Hay dos tipos de dolor: el que te lastima y el que te cambia

Las personas no llegamos a este mundo con la habilidad suficiente como para gestionar el dolor. A pesar de ser algo común en nuestro ciclo vital, y de experimentarlo nada más venir al mundo, nadie nos ha ofrecido un manual para sobrevivir al sufrimiento.
 
De niños nos desahogamos con las lágrimas pero, a medida que crecemos, nos dicen que llorar no es bueno, que es algo que solo hacen los débiles. Es entonces cuando empezamos a interiorizar, a callar palabras y a disimular.
 
La educación emocional no es algo que se enseñe en los centros educativos, y nuestros padres casi nunca son demasiado hábiles a la hora de iniciarnos en estos campos, en la gestión de las frustraciones, de los desengaños, de las desilusiones…
 
Somos nosotros, a través de nuestras experiencias, los que debemos aprender a sobrevivir. Ahora bien, hay algo que debemos tener claro: hay muchos tipos de dolor emocional. Hay unos que lastiman y otros que nos hacen cambiar para avanzar.
 
Aprender a aceptar la adversidad
Hay quien se niega a aceptar el dolor en cada una de sus formas. Unos enmascaran el dolor físico con los analgésicos y otros rehuyen del dolor emocional, fingiendo que no existe.
 
Es un error. Toda sensación de dolor es síntoma de un problema interior que hay que conocer. Ya sea una enfermedad, en caso de dolor físico, o bien un problema no afrontado de forma correcta.
 
Tampoco podemos pasar por alto que los problemas emocionales pueden somatizarse y derivar así en dolor físico, en cansancio o en problemas musculoesqueléticos.
 
No debe sorprenderte si te decimos que es necesario aprender que existe esta dimensión lo antes posible. Es vital pues que, desde nuestra infancia, se nos hagan entender las siguientes cuestiones:
 
Por mucho que nuestros padres, madres o abuelos se esfuercen, no pueden cuidar de nosotros siempre ni garantizarnos una felicidad absoluta en cada paso que damos.
 
Los niños deben aprender a gestionar la frustración, a que no siempre se consigue lo que se desea.
 
Si educamos en madurez emocional, daremos múltiples estrategias a los más pequeños para que cada día, sean capaces de hacer frente a esas fuentes que les puede ocasionar dolor:
 
Con una buena autoestima vencerán las posibles críticas de los compañeros de clase.
 
Si son autónomos, si se esfuerzan en conseguir sus objetivos, sabrán que muchas veces el conseguir algo no está exento de cierto sufrimiento.
 
El saber ya desde la infancia y la adolescencia que la adversidad es algo que puede aparecer más de lo que desearíamos hará que nos demos cuenta también de que “son momentos para ponernos a prueba”. Para demostrar de lo que somos capaces.

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