Juan Pablo Duarte, el poeta

Cuando pequeña, para mi Duarte era un puente de la capital dominicana; años más tarde a través de las cátedras de mi MAESTRO  Georgilio Mella Chavier, quien en sus magistrales charlas en el Colegio Dominicano de la Salle, infundía en el corazón de los jóvenes el amor al ideario de Juan Pablo Duarte, entendí que sus ideas eran en verdad ese puente por el que muchos transitaron para tratar de  llevar a los dominicanos hacia un mejor futuro.
 
Tristemente son muchos los que hoy se denominan patriotas y han hecho todo lo contrario de lo que es ese ideal de Duarte que propone luchar en pos de  lograr un mejor país para todos los dominicanos. Una idea que va más allá de su tiempo y de la realidad que se vivía en ese entonces.
 
Más allá de lo que significó la patria para Duarte en aquellos días, y  de las situaciones nuevas que hoy vive nuestro país, lo que hace hermoso ese pensar de este interesante hombre, es el valor que le da a la unidad de los seres humanos, a la lealtad, a seguir un ideal y luchar hasta alcanzarlo.
 
Estas ideas de libertades, patrias y amores son palpables en los poemas del patricio, quien cargado del romanticismo que inundaba las almas de aquellos días en los que vivió, nos muestran de manera cercana al hombre que hoy es recordado como Padre de la patria dominicana.
 
Juan Pablo Duarte y Diez (1813-1876)
 
Unidad de las razas
“Los blancos, morenos,
cobrizos, cruzados,
marchando serenos,
unidos y osados,
la patria salvemos
de viles tiranos,
y al mundo mostremos
que somos hermanos”.
 
Romance
Era la noche sombría,
de silencio y de calma;
era una noche de oprobio
para la    gente   de   Ozama.
Noche de mengua y  quebranto
para la Patria adorada.
El recordarla tan sólo
el   corazón   apesara.
Ocho los míseros eran
que mano aviesa lanzaba,
en pos  de sus compañeros
hacia la extranjera playa.
Ellos que al nombre de Dios,
Patria y Libertad se alzaran;
ellos que al pueblo le dieron
la Independencia anhelada.
Lanzados fueron del suelo
por cuya dicha lucharan;
proscritos, sí, por traidores
los que de lealtad sobraban.
Se les miró descender
a la ribera callada,
se les oyó despedirse,
y de su voz apagada
yo recogí los acentos
que por el aire vagaban.
 
SANTANA
Ingrato, Hincha es tu suelo, Que producir no ha sabido Sino un traidor fementido.
Que habrá de serle fatal, Y tú, Prado, que aposentas Verdugo tan inhumano, Ay!… que por siniestra mano Sembrado te veas de sal.

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