Fronteras de tragedias

“Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala, es el silencio de la gente buena.” -Gandhi-
 
En estos días la Agencia Francesa de Prensa (AFP) resaltó la trágica noticia de que un total de 3,072 inmigrantes han muerto desde enero en el Mediterráneo, es decir, más del doble que durante la “Primavera Árabe” del 2011, fecha del último récord, anunció la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
 
Desde hace 20 años, atravesar el mar Mediterráneo constituye el periplo más mortal para los inmigrantes ilegales. El 2014 ha batido todos los récords, superando el máximo número de fallecidos registrado en 2011, con 1,500 muertos en el mismo período. En total, al menos 40,000 migrantes han fallecido en el mundo desde el año 2000 tratando de ingresar en Europa, Estados Unidos, Australia u otros países.
 
En ese orden de ideas, más de 112,000 personas en situación irregular fueron detectados por las autoridades italianas durante los ocho primeros meses del 2014, casi el triple que en el 2013, según la OIM. Los sirios, y los eritreos, fueron los más numerosos en llegar a Italia. Estos datos nos dan el nivel trágico del problema de la migración mundial.
 
Retrotrayéndonos al caso dominicano, los sucesos trágicos más destacados también han sido en la frontera marítima, donde cientos de dominicanos y extranjeros, han arriesgado sus vidas buscando el sueño americano, cruzando el peligroso Canal de la Mona en frágiles embarcaciones, para alcanzar la vecina isla de Puerto Rico.
 
En los últimos años, gracias a la encomiable labor de la Armada Dominicana-con un recurso humano sin siquiera una seguridad social decente-, los denominados viajes ilegales en yola, se han reducido drásticamente, aunque los nacionales haitianos siguen acaparando sus estadísticas. Desde enero a octubre de este año se han detenido 1,316 personas, de las cuales 924 son extranjeros ñen su mayoría haitianosñ tratando de llegar a la Isla del Encanto, vía marítima e ilegalmente, en detrimento del pírrico presupuesto que recibe nuestra fuerza naval, donde la inversión en combustible y apoyo logístico es muy elevada, y sale del erario, no de ayudas internacionales.
 
Sobre el discutido y siempre interesante tema de la inmigración ilegal a nuestro país, estuve leyendo la propuesta que promueve el prestigioso intelectual Manuel Núñez, quien defiende la construcción de un muro en la frontera, agregando esta vez al mismo la creación de actividades comerciales para atraer a los dominicanos a repoblar la zona fronteriza, y que los haitianos hagan lo mismo de su lado.
 
Siempre he pensado que el mejor muro son las leyes, porque no se pueden escalar, minar, volar ni derribar.
 
Sobre este asunto tan crucial para el futuro de nuestro país, soy de opinión que el error de algunos está en la concepción de la inmigración haitiana, partiendo del rechazo de la población del oeste a la solución del problema, pues está claro que Haití no tiene ni los recursos ni la intención de resolver el mismo, ya que, lamentablemente, es este un problema que se ha vuelto solo dominicano, lo queramos o no. El día que nuestros ciudadanos, sobre todo los que tienen poder de decisión política entiendan eso, se podrá avanzar más con el tema.
 
Cuando el arquitecto Luis Lajara Marchena, a finales de los 90s, a través de la empresa Trans Dominicana de Desarrollo (TDD), concibió el proyecto de un megapuerto en la bahía de Manzanillo, con el consiguiente desarrollo de las provincias de Montecristi y Dajabón, en alianza con empresarios de Dubái, el mismo contemplaba la creación de una zona internacional, donde los haitianos pudieran trabajar en el día, y regresar al final de la jornada a su país, como se hace en diversas zonas fronterizas en el mundo. Esto implicaba una documentación para los haitianos, que la Unión Europea se había comprometido a financiar.
 
El proyecto de TDD presentaba la ventaja de que los haitianos podían ganar dinero en la República Dominicana, y vivir en Haití, como debe ser. Lamentablemente, la voracidad y falta de visión de algunos funcionarios estatales y empresarios locales de esa época y el choque de intereses, alejó a los inversionistas, y ese gran proyecto de desarrollo fronterizo quedó en un sueño de fe y esperanza.
 
Si comparamos las presentes y futuras fuentes de ingresos en la isla, vemos que hoy en día La República Dominicana goza en Europa (a causa del turismo) de la reputación de un país emergente, y aunque muchos no lo crean, según he constatado en viajes recientes a Europa, una gran mayoría no sabe que la isla está compartida por dos identidades. Ellos, los europeos, mayormente hablan de Casa de Campo, Punta Cana y Bávaro.
 
Si vemos las recomendaciones a los turistas sobre la seguridad, para Haití se recomienda ªExercise High Degree of Caution (Tener Alto Grado de Precaución)ª, mientras que para la República Dominicana es ´Normal Security Precautions (Precauciones Normales de Seguridad)ª, por eso, en Europa las ofertas para hacer turismo en Haití son inexistentes, siendo la República Dominicana el primer destino turístico del Caribe.
 
A nuestro país es donde se va a pasar vacaciones, Haití es donde se manda la ayuda como a África (donde muchos la ubican, a pesar de Toussaint L’ouverture). Pero aún así, esos conceptos no pueden ser óbice para descuidarse en la labor titánica de continuar reforzando nuestras leyes migratorias, como actos soberanos de un Estado, cuya supervivencia como tal es prioridad sobre lo que puedan pensar voces interesadas en el exterior del país, respetando la opinión de cada cual. Los dominicanos, reitero, tenemos que entender que el problema migratorio nos lo han dejado a nosotros, sin que las pregoneras ayudas acaben de llegar, pues solo el hecho de que en nuestro país se instale una oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), cuando el calificativo de “refugiado” no aplica en nuestro caso, pues para ser tal debe contener matices de perseguidos políticos, étnicos o religiosos, nos hace colegir que fuerzas foráneas, con apoyo local, pretenden que asimilemos el éxodo de haitianos huyendo de la pobreza, y como colofón la injusta y ofensiva condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), a un país que ha sido más que solidario y panacea de los haitianos en salud, trabajo y educación, donde hasta invierte parte de su precario presupuesto en regularización y documentación de todas las personas que habitan en el territorio dominicano, hasta ofreciendo plazos para los que califiquen para ser dominicanos.
 
Algunos parecen ignorar que somos también un país con problemas serios, donde solo el pago de intereses de la deuda externa/interna para el año 2015 equivaldrá al 2.9. % del Producto Interno Bruto (PIB), y ni hablar de qué pasaría con Petrocaribe, según analistas económicos de prestigio, si el barril de petróleo baja de US$80 dólares en los mercados internacionales. Y si eso fuera poco, sacamos a colación el incremento del 20.5% de la nómina del gobierno, en solo dos años. Sin dudas, el ejemplo de lo que pasa en el Mediterráneo nos enseña que no hay muro capaz de detener el flujo de migrantes, a menos que no tenga en su estructura una solución económica, sustentada en el imperio de la ley y la soberanía. Esa es la única vía de revertir fronteras de tragedias por otras de desarrollo y felicidad, para los eternos compañeros de la isla de don Pedro Mir, donde se ubica ese país en el mundo colocado en el mismo trayecto del sol.
 
(Tomado del ListinDiario.com)

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