¿El futuro del sexo?

Aunque su ‘sex appeal’ se haya equiparado al de una medusa, y su aspecto al de una bolsa de plástico, el condón femenino va camino de transformarse en la gran novedad del sexo seguro. Casi dos décadas después de su presentación en sociedad y con solo el 1,6% del mercado, un puñado de investigadores, ingenieros y empresarios va a presentar un amplio repertorio de condones vaginales rediseñados y reinventados
Este reportaje fue publicado originalmente bajo licencia CC-BY en Mosaic, una iniciativa de la Wellcome Trust. Ha sido traducido por Diego Zuategui.
1. Excitación
En 1987, la ejecutiva farmacéutica americana Mary Ann Leeper viajó a Copenhague para conocer de primera mano lo que creyó que podría ser la siguiente gran novedad sanitaria mundial. Lo que no esperaba era encontrarla escondida en el interior de una vieja caja de puros. El médico e inventor Lasse Hessel la recibió, puro en boca, en la granja de su propiedad, y acto seguido le hizo entrega de la caja: “Un cajón de sastre con todo tipo de plásticos y objetos metálicos”, recuerda Leeper. “Así que respiré profundamente y me dije ‘¿en qué diantres te has metido?’”. De alguna forma, todos aquellos cachivaches, una vez unidos, formaban un artilugio que podría servir a las mujeres para prevenir embarazos y evitar enfermedades de transmisión sexual. Se trataba del primer condón vaginal.
La presentación fue de todo menos convencional, pero Leeper y sus colegas de Wisconsin Pharmacal tenían puestas grandes esperanzas en el invento de Hesse. “En Estados Unidos se empezaba a reconocer la verdadera magnitud de la crisis del sida y teníamos claro que ofrecer a las mujeres un producto con el que protegerse tendría un impacto positivo”, dice Leeper.
Desde luego, cuando Wisconsin Pharmacal lo introdujo finalmente en EEUU, en 1993, los expertos en salud pública lo recibieron como un verdadero factor de cambio. El condón, una funda de poliuretano a introducir en la vagina antes del coito, iba a proteger a las mujeres de posibles infecciones de transmisión sexual aunque sus parejas masculinas se negaran a utilizar preservativos.
El condón femenino reduce el riesgo de la mujer de contraer el VIH entre un 94% y un 97% en cada intercambio sexual
Técnicamente, el condón femenino funciona. Se calcula que, utilizado correctamente, reduce el riesgo para la mujer de contraer el VIH entre un 94% y un 97% en cada intercambio sexual. Los estudios demuestran que la presencia del preservativo femenino junto a su versión masculina aumenta el porcentaje de relaciones sexuales seguras y reduce la prevalencia de infecciones de transmisión sexual. Y, aún así, dos décadas tras su aclamada presentación, el condón vaginal sigue sin hacer honor a su potencial. Lastrado por un modo de empleo menos intuitivo y familiar que el masculino, no llegó a despegar. Fue ridiculizado por los medios, ignorado por los médicos y rechazado por las mujeres, que lo encontraron antiestético y difícil de usar. A día de hoy, sólo el 1,6% de los condones distribuidos a nivel global son vaginales.
Pero el destino del preservativo femenino podría no estar sellado. Durante años, un puñado de investigadores, ingenieros y empresarios ha estado trasteando discretamente con el ingenio. Sus esfuerzos empiezan a dar fruto, y un amplio repertorio de condones vaginales rediseñados y reinventados comienza a abrirse paso en el mercado. La llegada de productos novedosos y de fácil manejo, unida a los renovados esfuerzos por promover la tecnología a nivel mundial, podría estar colocando finalmente al preservativo femenino en posición de provocar al fin un verdadero cambio.
Fue ridiculizado por los medios, ignorado por los médicos y rechazado por las mujeres que lo encontraron antiestético y difícil de usar
2. Meseta
El proyecto del condón femenino fue difícil desde el principio; mucho más de lo que Leeper hubiera anticipado. Tras la compra de los derechos tecnológicos, Leeper y sus colegas de Wisconsin Pharmacal necesitaban convertir el prototipo de Hessel en un producto comercializable. Después de algunos cambios, obtuvieron una bolsita de poliuretano fino con anillos flexibles en los extremos. Para introducirlo, habría que comprimir el anillo en el extremo cerrado y empujarlo hacia el interior de la vagina. Una vez desplegado, ese anillo interno se encargaría de mantenerlo fijo en su sitio. El anillo opuesto, más ancho, quedaría en el exterior de la vagina, protegiendo la vulva. Tras la eyaculación, el semen queda atrapado en la bolsita interior, evitando embarazos e infecciones de transmisión sexual.
Pero antes de poder sacar el condón a la venta, Wisconsin Pharmacal necesitaba la aprobación de la Oficina Reguladora de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés). Al tratarse de un producto totalmente novedoso, la FDA calificó al condón vaginal como aparato médico de clase III, una categoría normalmente reservada a equipamientos médicos de alto riesgo –como marcapasos o cierto tipo de láseres—. La clase III está sujeta al escrutinio regulador más estricto. Los condones masculinos, por el contrario, son de clase II y pueden comercializarse sin autorización, estando sujetos a controles mucho menos rigurosos.
“Hicimos todo lo que se supone que hay que hacer y aún así nos dimos de bruces”
Tardaron seis años en conseguir atravesar el complejo sistema regulatorio y, cuando el gobierno les dio finalmente el visto bueno, en 1993, Leeper respiró con alivio: “Creía que la parte más dura sería conseguir la aprobación de la FDA. Era muy complicado; no dejaban de modificar las especificaciones técnicas o de cambiar los requisitos y los ensayos clínicos”. Pero se equivocaba. Lo más difícil estaba aún por llegar.
Para la comercialización estadounidense del preservativo femenino Reality (en el exterior sería bautizado con diferentes nombres) Wisconsin Pharmacal planificó un lanzamiento de manual: reclutaron visitadores médicos y una gran agencia publicitaria para vender el producto directamente a los consumidores: “Hicimos todo lo que se supone que hay que hacer”, asegura Leeper, “y aún así nos dimos de bruces”.
En parte fue culpa del momento y del rechazo público hacia los productos de índole sexual. “Por aquel entonces no se decía condón en voz alta”, recuerda Leeper. “La gente llamaba gomas a los condones masculinos, y su nombre se susurraba en el mostrador de las farmacias”. Y aunque la crisis del sida estaba en su apogeo, para muchas mujeres americanas el riesgo de contraer el VIH era algo abstracto, algo que les ocurría a los demás pero nunca les pasaría a ellas. Mientras que las mujeres que formaban parte de los grupos de discusión decían estar a favor del condón como concepto, según Leeper, “una vez en la cama, a la hora de la verdad, dejaban el preservativo femenino en el salón”.
El artilugio con el que se encuentra uno al abrir el envase, grande, extraño y parecido a una bolsa de plástico, disuadía tanto a hombres como a mujeres
Por supuesto, no eran los únicos problemas. Los condones llegaban a costar hasta cinco dólares cada uno, en comparación al dólar o menos que costaban los masculinos. Krissy Ferris recuerda haber oído hablar del condón femenino cuando era estudiante en el Oberlin College de Ohio, y que el precio era desalentador. “No llegué a probarlos hasta que conseguí muestras gratuitas”, recuerda Ferris, que ahora trabaja en una consulta médica de Cleveland, Ohio. “¿Iba yo a gastarme dólares en condones para practicar sexo un par de veces? Pues, seguramente, no. Cuando tienes 20 años te ofrecen condones masculinos gratuitos en todas partes”.
Para ser sinceros, el condón femenino no dejaba de ser un tanto peculiar. Al contrario que el masculino, que viene ya enrollado y comprimido, el preservativo femenino se entrega completamente desplegado. El artilugio con el que se encuentra uno al abrir el envase, grande, extraño y parecido a una bolsa de plástico, disuadía tanto a hombres como a mujeres. Y aunque algunas llegaron a cogerle afecto con el tiempo, el período de adaptación era inevitable, y entre un tercio y la mitad de las usuarias encontraban complejo el modo de inserción. Además, una vez colocado el condón tendía a crujir y chirriar durante el coito.
Los medios de comunicación tomaron esas quejas y las utilizaron para hacerlo trizas. Se dedicaron a ridiculizar su aspecto con fuentes aparentemente inagotables de ingenio. Tal y como cuenta la socióloga Amy Kale en su informe de 2004 sobre la presentación del preservativo, los periodistas compararon el producto con “una medusa, un cono de viento, una manguera contra incendios, una bolsa para colostomía, una bolsa plástica hermética, unas botas de goma, una concertina, una bolsa de congelados, algo con lo que forrar el muelle interno de Boston, un cruce entre probeta y guante de goma, El grito de Eduard Munch, un diseño para elefantes hembra, algo sacado de la serie de animación Los Supersónicos, un chubasquero para muelles de juguete, o bien un artefacto para castigar vírgenes caídas en la Edad de las tinieblas”.

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