Nadie tiene el poder de frenar las ruedas del tiempo, porque aunque uno no quiera los años pasan y se llevan cosas que anhelamos nuevamente tenerlas a nuestro lado. Muchos poseemos una nostalgia en el San Cristóbal de ayer, en aquél que aun existe en la memoria lleno de recuerdos y añoranzas. Hoy, cuando las décadas caídas dejan huellas en quienes vivimos en esa época, nos produce dolor la realidad de nuestra comunidad natal.
¿Y a quién no le causa pena apreciar que su “patria chica” anda por malos caminos? La situación actual de San Cristóbal espanta apreciada desde variados aspectos. El cuadro nos parece surrealista o absurdo al notar que centenares de barrios marginados se han sumado al casco urbano en un crecimiento loco y sin planificación. Este desorden ocasiona múltiples inconvenientes a la hora de ofrecer servicios públicos a esos moradores.
A los ojos de las autoridades se levantan casas hasta en el cauce de cañadas o en laderas de terrenos accidentados. En tales espacios nacen barriadas inhóspitas donde la convivencia humana se degrada hasta lo vergonzoso. Es innegable que todo tiene su raíz, y esta se remonta a años después del huracán David cuando la mayoría de los campos que alimentaban de productos agrícolas a San Cristóbal se mudaron a la ciudad, convirtiéndose en fragmentos urbanos que se nutrían entonces del municipio cabecera.
Lo rural es ahora “pueblo con calles” y el caballo le cedió al paso al motor. En este momento el agricultor se ha convertido en motoconchista. Y si antes el labriego se identificaba por su “machete”, actualmente se le distingue por su “celular”. Al parecer, el “campesino del pueblo” en el fondo de su ser continúa teniendo las mismas costumbres del antiguo trabajador de la tierra y que en este nuevo papel se gana la vida con su motor, pero todavía sueña con un pasado donde su conuco era el protagonista de su jornada diaria.
Los barrios nacientes de San Cristóbal son abortos que se levantan llenos de deformidades, o especies de árboles torcidos cuyas ramas ninguna municipalidad intenta enderezar. Porque para ellos invertir en tratar de encauzar cuesta más que hacer de nuevo. “Eso es dinero echado en saco sin fondo o un dolor de cabeza sin medicina que lo sane”. Suelen expresar algunos “dirigentes” con increíble indolencia.
Ciertamente que toda ciudad tiene un contraste entre lo bello y lo grotesco, que cualquier urbe posee áreas hermosas y zonas feas, que una ciudad es un balance entre el atraso y el progreso, y que el resultado de esa lucha es la modernidad, la cual termina uniendo lo mejor del pasado con lo mejor del presente.
Los estándares de la civilización se empeñan por no enseñar sus miserias, los rotos de la harapienta vestimenta de una sociedad que para aparentar usa traje y corbata, pero que no logra disimular los parches mal remendados de estos villorrios de la pobreza.
La ciudad es un ser con corazón, que así como nace también muere, aunque millares residan en sus zonas. Puede fallecer la ciudad porque una urbe con un incierto futuro y rumbo al caos no necesita que se emita un acta de defunción para entonces poder decir, “murió la ciudad”. No se debe negar que el gobierno de turno ha hecho cuantiosas inversiones en el municipio, sobre todo en el área escolar y de infraestructura vial. Sin embargo, la crisis local es tan profunda que las obras han quedado en la sombra.
He sentido que San Cristóbal está en agonía, que nada se parece más a mi pueblo que el río Nigua, ambos están en la sombría competencia por saber cuál de los dos morirá primero. Por ejemplo, los alrededores del parque central del municipio de San Cristóbal con sus colmenas de paradas de motocicletas, semejan panales de avispas que salen “a picar” detrás de cualquier persona que se desmonta de un vehículo. Luego se inicia la prisa por llevar con urgencia al pasajero a su destino y regresar con mucha mayor rapidez a la parada, porque “hay que reunir los chelitos del moro”.
¿Cabe dentro de la definición de ciudad una urbe llena de basura, sumida en la anarquía del transporte y en un crecimiento sin planificación? Por lo tanto, San Cristóbal ya no es San Cristóbal, pudiera ser la puerta sucia del sur, el patio descuidado de la capital o la insólita “Ciudad Benemérita” de un sanguinario tirano.
En un último contexto, abierta la campaña electoral se debe poner sobre la mesa de discusión el relanzamiento del municipio de San Cristóbal. Sería ideal un amplio debate entre los aspirantes a los diferentes cargos, porque más allá de las promesas y banderías partidarias, a los sancristobalenses o sancristoberos nos preocupa nuestra comunidad.
Todavía es posible dar un salto de lo malo hacia lo bueno y desde esta posición a lo excelente. Apoyemos con el voto a quienes más se comprometan con una transformación positiva de San Cristóbal, nuestra querida ciudad, cuna de la constitución de la república y que a pesar de sus dificultades es un orgullo de todos y de todas.
