HealthDay News.- En los países pobres, las vacunas infantiles habrán salvado 20 millones de vidas y ahorrado 350 mil millones de dólares en costos de atención de la salud en 2020, según un nuevo estudio.
«En general, la vacunación se considera como una de las intervenciones más rentables en la salud pública», afirmó la líder del estudio, Sachiko Ozawa, profesora asociada en la Facultad de Farmacología de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill.
«Las personas que toman decisiones deben apreciar los posibles beneficios económicos completos que probablemente resulten de la introducción y el uso sostenido de cualquier vacuna o programa de vacunación», apuntó en un comunicado de prensa de la universidad.
Los investigadores examinaron el impacto de Gavi, una alianza global de vacunación lanzada en 2000 para ofrecer vacunas a los niños en los países más pobres del mundo.
Gavi ha contribuido a la inmunización de 580 millones de niños y ha trabajado sobre todo en los 73 países incluidos en el análisis.
El estudio se enfocó en las vacunas contra la hepatitis B, el virus del papiloma humano, la encefalitis japonesa, el sarampión, el rotavirus, la rubeola, la fiebre amarilla y tres cepas de bacterias que provocan neumonía y meningitis.
Entre 2001 y 2020, las 10 vacunas habrán prevenido 500 millones de casos de enfermedades y 9 millones de casos de discapacidad a largo plazo, según los investigadores.
También concluyeron que el valor económico y social de las vidas salvadas y las discapacidades evitadas por las vacunas equivaldrán a 820 mil millones de dólares en el 2020.
Cada país respaldado por la iniciativa Gavi probablemente habrá ahorrado unos 5 millones de dólares al año en costos de atención de la salud debido a esas 10 vacunas, dijeron los investigadores.
«Nuestro examen del valor económico y social más amplio de las vacunas ejemplifica las ganancias sustanciales asociadas con la vacunación», afirmó Ozawa.
«A diferencia de estimados anteriores que solo examinaron los costos evitados en el tratamiento, nuestros estimados del valor económico y social más amplio de las vacunas reflejan el valor intrínseco que las personas otorgan a vivir unas vidas más largas y más sanas», señaló.Las galletas perjudican la salud
Eliminar las galletas es la cruzada que ha emprendido Javier Bravo, que a través de la plataforma Change.org recoge firmas -hasta ayer ya había conseguido 2.814 apoyos- para acompañar un escrito que tiene previsto presentar ante el Ministerio de Sanidad. Según relata este hombre, su padre, enfermo de cáncer y anemia, sufrió un accidente cerebro-vascular, fue ingresado y después de 30 horas sin comer, lo primero que le dieron en el hospital fue, a la hora de la merienda, un café y unas galletas.
«Más allá del producto en sí, el problema está en que, al suministrarlo un centro hospitalario regularmente, puede parecer que es beneficioso y de consumo habitual, cuando resulta que es bollería y, como tal, su consumo debería de ser esporádico», explica. Y es que, según Javier Bravo, las galletas son una «perfecta y malévola combinación de harinas refinadas, aceites de mala calidad, excesivo aporte de sodio e ingentes cantidades de azúcar» que hacen de ellas «un producto diseñado para maximizar la respuesta sensorial e inducir sensaciones excesivamente placenteras gracias a su palatabilidad».
En su petición a Sanidad, defiende la fruta como alternativa para la merienda, aunque reconoce como factores en contra el económico, la duración del producto, su distribución y la «peor aceptación de propio paciente».
Y en esto último, en parte coincide con el presidente de la Fundación Alimentación Saludable y profesor de la Universidad Complutense, Jesús Román, que también critica el ‘paquetito’ de galletas en la merienda, algo que considera «una chapuza». Este experto reconoce que lo ideal sería llevar al paciente una tostada caliente y un zumo recién hecho, pero representaría un serio problema de distribución en un centro sanitario de, por ejemplo, 600 camas.
Jesús Román destaca que, aunque la alimentación hospitalaria «ha mejorado mucho», los responsables de los centros «deberían tomarse en serio abordar un menú completo que sea razonable y coherente».
Pero, además, considera que «más problemático que la galletita son los horarios» de las comidas.
«Un enfermo tiene que cenar a las ocho de la tarde, pero luego pasan doce horas sin comer porque no te dan el desayuno hasta las ocho de la mañana, lo cual es ridículo y se debe a motivos de comodidad» de los responsables del centro, apunta.
La alternativa «más coherente» a la galleta, según Román, sería «una ración de fruta partida, que ya se vende preparada» para las distribuidoras de catering, pan tostado «aunque sea industrial», o un sencillo yogur. Y, en todo caso, «que se supervise si el paciente se come el menú porque puede llegarse a desnutrirse».