«Entre todos los rincones del mundo, siempre hay unos favoritos. No importa cuánto te muevas, cuánto viajes o dónde estés, nunca es mal momento para regresar. Sabes bien cuáles son: ‘tus personas hogar’.
Las personas hogar huelen a amor y a aceptación incondicional. Huelen a cariño, a abrazos largos donde se te cierran los ojos y se esboza una sonrisa.
(…)
Por eso, una persona hogar es el mejor espejo donde mirarse cada día: siempre refleja la versión más real y auténtica de ti. La más bonita. Son la luz al final del túnel, el apoyo durante el camino y el hombro en el que depositar tus lágrimas.
Reparando alas rotas»
Los abuelos son personas hogar. Únicos, entrañables e inolvidables. Estén o no estén ya en este mundo, ellos simbolizan ese lugar al que siempre podremos volver para acurrucarnos, aunque sea en los recuerdos.
Los nietos y los abuelos representan esa unión generacional, ese papel que envuelve un caramelo, esas miradas cómplices y ese juego permisivo y comprensivo que tanto se disfruta en cualquier etapa de la vida.
Son nuestros recuerdos, nuestra complacencia, nuestro disfrute y nuestra ternura.
Ellos son historias llenas de giros inesperados, cabellos blancos que ondea el viento, ojos que lucen con el sol, tranquilos paseos sintiendo la calidez de sus manos, el caminar sobre hojas secas, el ver llover tras la ventana con un tazón de chocolate caliente en una fría tarde de invierno.
Por todo esto los abuelos se convirtieron en nuestros amigos más entrañables, esos que corrían despacio por las colinas para jugar al escondite, los que nos demostraban que el amor puede ser único y excepcional.
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