Cuando Betty Villalta abrió una panadería en un barrio de clase de media de Santiago hace unos cuatro años pensaba que su negocio estaría más o menos protegido de los riesgos de una desaceleración de la economía.
Pero en los últimos meses ha tenido que salir a buscar clientes a la calle para mantener el nivel de ventas de sus populares «sopaipillas», un tipo de masa frita tradicional que suele venderse en puestos de comida informales, mientras afronta los crecientes costos laborales y del precio de la harina.
Tres negocios han cerrado este año en la calle donde está ubicado su local.
«Se dice que la comida y el pan es como un mal necesario, que toda la gente tendría que consumirlo, pero la realidad no es así, porque a la gente si de repente le sobraba un pan anteriormente lo desechaba, ahora lo guarda», afirmó.
Villalta no es la única.
Cuando la inversión minera empezó a enfriarse el año pasado en Chile, el mayor exportador de cobre del mundo, las ventas minoristas se mantuvieron estables. Pero ahora la desaceleración se está percibiendo con fuerza en la economía en general, a lo que se suma la debilidad de la moneda local, el peso, un factor que eleva los precios de los bienes importados.
El mes pasado, la confianza del consumidor arrojó una lectura negativa por primera vez en dos años. Al mismo tiempo, las ventas de autos nuevos se derrumbaron y el crecimiento de los ingresos minoristas se ralentizó desde los niveles de doble dígito de hace un año a un anémico 2,3 por ciento.
La mayoría de los economistas ahora estima que el crecimiento económico de Chile se ubicará en entre un 2 y un 2,5 por ciento este año, por debajo del 4,1 por ciento del 2013.
