Millones de afganos estaban convocados a votar este sábado, desde las agrestes montañas en la frontera con Pakistán a las llanuras del oeste, en unas elecciones que supondrán la primera transferencia democrática del poder en un país con una historia turbulenta.
Los talibanes, islamistas radicales decididos a derrocar al Gobierno, han desplegado combatientes en el país para alterar unos comicios que consideran una farsa respaldada por Estados Unidos. Docenas de personas han muerto en una racha de violencia antes de la votación.
Más de 350.000 militares afganos han sido llamados a servicio para impedir ataques contra los centros de votación y los electores. La capital Kabul ha sido aislada del resto del país por anillos de seguridad, puntos de control y bloqueos de carreteras.
Kandahar, la cuna de la insurgencia de los talibanes, estaba virtualmente acordonada antes de la elección y a los habitantes se les recomendó mantenerse en sus casas.
Hamid Karzai, el presidente saliente, no tiene permitido presentarse de nuevo a la presidencia, pero se espera que mantenga un control a través de políticos que le son leales.
Los votantes inevitablemente tendrán en cuenta los progresos de Afganistán desde el 2002, cuando fuerzas encabezadas por Estados Unidos derrocaron a los talibanes, que daban refugio al líder de Al Qaeda, Osama bin Laden.
En esos 13 años ha habido un enorme derramamiento de sangre, al menos han muerto por la violencia 16.000 civiles, 3.500 militares extranjeros y miles de soldados afganos.
Miles de millones de dólares se han gastado en la reconstrucción del país.
