Considera que República Dominicana no se puede mantener al margen de la realidad que viven la mayoría de los venezolanos.
Conflicto. La situación de Venezuela puede cambiar porque el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha dado un giro y se enfrenta con regímenes dictatoriales.
Rafael Guillermo Guzmán Fermín
fuerzadelta3@gmail.com
“Cualquier poder, si no se basa en la unión, es débil”.
-Jean de La Fontaine-
Para analizar Latinoamérica, es necesario abordar la geopolítica desde las estructuras geoeconómicas y geoculturales, como también desde la perspectiva de las relaciones de poder que se han desarrollado en el transcurso de su historia, especialmente, los roles que juegan las diferentes naciones en el ámbito político y económico sobre el tablero regional, y su influencia a escala global.
Desde el punto de vista histórico, muchos analistas internacionales vinculan América Latina como un mosaico de países llenos de conflictos, en vías de desarrollo, pertenecientes al tercer mundo y que son el patio trasero de los EEUU.
Es por ello que, la geopolítica es un valioso instrumento que coloca en su verdadera dimensión la anatomía de cualquier análisis dotando de objetividad estratégica sus argumentos.
En este contexto, Latinoamérica, aparte de ser un socio comercial estratégico para los EEUU, por su gran potencial económico y abundantes riquezas en materias primas, a su vez constituye una zona clave para su seguridad nacional. No solo desde el punto de vista económico, sino ante la gran escalada del narcotráfico y las amenazas del terrorismo internacional, en momentos donde varios países de la región han establecido relaciones diplomáticas muy estrechas con naciones vinculadas con el extremismo global.
En el epicentro de este último geo-escenario, ubicamos la cultura bolivariana, que logró expandirse por varios países del continente utilizando como herramienta de zapa la política “antiyanki” y el gastado discurso antiimperialista, especialmente Venezuela, cuyo Estado, al día de hoy, insiste en mantener un sistema socialista calcado del fallido sistema cubano, que mantiene geopolíticamente a la región en cierto grado de inestabilidad preocupante.
Para desmontar esa absurda insistencia de seguir aplicando el fracasado sistema mencionado, observemos que en los tiempos en que empezaba el apogeo del Socialismo del Siglo XXI, el brillante economista francés Thomas Picketty, especialista en desigualdad económica y distribución de la renta, en su obra “El Capital en el Siglo XXI”, confirma a través de un extenso estudio de los ingresos del capital y del trabajo durante un período de más de doscientos años de historia, donde finalmente el “Capital” resultó vencedor sobre el “Trabajo” evitando de este modo la consolidación de la revolución planteada por Karl Marx.
A todas luces, es evidente que el estado socialista se liquidó a sí mismo, empezando por el desarrollo que condujo al colapso al sistema nacional bolchevique, pasando por la Perestroika y terminando por el derrumbe de los regímenes no capitalistas de Europa. Esta victoria del Capital sobre el Trabajo, incluye las diversas manifestaciones ideológicas variantes del socialismo o de los regímenes autoproclamados como de la “tercera vía”.
De manera que, haciendo una georreferenciación de lo ocurrido en la región Latinoamericana en las últimas décadas, ha sido por un descuido de la influencia de los EEUU sobre el catálogo de países del continente después del 9/11, lo que motivó a un movimiento estratégicamente correcto por parte de China y Rusia, para ocupar esos espacios vacíos que, a la vez coincidían en una alineación del ciclo histórico de desgaste de los partidos políticos tradicionales de derecha y el surgimiento de las izquierdas, cuyos regímenes también fueron favorecidos por el aumento de los precios de las materias primas, especialmente el petróleo, lo que le permitió al extinto presidente Hugo Chávez, de Venezuela, acopiar el poder económico necesario para ejercer su influencia bolivariana en la región.
En este contexto de alineación favorable es que surgen los liderazgos políticos populistas de Hugo Chávez y Lula da Silva, dando inicio a una lucha por el poder geopolítico en la región, que produjo fricciones sísmicas y cuyos efectos se sintieron en todo el continente latinoamericano. A tal punto que el poder que da el llamado oro negro, bajo el programa de “ayuda” de Petrocaribe, el gobierno izquierdista de Venezuela logró desplazar a EEUU del liderazgo que tenía en el Caribe.
¿Y qué podría importar esto al poderoso coloso del norte? se preguntarían algunos. La respuesta la encontramos en la lógica de la geopolítica, pues hoy vemos con no menos asombro, cómo las diminutas islas caribeñas están impidiendo con sus votos, la resolución de invocación de la CartaDemocrática de la OEA, liderada por los mismos EEUU y los países más poderosos de América Latina, tales como México, Colombia, Argentina, Chile, entre otros, con el propósito de buscar una salida democrática dentro del marco legal a la grave crisis que devora la dictadura del gobierno bolivariano de Venezuela.
Sin embargo, para los efectos del legado que deseaba dejar el presidente Barack Obama sobre el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba, luego de más de medio siglo de ruptura, con la cooperación y bendición de Su Santidad el Papa Francisco y, por otro lado, el Acuerdo de Paz en Colombia entre las FARC y el Estado colombiano con la intervención del liderazgo del presidente Juan Manuel Santos.
Para los propósitos de la administración Obama en ese entonces, Venezuela, a pesar de la crisis de su régimen cada vez más autoritario, era el denominador común como factor articulador por su cercanía con la dictadura cubana y las guerrillas de las FARC, y por vía de consecuencias era necesario que los EEUU se hicieran de la vista gorda con el régimen del presidente Nicolás Maduro. El expresidente Obama logró sus objetivos.
Pero el actual escenario geopolítico para Venezuela dista mucho del de aquel entonces, pues con la victoria del presidente republicano Donald Trump, la política exterior norteamericana ha dado un giro considerable hacia el endurecimiento contra los regímenes autoritarios, en vínculos con naciones que promueven el terrorismo y el narcotráfico, entre otras tantas situaciones que son una amenaza a su seguridad nacional. Y Venezuela encaja en todos estos perfiles.
En este escenario, República Dominicana no puede mantenerse al margen a la realidad que sufren la gran mayoría de los venezolanos, ni tampoco al efecto tóxico a la salud de la gobernabilidad regional latinoamericana que causa la crisis de esa hermana nación.
Es por ello, que vemos acertadas las iniciativas que ha tomado últimamente el Estado dominicano como mediador, junto a otras naciones democráticas del continente, para lograr el retorno de la democracia a ese país, pues tal como cita La Fontaine: “Cualquier poder, si no se basa en la unión, es débil”.
De esta manera, todos juntos, en paz y armonía, podremos exhibir a las naciones del mundo que geopolíticamente no somos el patio trasero de nadie, sino el conjunto de naciones en proceso de alcanzar el esplendor del desarrollo latinoamericano. El autor es miembro del Círculo Delta




