En las últimas tres décadas, la deuda externa de los países subdesarrollados se ha convertido en un lastre insostenible para las naciones que conforman el Tercer Mundo independientemente de las diferentes circunstancias históricas en las que se contrajeron.
De los principales “argumentos” esgrimidos por los países para adquirir los compromisos de endeudarse son que, teóricamente, les da la oportunidad de conservar los recursos propios de sus naciones, y al mismo tiempo, recibir recursos exógenos frescos para emplear, procesar y producir nuevos bienes y servicios que dinamicen sus economías.
Sin embargo, esto se erige como un obstáculo para los propósitos de desarrollo nacional cuando estos recursos externos no son invertidos en las áreas que motivaron su contratación, dando lugar a un manejo “ineficiente” de dicho capital ajeno, que a la postre provocará una crisis económica severa con un impacto social peligroso en la población que puede degenerar en estallidos sociales y desestabilización político-social en la gobernabilidad poniendo en peligro el mismo sistema democrático.
En este contexto, las múltiples iniciativas utilizadas por los acreedores para buscar “amigablemente” una solución a la deuda contraída por los países, siempre han descansado sobre la base de transferir los “costos de la recuperación económica” a sus propios pueblos. Traducidas en aumento de los impuestos, austeridad económica, recortes de los programas sociales, despidos masivos de empleados de la administración pública, entre otros.
Es precisamente en este delicado escenario de vulnerabilidad nacional sujetados a los “acuerdos internacionales” de sus deudas externas, que todo esto se convierte en una pieza fundamental para el establecimiento del poder hegemónico, supervisión y control de las finanzas de esos pobres y endeudados estados con el propósito ulterior de pretender apoderarse de sus cuantiosos recursos naturales a manera de “garantía”.
De modo que todas estas iniciativas están diseñadas para fortalecer el dominio y control que los acreedores imponen sobre los países del Tercer Mundo por intermedio de la “deuda”, mientras que la población asume un elevado costo en términos de sufrimiento humano y pérdida de calidad de vida al estar encadenados a una impuesta política económica contraria a los intereses de su propio desarrollo nacional y, por otro lado, el propio Estado paga ese costo en la humillación de perder su soberanía tanto en el manejo de su economía y sistema financiero nacional como en otros ámbitos como su soberanía en decidir su política de sus relaciones internacionales.
Es por esto que la “deuda externa”, en términos de “geopolítica”, confiere una nueva dimensión a este asunto global, puesto que pasa del terreno de un origen puramente económico-financiero a estadios vinculados con los espacios territoriales y de soberanía, y por ende, militares.
Un buen ejemplo que describe bien las estrategias geopolíticas de esos organismos financieros mundiales como los son el Banco Mundial, el FMI, entre otros, con el respaldo de las potencias hegemónicas acreedoras, lo encontramos en los pasos recomendados por los expertos para poder pescar peces de gran envergadura, como es el caso del Marlín Azul, en nuestras costas dominicanas. Recomiendan cinco (5) pasos: 1.- Encontrar al pez para darle caza (buscar un país en vías de desarrollo dispuesto a endeudarse), 2.- Hacer morder el anzuelo con una buena carnada (ofreciendo a esos países préstamos blandos con varios años de gracia para empezar a pagar), 3.- Resistirle a la carrera, o sea, darle hijo al pez que ya mordió el anzuelo (dejar que se endeude lo más que pueda), 4.- La pelea, en esta etapa ya el pez ha detenido su carrera, ya que se encuentra agotado (el país ya no puede endeudarse más), 5.- El cobro, ya el pez está bajo el dominio del pescador. (Acción del poder hegemónico y control sobre el país endeudado).
Por ello, en términos geopolíticos, el manejo de la deuda externa, ya no es el simple cumplimiento de la misma, sino que determina el escenario de la “defensa de los intereses” de las potencias acreedoras utilizando como “caña de pescar” a entidades como el FMI, BM y la OMC.
Siendo el FMI y el BM los responsables del diseño e implementación de los programas de ajustes estructurales sustentados en la “condicionalidad”, además de ser los encargados de “certificar” la capacidad de respuesta a la ayuda financiera solicitada.
Es a esta “condicionalidad” a la que países como el nuestro deberíamos tener cuidado a la hora de endeudarnos irreflexivamente, pues conllevan un conjunto de “condiciones“ que el donante impone al receptor para poder ser destinatario de dicha “ayuda”, o luego de aprobado el préstamo, continuar con el programa de desembolsos. (Recordemos el “darle hilo” en la pesca del Marlín Azul).
Dentro de las “condicionalidades” más comunes, utilizadas por estas entidades financieras, tenemos: la preservación de la democracia, los derechos humanos y el buen gobierno. Es en este punto nodal donde estos organismos, que son más poderosos que la mayoría de los estados subdesarrollados, podrían influir para hacer “sugerencias diplomáticamente” sobre temas divorciados completamente del ámbito de su competencia financiera, tales como, en temas migratorios, desconocimiento de sus constituciones o cualquier otros “asuntos internos” que atente contra la soberanía nacional de los estados.
Finalmente, luego de analizada esta nueva arma sigilosa del arsenal geopolítico global, los países como el nuestro deberían ser muy prudentes con la adopción de sus políticas de endeudamiento, fomentando más bien el control financiero sano y transparente, fortaleciendo de este modo la capacidad de los estados en formular libremente sus propias políticas sociales, económicas y financieras evitando de esta manera “morder el anzuelo” y caer en una “trampa” de la cual sería muy difícil de salir.
El autor es miembro del Círculo Delta.
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