…y El Chapo Guzmán llegó en silla de ruedas

Joaquín El Chapo Guzmán Loera creyó que, como siempre, había librado el cerco policiaco. Y apostó al futuro: mandó a uno de sus ayudantes a rentar por tres meses un departamento del edificio Miramar, en Mazatlán, Sinaloa.
 
Había sólo un departamento disponible: el 401. El 602 acababa de ser arrendado a otras personas. Son 40 mil pesos, dijo el encargado. El enviado de El Chapo pagó en efectivo.
 
El narcotraficante más buscado del mundo venía huyendo desde Culiacán. Había logrado escapar mediante una intrincada red de seguridad que incluyó el drenaje público de la capital de Sinaloa. Había recorrido una parte de esos túneles cargando un lanzacohetes en una maleta. El camino no fue fácil y decidió deshacerse de esa arma. Ahí había de ser encontrada.
 
El emisario de El Chapo preguntó al encargado si contaba con una silla de ruedas. “Es para mi papá, que está un poco enfermo”, dijo. La respuesta fue positiva. La entregó.
 
Esa silla de ruedas fue llevada hasta la puerta de un modesto coche Nissan, modelo Sentra 2013. De ahí, bajó un “anciano”, quien fue llevado así hasta el interior del departamento 401.
 
Ese tramo entre el auto y el departamento fue el último que Guzmán Loera recorrió en libertad.
 
En la madrugada del sábado 22 de febrero, los marinos del grupo de élite que persiguen al crimen organizado ingresaron a los dos departamentos del complejo Miramar recientemente rentados.
Excélsior publica hoy la crónica de las horas previas a la captura del capo.
 
El Chapo fingió ser un enfermo
 
“Está bien, ya voy a salir”, dijo el líder del cártel del Pacífico, desde el baño del departamento 401, a los marinos que le seguían la pista.
 
“Quiero alquilar un departamento por tres meses”, dijo un hombre al encargado de la administración del condominio Miramar.
 
Pese a ser una época en que el puerto de Mazatlán se llena de turistas estadunidenses y canadienses que llegan para pasar el invierno, el edificio tenía un departamento disponible: el 401.
 
El precio se fijó en 40 mil pesos, que el solicitante liquidó en efectivo.
 
“Una última cosa”, dijo, antes de volver sobre sus pasos. “Lo estoy rentando para mi papá, que está un poco enfermo. ¿No tendría usted una silla de ruedas que me pueda prestar?”
 
Horas más tarde, un automóvil Sentra modelo 2013, color azul marino, ingresó en el estacionamiento del condominio. Dos hombres iban en la parte delantera. Atrás, tres mujeres y dos niñas pequeñas.
Del asiento del copiloto bajó un hombre con sombrero, abrigo y lentes oscuros. El chofer se dirigió a la recepción y regresó con una silla de ruedas.
 
El otro hombre, que daba la impresión de ser un anciano, se sentó en la silla de ruedas y se dejó conducir hasta el elevador.
 
* * *
 
En la madrugada del sábado 22 de febrero, un oficial de la Armada llegó a la recepción del Miramar. Preguntó qué departamentos habían sido alquilados recientemente. El dependiente le informó que dos: el 401 y el 602.
 
Aún estaba oscuro afuera. Por la recepción del edificio ingresaron seis elementos de Fuerzas Especiales de la Armada.
 
En cuestión de segundos, decidieron que inspeccionarían primero el departamento 602.
 
Los marinos no estaban seguros en cuál de los dos departamentos se ocultaba Joaquín El Chapo Guzmán. Tampoco sabían si ambos habían sido alquilados por las mismas personas.
 
Con un golpe seco y certero reventaron la chapa e ingresaron en el departamento. Una pareja de hombres, un estadunidense y un mexicano, celebraban una fiesta para dos. Estaban tan drogados que ni siquiera mostraron temor ante el ingreso de los marinos encapuchados.
 
Al instante fue claro que los ocupantes del 602 nada tenían que ver con El Chapo y su organización.
Los seis marinos bajaron dos pisos para inspeccionar el otro departamento. Frente a la puerta del 401, tendido sobre un colchón, dormitaba Carlos Manuel Hoo Ramírez, colaborador de Guzmán Loera. No tuvo tiempo de reaccionar.
 
Mientras el vigilante era inmovilizado, un ariete botó la cerradura de la puerta. Los marinos revisaron la primera habitación. Ahí encontraron a dos niñas —hijas de El Chapo Guzmán—, así como a dos mujeres: la nana y la cocinera.
 
Cuando entraron en otra habitación, una mujer que después se identificaría como Emma Coronel, esposa de El Chapo, estaba acostada sobre la cama, vestida con ropa de dormir.
 
“Yo estoy sola aquí con mis hijas”, respondió cuando le preguntaron por su marido. Al tratar de revisar el baño, los marinos se toparon con que la puerta no abría. Alguien la detenía desde adentro.
 
* * *
 
A finales del año pasado, la detención de un grupo de narcomenudistas en Culiacán puso a la Procuraduría General de la República (PGR) sobre la pista de los hermanos Sandoval Romero, quienes formaban parte de la escolta del capo Ismael El Mayo Zambada.
 
Joel Enrique, alias El Diecinueve o El Loco; Apolonio, El Treinta, y Cristo Omar, El Cristo, fueron capturados por fuerzas federales el jueves 13 de febrero, en La Reforma, municipio de Angostura.
 
Estaban acompañados de otros dos sicarios: Jesús Andrés Corrales Astorga, El Bimbo, y Miguel Pérez Urrea, La Pitaya. Y tenían en su poder 280 mil pesos y cuatro mil 400 dólares, además de 77 armas largas, 15 armas cortas y cuatro vehículos.
 
El grupo fue transportado a la Ciudad de México. En las oficinas de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) se hizo un análisis de la información contenida en sus celulares. Eso condujo a la PGR a la detención de Mario Hidalgo Argüello, el hombre más cercano a El Chapo.
 
Atento a todas las necesidades de su patrón, Argüello, apodado El Nariz, había salido a deshoras la noche del domingo 16 al lunes 17 para conseguirle a El Chapo algo para cenar.
 
El jefe del cártel del Pacífico tenía mucho cuidado con lo que comía. Si no lo había preparado su cocinera, una mujer guapa de unos 30 años de edad, o se lo había conseguido El Nariz, podía quedarse sin probar alimento.
 
Tenía la costumbre de dormirse de madrugada y despertar a mediodía. Por eso eran las cinco de la mañana cuando El Nariz, a quien El Chapo ya le había dado permiso de retirarse, fue detenido por agentes federales cuando llegaba a su casa, en Culiacancito.
 
El Chapo ya llevaba un par de semanas en Culiacán. En la colonia clasemediera Libertad poseía un conjunto de siete casas, interconectadas por túneles. Era tal la paranoia del narcotraficante que a nadie avisaba, ni siquiera a El Nariz, en cuál de las casas pasaría la noche cuando se encontraba en la capital sinaloense, a la que ocasionalmente llegaba acompañado de su madre, una mujer octogenaria que requiere de un tanque de oxígeno.
 
Más tarde se sabría que esa sería la última noche que Guzmán Loera pasaría en Culiacán, pues ya había decidido regresar a la sierra, que le había servido de refugio inexpugnable durante más de una década.
 
Interrogado, el mandadero de El Chapo condujo a sus captores a una casa donde no se encontraba su jefe. “Nos dimos cuenta de que nos estaba desorientando y, seguramente, ganando tiempo”, dijo una fuente federal del área de procuración de justicia entrevistada para esta reconstrucción.
 
Cuando finalmente dieron con una de las casas que usaba El Chapo, estaba amaneciendo.
 
Tomó al grupo de marinos encargados de la operación cuatro minutos tirar una de las puertas reforzadas de la residencia y diez minutos más la segunda.
 
Cuando las autoridades pudieron penetrar en la casa, era demasiado tarde: El Chapo ya había accionado el mecanismo para abrir una puerta secreta cubierta por una tina y había bajado a un túnel que conectaba con el desagüe de la ciudad.
 
Lo que ya no pudo hacer el capo fue asegurar que la tina bajara completamente y así ocultar la ruta de escape. Eso delató su última fuga.

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