Después del reporte y la noticia, llegan las voces y las resoluciones. Algunas de pena, de compartir la tristeza y la sorpresa negativas, otras cargadas de venenos peores que las sustancias encontradas en el cuerpo de José Fernández, esas que aseguran ahora rotundamente que: «yo lo sabía». «Así que este era nuestro héroe, ¿no?», mientras que otras truenan tajantemente una frase lapidaria: «¡Que decepción!».
Algunos de los que hasta hace unos días alababan a Fernández -y basta ver las redes sociales- ahora contemplan su memoria con otros ojos, de descreimiento, con un recelo recién descubierto, como a quien la ilusión se le despeña por el barranco de la realidad y se apresta a alejarse de aquello que lo deslumbraba.
Y sí, José Fernández estaba legalmente ebrio y con cocaína en el cuerpo en el momento de la tragedia del 25 de septiembre, cuando Miami entera se despertó con la alegría borrada del rostro. Sería muy vil negar el impacto negativo de esta revelación, porque todo se confabuló para el desenlace nefasto que cobró tres vidas.
Ni las drogas ni el alcohol son estandartes para la juventud y la historia de Fernández debe servir -una vez más, en una repetición fallida a lo largo de la humanidad- como historia cautelar. Ser joven no significa ser invencible, ser famoso no ofrece carta abierta a la temeridad y la insensatez.
Puedo entender ciertas reacciones adversas, pero no comulgo con aquellos que piden héroes puros, impolutos, subidos al mármol de la adoración cuando son todavía carne y hueso, y se convierten en mitos cuando pasan a ser parte de la memoria colectiva de un pueblo, de una ciudad.
A sus 24 años, Fernández era demasiado humano y ese impulso vital que le hacía ganar juegos y dominar rivales en los terrenos de béisbol aparentemente le llevó a habitar en alguna zona oscura en las que muchos entramos, aunque pocos tenemos el coraje de admitirlo.
Sí, Fernández cometió un error de cálculo monumental, pero eso no basta para desmontar los cimientos de una carrera exitosa, ni desdibujar las muchas noches de alegría en una franquicia sin esperanzas. Todo aquel que fue al estadio en alguna de sus actuaciones de gala sabe lo que estoy hablando. El magnetismo, la potencia, el carisma
lo distinto.
¿Acaso este reporte borra todo lo bueno que hizo este chico en cuestiones de caridad? ¿Puede romper el vínculo emocional con Miami? ¿Separarlo de quienes le rodeaban de admiración? Si lo hace, entonces no le querían tanto, ni el perdón ni la comprensión priman en esta comunidad.
Fernández no será el primero ni el último. De Babe Ruth a Dwight Gooden, la historia del béisbol está llena de personajes complicados, algunos despreciables, verdaderos truhanes, pero de alguna manera encuentran absolución en el tiempo y las conciencias, porque dejaron algo precioso en sus trayectorias, algo que todavía hoy hace que los recordemos con un fulgor distinto, a pesar de los claroscuros.
Tal vez Fernández no tuvo la mejor de las purezas -ni de las decisiones- a la hora de su muerte, pero sí era transparente en muchas otras, muchísimas más. Ojalá que las turbulencias desatadas por este reporte den paso gradual al sosegado repaso de un joven que nos tocó con una emanación positiva. Imperfecto, no cabe duda, como la vida misma,
