Las mujeres que han sufrido de depresión postparto tienen más probabilidades de sufrirla de nuevo en los siguientes embarazos, según un nuevo estudio danés.
La depresión postparto se produce entre 27 y 46 veces más frecuentemente durante los embarazos posteriores en las mujeres que la sufrieron después de su primer parto, reportan los investigadores.
Estos resultados muestran que las mujeres que han sufrido una depresión postparto en el pasado deberían prepararse si quedan embarazadas de nuevo, planteó la investigadora principal, Marie-Louise Rasmussen, epidemióloga en el Instituto Statens Serum, en Copenhague.
Los antidepresivos o la psicoterapia podrían ayudar amortiguar el golpe o incluso a evitar la depresión posparto, dijo Rasmussen.
«En teoría, se prefiere la psicoterapia, pero no siempre es suficiente ni siempre está disponible. Con frecuencia, el practicante general tiene que añadir medicamentos antidepresivos», dijo Rasmussen. «También es muy importante el respaldo social del cónyuge y del entorno».
En la mayoría de casos, las mujeres pueden esperar deshacerse de la depresión postparto en el plazo de un año, dijeron los investigadores.
«En función de estos datos, pensaríamos que para la mayoría de las mujeres que reciben un tratamiento, la depresión debería tratarse y curarse en seis meses o menos», dijo el Dr. James Murrough, director del programa de trastornos del estado de ánimo y de ansiedad de la Escuela de Medicina Icahn de Mount Sinai, en la ciudad de Nueva York.
La depresión posparto generalmente se apodera de la madre a los pocos días del parto, aunque a veces la depresión se desarrolla durante el embarazo, según el Instituto Nacional de la Salud Mental (NIMH) de EE. UU.
Los cambios en la química cerebral provocados en las fluctuaciones hormonales posteriores al parto son una causa que contribuye a la depresión posparto, junto con la privación de sueño experimentada por la mayoría de los nuevos padres, según el NIMH.
Las señales de depresión posparto pueden incluir los sentimiento de tristeza y desesperanza, el llanto frecuente, la ansiedad o el mal humor, cambios en los patrones de sueño o alimentarios, dificultad para concentrarse, el enojo o la rabia, y una pérdida de interés en las actividades que normalmente disfruta, según el instituto de salud mental.