a este caso, hemos recogido de la literatura política, en sentido figurado, la imagen del lobo en tres clases de grupos (referido a esos militantes que dentro de los partidos deterioran la organización política): los pobres fingidos, las prostitutas y los moriscos.

Los pobres fingidos podemos compararlos con aquellos militantes que nunca hacen ni aportan nada, que fingen una humildad que no tienen, pero que viven medrando como sanguijuelas humanas los recursos del partido político a que pertenecen y del erario del Estado a costillas del prestigio que goza su organización partidista, pero que con sus acciones la dejan desprestigiada.

Las prostitutas, representados en aquellos personajes que están en todos lados ofreciendo sus seductoras poses y palabrería embaucadora, pero que al final se venden al mejor postor sin el menor pudor y remordimiento por su vil traición.

Y finalmente los moriscos, que así les llamaban en la antigüedad en España a los musulmanes convertidos al catolicismo de forma voluntaria o por “conveniencia” del momento. Estos últimos son representados por aquellos tránsfugas que saltan de partido en partido jurando lealtades que no tienen, salvo las de ellos mismos.

Pero el más peligroso de todos es sin dudas el “lobo oculto” en medio de los corderos. Esta fiera carnívora disfrazada con piel de oveja es el auténtico “enemigo interno”, que aparentando una falsa docilidad va tramando secretamente alianzas traicioneras para facilitar el saqueo como pirata ante las narices de los pastores políticos y en medio de sus supuestos compañeros de partido.

Ante estas tarántulas, ¿qué hacer con ellas? La lógica común dictaría el exterminio fulminante con la expulsión total, pero la lógica política indicaría la conversión del veneno en “antídoto”, pues ya no se trata de expulsar sino de utilizar; de que el modo eficaz de protección es la asimilación del veneno en dosis limitadas y a la vez controladas, de manera que la “muestra de la nociva toxina” empiece a ser reemplazada por el “modelo inmunológico de la viruela”, o sea, que te afecta una sola vez, pues tu cuerpo (corpus politicum) ya ha generado sus propios anticuerpos que lo hacen inmunes a otros ataques.

Esta comparación metafórica que ha servido en el pasado como instrumento para negociar y definir el rol político de monarquías en el pasado ante sus conflictos internos, quiera Dios que sirva también en la actualidad como medio útil para mediar y arrojar luz a los fines de desterrar al peligroso Érebo, dios griego de la oscuridad y las sombras, porque solo cuando hay ceguera severa es cuando vemos con estupor a los demás cristianos como enemigos, y peleando la batalla equivocada.

fuerzadelta3@gmail.com

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