Un teniente afgano llamado Amanullah dijo que estaba dispuesto a luchar hasta la muerte para detener a los talibanes que avanzan en el sur del país, donde los insurgentes ya han invadido varios distritos de su tierra tradicional.
En noviembre, 15 meses después de unirse al Ejército, decidió desertar, uno de los miles de soldados cansados y frustrados que habían colgado sus uniformes, situación que ha afectado al poder de los militares afganos a la hora de luchar contra la creciente amenaza talibán.
Para Amanullah todo cambió a fines del año pasado, cuando luchaba hambriento y sin haber recibido su salario durante meses y unos militantes armados con lanzacohetes y ametralladoras atacaron su base en una batalla que duró tres días.
La gota que colmó el vaso llegó cuando sus peticiones para recibir refuerzos en un puesto remoto quedaron sin respuesta y varios de sus compañeros se desangraron hasta la muerte debido a la falta de atención médica.
Cuando terminó la emboscada, se deshizo de su uniforme junto con tres compañeros y huyeron lejos de la base cerca de Kandahar, un área que ha sido durante mucho tiempo un bastión talibán.
«Me uní al Ejército para poder mantener a mi familia y servir a mi país , pero esto es una misión suicida», dijo Amanullah, de 28 años, que al igual que muchos afganos usa un solo nombre.
En 2015, el Ejército afgano tuvo que reemplazar a más o menos un tercio de sus cerca de 170.000 soldados debido a las deserciones, las bajas y la baja tasa de reenlistamientos, según cifras publicadas el mes pasado por el Ejército de Estados Unidos.
