Las mujeres cuyo sueño excede de 10 horas diarias y los varones que duermen menos de seis horas al día tienen un riesgo muy superior de desarrollar síndrome metabólico
Dormir es una parte esencial de nuestro ciclo vital. Y es que los seres humanos, como ocurre con todos los seres vivos, necesitamos descansar. Pero cuidado: si bien resulta obvio que esta necesaria reposición de fuerzas es del todo inadecuada cuando dormimos pocas horas, disfrutar de un sueño excesivo también resulta muy nocivo para la salud.
De hecho, distintos estudios han alertado de las nefastas consecuencias de los sueños escasos y demasiado prolongados. Por ejemplo, ya se sabe que dormir poco aumenta el riesgo de alzhéimer, así como que los ‘dormilones’ tienen una mayor probabilidad de acabar sufriendo un ictus. Y ahora, un estudio llevado a cabo por investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Seúl (Corea del Sur) concluye que las personas que duermen ‘poco’ o ‘demasiado’ presentan un mayor riesgo de síndrome metabólico. Pero, ¿cuál sería la duración ideal del sueño para evitar pecar por defecto o por exceso? Pues entre seis y siete horas.
Como explica Claire E. Kim, directora de este estudio publicado en la revista «BMC Public Health», «el nuestro es el mayor estudio realizado hasta la fecha para analizar la asociación dosis-respuesta entre la duración del sueño y el síndrome metabólico y sus componentes tanto en las mujeres como en los varones. Y como hemos sido capaces de expandir la muestra de nuestro trabajo anterior, hemos detectado asociaciones hasta ahora desconocidas entre el sueño y este síndrome metabólico. Además, también hemos observado una potencial diferencia de género en el caso de la duración del sueño».
Cinturas más ‘amplias’
El síndrome metabólico es un trastorno en el que se aúnan distintos factores de riesgo que se asocian a las enfermedades relacionadas con la obesidad, caso de las cardiovasculares y las metabólicas –muy especialmente la diabetes tipo 2–. Concretamente, para que una persona sea diagnosticada de síndrome metabólico tiene que presentar tres de los siguientes factores de riesgo: un perímetro de cintura superior a la ‘media’, unos niveles elevados de triglicéridos, hipertensión arterial, unos niveles bajos de colesterol HDL –el consabido ‘colesterol bueno’–, y unas cifras elevadas de glucosa en sangre en ayunas.
Para llevar a cabo la investigación, los autores analizaron los historiales médicos de 133.608 mujeres y varones coreanos que, con edades comprendidas entre los 40 y los 69 años, se habían sometido a numerosas pruebas médicas entre los años 2004 y 2013 con motivo de su participación en el Estudio HEXA. En consecuencia, y además de distintos datos demográficos y del estilo de vida –entre otros, la dieta y el nivel de ejercicio físico–, los autores contaban con los resultados de los análisis de sangre, orina y ADN de todos los participantes. Y asimismo, con una estimación de sus horas diarias de sueño.
Y es que entre otras muchas cuestiones, los cuestionarios del Estudio HEXA contemplaba la siguiente pregunta: ‘De media, ¿qué cantidad de horas/minutos comprendían sus periodos diarios de sueño, incluidas las siestas, durante el pasado año?’.
Las personas que duermen menos de seis horas al día o cuyo sueño excede de las 10 horas diarias tienen un mayor riesgo de síndrome metabólico
Los resultados mostraron que la prevalencia de síndrome metabólico se estableció en un 24,5% en el caso de las mujeres y en hasta un 29% en el de los varones. Como apuntan los autores, «dado que la prevalencia de síndrome metabólico es elevada en Corea del Sur, la identificación de factores de riesgo modificables, caso de la duración del sueño, cobra una importancia crítica».
Y por lo que respecta a la duración del sueño, ¿cuál fue el porcentaje de participantes cuyo reposo podría calificarse como ‘inadecuado’? Pues mientras cerca de un 13% de las mujeres y de un 11% de los varones dormían menos de seis horas diarias, la proporción de participantes que prolongaban sus sueños más allá de la decena de horas se estableció, respectivamente, en un 1,7% y un 1,5%. Y estos descansos escasos o excesivos, ¿influyeron de alguna manera sobre el riesgo de síndrome metabólico? Pues sí. Y de forma muy notable.
Como indica Emma Haapaniemi, directora de la investigación, «al seleccionar las células que han reparado con éxito el gen dañado que intentamos reparar, es posible que inadvertidamente también elijamos células sin una proteína p53 funcional. Y de trasplantarlas a los pacientes, como ocurriría en una terapia génica para una enfermedad hereditaria, estas células podrían dar lugar a un cáncer, lo que aumenta la preocupación por la seguridad de las terapias de edición genética basadas en CRISPR/Cas9».
¿Peor el remedio que la enfermedad?
A día de hoy hay en marcha infinidad de estudios, en su inmensa mayoría con modelos animales, para evaluar el posible uso de terapias basadas en el ‘corta-pega’ genético para la curación de un sinfín de enfermedades. Es el caso, entre otras, de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), la enfermedad de Huntington, la diabetes, la retinosis pigmentaria, la malaria y la anemia falciforme. Y asimismo, del cáncer –a través de la potenciación de la inmunoterapia–. Pero de poco sirve que el paciente sea curado de su enfermedad si tiene que pagar como peaje el desarrollo de un tumor. Por tanto, hay que seguir investigando para ‘afinar’ aún más esta ‘tijera molecular’ y erradicar todo riesgo de cáncer.
Como concluye Bernhard Schmierer, «nuestro trabajo sugiere que las futuras investigaciones sobre los mecanismos que activan p53 en respuesta a CRISPR/Cas9 tendrán una importancia crítica a la hora de mejorar la seguridad de las terapias basadas en esta técnica de edición genética».