Remedios, la ensordecedora meca de las parrandas cubanas

La Habana (PL).- Era víspera de Navidad y la Iglesia Parroquial Mayor de San Juan de los Remedios lucía un vergonzoso vacío, o al menos así lo entendía el padre Francisco Vigil de Quiñones.
 
Corría el siglo XVI, y los feligreses de este joven sacerdote parecían haber perdido, si no el temor a Dios, al menos el sentido de lo que significaba celebrar el cumpleaños de su Hijo.
 
Por eso aquel 24 de diciembre mandó a los niños de la octava villa fundada por los españoles en Cuba a despertar a la vecindad repicando cuanto objeto hiciera ruido, rejas, cencerros, tambores o trompetas, con un escandaloso llamado a Misa de Gallo que marcó el nacimiento de la festividad más antigua del país: las Parrandas de Remedios.
 
Patrimonio Cultural de la Nación, el duelo anual entre los barrios San Salvador y El Carmen sazonan el fin de año en la central ciudad, en una colorida batalla que corona meses de complot, urdiendo iniciativas, diseñando en secreto carrozas y trabajos de plaza que, cual matrioskas rusas, guardan en su seno asombros y maravillas que inclinen la balanza del público indiscutiblemente a un bando u otro.
 
Es una fiesta sin perdedores, porque cada vecino cree firmemente que su barrio fue el ganador, y las decenas de miles de asistentes disfrutaron tanto, que el veredicto es lo de menos: desde que suena el primer repique hasta que se agota la pirotecnia y la noche remediana queda limpia de resplandores y sucia de explosiones, todo es fiesta al duro.
 
Cuando comienzan a rugir las baterías de fuegos artificiales, muchos -sobre todo los visitantes- se refugian en los amplios portalones coloniales para guarecerse de una lluvia de fuego a la que ya está acostumbrada el remediano. Es más, existen familias con una sólida tradición en la pirotecnia, y ni siquiera los que han sufrido algún accidente le viran la espalda a la bengala: al final, son meras heridas de batallas.
 
Los defensores de San Salvador visten de rojo y azul y tienen al gallo como símbolo, mientras los del Carmen utiliza principalmente el carmelita y son representados por un globo.
 
A las nueve de la noche del 24 de diciembre, redoblan las campanas parroquiales y cada bando comienza a sacar sus nuevas «armas», las carrozas a desfilar, los faroles a girar, los trabajos de plaza a mostrar sus maravillosas entrañas y los fuegos artificiales a atronar e iluminar la noche.
 
Remedios es, sin dudas, la capital de las parrandas en Cuba: ahí definieron su actual estructura en el siglo XIX y se extendieron a 17 pueblos cercanos.
 
La parranda es endémica de la región centro-norte de Cuba, y se diferencia de los carnavales del resto del país, y de las Charangas de Bejucal, quizás la fiesta que más se le parezca en la isla.
 
Otras parrandas de rango son las de Camajuaní (Sapos contra Chivos), Caibarién (La Loma y La Marina) o Vueltas (Ñañacos contra Jutíos).
 
Todas funden danza, música y oficios tradicionales, para hacer de la parranda una valiosa tradición que se perpetúa de generación en generación.
 
Por lo general la filiación se hereda, aunque cada cual es libre de escoger su bando. De hecho, hay gente que vive en la misma cuadra, tal vez bajo un techo común, y pertenecen a Barrios diferentes.
 
Los historiadores achacan el origen de la confrontación a la rivalidad existente entre los comerciantes José Ramón Celorio del Peso y Cristóbal Gilí Mateo, los más notorios promotores de la institucionalización de la parranda a partir de 1871.
 
Así, con un origen católico y la sabrosura de los elementos paganos, las Parrandas tuvieron de entrada un impulso comprensivamente comercial y la vigilancia de las autoridades militares, que regulaban el potencial desmadre, pero la espontaneidad de los pobladores ha sido, sin dudas, el motor inagotable de esta ensordecedora fiesta de fuego.

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