Un libro sin lectores es un embrollo de papeles. Solo los ojos de los exploradores de información les dan vida a una obra. Más que la crisis del libro se debe hablar de la crisis de los lectores. Y que al parecer es la causa de que muchas librerías estén desapareciendo. Por lo tanto, el éxito de una feria del libro no debe medirse por la cantidad de obras vendidas, pues muchos de esos materiales terminan adornando estanterías o aumentando vanidades individuales de quienes suelen mostrar en sus manos, como relojes caros, las portadas de sus libros y que muchas veces nunca son leídos.
Es evidente que sin lector el libro fallece. Estoy convencido de que el intelectualismo acuchilla el contenido de un material de lectura. Los intelectuales suelen llenar las páginas de palabras raras y no comprendidas, la gente termina con un diccionario en sus manos buscando vocablos y al final se quedan entretenidos consultando las nuevas expresiones que resultan ser más placenteras que el libro mismo. La comunicación se rompe entre el autor y el lector.
Los intelectuales escriben para élites ilustradas y no para personas comunes. El lenguaje elegido estorba la mente de quienes desean leer sin tantas complicaciones lingüísticas que hacen de los párrafos ecuaciones matemáticas o fórmulas físicas difíciles de despejar. Como si se pensara que mientras más complicadas sean las palabras mayor será el mérito del escritor.
En otro aspecto, la Internet con su multiplicidad de opciones le ha cambiado el panorama a la industria del libro. Los nuevos horizontes han potenciado otros tipos de lectores que simplifican la información que desean obtener y rechazan los laberintos gramaticales que fastidian. Aunque muchos se niegan a creerlo la informática le ha dado un salto tan extraordinario al libro que han borrado de un golpe las definiciones que los diccionarios tenían: “Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”.
Basta con colocarse el auricular del teléfono cercano a la boca y pronunciar el nombre de Platón y su obra “La República”, para que de manera inmediata aparezca en la pantalla del celular el libro. En ese sentido, los organizadores de la Feria del Libro deben extender su concepto del libro. Se debería visualizar el evento como la “Feria de los Lectores”, quienes son verdaderamente los protagonistas de la actividad. Y los ambientes para la lectura ocupar los espacios porque la Feria parece más una chercha de fiestas patronales que un lugar para el placer de leer.
La política estatal debe focalizar el desarrollo del hábito de la lectura no importa en que formato esté el libro: papel, virtual o en audio. Lo importante y transcendente deberá ser que el material sea leído, entendiéndose que leer no es posar los ojos sobre un texto en cualquier formato, sino asimilar inteligentemente su contenido.
La verdadera revolución cultural de una nación tiene que comenzar con un ejército bien armado de ávidos lectores que sean capaces de estudiar, asimilar y entender el contenido de los libros sin importar el formato en que se le presente. El amor a la lectura es la principal fuerza motivacional para impulsar una real revolución cultural. No hay cambios significativos en ningún país sin lectores. Se podrían editar millones y millones de libros que terminarían en la basura si estos no son leídos.
La mayor inversión que se puede hacer es la que esté destinada a desarrollar de manera efectiva el hábito de la lectura, que es lo que está en crisis. El libro es un medio para llegar a un fin, es el lector el que hace posible alcanzar la meta del conocimiento y la sabiduría. Si los recursos se concentran exclusivamente en el aspecto formal del libro, se yerra. Se comete un error de cálculo, sería como invertir en municiones y armas de guerra olvidándose de la formación de los soldados, pues para pelear hay que tener razón, motivo e impulso para irse al campo de batalla convencido de la finalidad esencial de la lucha.
No descuidemos a los soldados principales en la batalla del conocimiento que son los lectores. Sin ellos se pierde la guerra en contra de la ignorancia y a favor del conocimiento. Un lector es el jardinero que cuida y da vida con sus ojos a todas las flores de la sabiduría, porque un libro leído es como un jardín en un bolsillo.